Música

José Ramón Pardo o las memorias de un periodista musical: “Rechacé comer con Julio Iglesias para almorzar con mi mujer”

José Ramón Pardo, en su despacho.. Uppers
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A sus 84 años, José Ramón Pardo sigue trabajando en el periodismo musical. ¿Por qué no se ha retirado? “¿Qué voy a hacer yo mejor que esto?”, responde. “No sé, ¿montar en bicicleta?”, contesto. “Montar en bicicleta… ¡estática!”, bromea. Y añade: “No me retiro porque no lo considero un trabajo, sino una afición”. Precisamente Y también sé montar en bici es el título de su último libro, en el que, con ayuda del autor Bernardo Solís, pasa revista a seis décadas como profesional de prensa, radio y televisión; una amplia panorámica en la que caben incontables anécdotas con estrellas de la canción y entrañables pinceladas personales.

Pardo ha sido testigo presencial de la evolución de tres cosas en la música: los grupos, la industria y los medios. Sobre los músicos, él mismo fue uno: siendo muy joven formó parte de Los Teleko, donde militaba, como cantante, su primo Juan Pardo. “Nací en 1941 y el primer número uno de Elvis fue en 1956: yo tenía 15 años. Estaba totalmente inmerso. Los músicos de esa época no éramos ricos, pero sí de familias que podían costear discos, una guitarra… La primera oleada es de clase media tirando hacia arriba. Mi padre era ingeniero naval, pero tenía diez hijos. Y nunca tuvo casa propia. Ese era el nivel. Para mí el rock de verdad en España no nace hasta mediados de los setenta y el rock urbano, con gente de barrio”, explica.

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Quizá esa faceta estudiantil de los primeros músicos evitó que fueran objeto de rechazo por parte de una sociedad que, a principios de los sesenta, seguía anclada en grises arraigos. “Ninguno dejó de estudiar”, dice. “Se empezó a dejar de estudiar cuando salieron Los Brincos. No había grandes giras: la música era una forma de divertirse. En vez de ir a bailar a una discoteca, tocabas en un club”.

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De la mano de los grupos creció la industria discográfica, que pasó de la modestia al exceso. “Al principio —señala— las compañías de discos estaban muy atadas a las editoriales de música, y obligaban a los grupos a grabar canciones de esas editoriales. Pensaban que el rock no era una opción importante.

Con la llegada de Los Brincos, y a continuación de Los Bravos, Los Pasos…, empiezan a ver que eso les da dinero. La irrupción de The Beatles les descubre que hay un fenómeno mundial que vende. Entonces las compañías inician un crescendo que culmina en los años setenta, cuando te dicen: ‘¿Quieres entrevistar en Miami a los Bee Gees? Toma, un billete de avión”.

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Prosigue: “Yo iba a Londres ocho o diez veces al año. Tienen tanto dinero que empiezan a malgastarlo. El momento multimillonario es cuando surge el CD y vuelven a vender lo que ya habían vendido. Recuerdo el caso de Laura Pausini: había vendido 950.000 ejemplares del primer disco. Todos sus fans ya lo tenían. Lo lanzaron en CD, muchos volvieron a comprarlo y se superó el millón”.

Un periodista todoterreno

Comenzó a escribir de discos en 1966. Perteneció a redacciones de importantes diarios, fue guionista y cofundador de programas de televisión míticos como Tocata y Aplauso y, en radio, creó los formatos de M80 y Radiolé. Ha tocado todos los palos y es consciente de que, en la actualidad, esa forma de trabajar ha cambiado.

“Al principio escribías en un medio y te llamaban de otro”, dice. “Me llamaron de la radio y de la tele porque escribía en prensa. Hoy es impensable: hay que remar contra viento y marea a ver si te dejan una migaja. En sesenta años de carrera nunca he pedido trabajo, siempre me lo han ofrecido. Igual que la gente joven de entonces empezábamos a trabajar gratis porque queríamos aprender, hoy se trabaja casi gratis por necesidad. Hemos vuelto al horror de que te pagan auténticas miserias, mucho menos que hace veinte años. Debe de ser la única profesión en que se han bajado los sueldos”.

Fue una de las razones por las que desaconsejó a su hija Laura que estudiase Periodismo. “No es una carrera, es un oficio, como carpintero o conductor”, apunta. “Le dije que estudiara todo lo que pudiera de todo. Porque todo le iba a servir para hacer periodismo. Claro que los jóvenes pueden vivir de esto, si consiguen hacer un programa de radio que tenga tirón. Si yo, con esta voz, he conseguido prosperar en la radio, es que cualquiera puede. Lo que pasa es que apenas quedan sitios donde trabajar”.

Apartado especial en su libro ocupa su relación con Manuela, su esposa. En el terreno sentimental, Pardo también es un hombre de otros tiempos. “Este año cumplimos 55 años de casados… No está mal. Y añádele cinco de noviazgo. Le saco ocho años. Cuando empiezo a salir con ella, tenía 15 y yo 23. Pienso que esa diferencia de edad es buena. El hombre, aparentemente, envejece mejor que la mujer; si ella es ocho años menor, la diferencia no se nota tanto. Coincidimos en muchas cosas: le apasiona la música. Decliné una invitación de Julio Iglesias a comer para hacerlo con mi mujer. Cada vez que estoy en Madrid, como con ella”.

Si hay algo que ha caracterizado la brillante y larga carrera de Pardo es su popularidad. No es fácil que un cronista musical llegue a ser conocido por el gran público. “Hoy la popularidad está muy fragmentada”, afirma. “Hay gente que ha leído la entrevista que me hicieron en El País y gente que ha leído la de El Mundo; ninguno ha leído ambas. En cambio, cuando hice Aplauso había solo una televisión. El programa tenía 13 millones de espectadores. Por eso siempre he querido trabajar en todo tipo de medios. Firmar en un periódico da prestigio, no popularidad; la tele da una popularidad tremenda, pero ningún prestigio. ¿Qué es lo que deja un poso? La radio. Es el único medio que te acompaña hagas lo que hagas, mientras conduces, cuando te acuestas, incluso en el cuarto de baño”.

En su trayectoria hay aspectos menos conocidos, como la creación del sello discográfico Ramalama Music, especializado en reeditar catálogos de bandas y solistas del pasado. Contra pronóstico, ha cumplido treinta años. “Nunca pensé que llegaría a ser esto. Las compañías no querían saber nada de nosotros; cuando empezaron a cobrar buenos dividendos, sin hacer nada, comenzaron a creer en ello. Nunca he querido ser nada, y lo he conseguido”.