Música

¿Por qué a los maduros no nos gusta el reggaetón?: “Nos recuerda que nos hemos hecho mayores”

Oriol Rosell, autor de ‘Matar al papito’.
Oriol Rosell, autor de ‘Matar al papito’.. Cortesía del autor
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Los españoles de cierta edad podemos discrepar en lo tocante a política, fútbol o el crucial debate de cebolla sí, cebolla no en la tortilla de patata, pero un asunto de máxima actualidad genera entre nosotros general consenso: sentimos un rechazo visceral al reggaetón. La fobia, si puede llamarse así, no tendría nada de particular si no nos viéramos obligados a escucharlo, pero, para que el drama sea completo, a nuestros hijos les gusta, por lo que su avieso ritmo está ahí, siempre listo, para sacarnos de quicio en casa o en el coche. Pero ¿por qué se nos ha atravesado este género musical?

Para encontrar las claves, el periodista cultural, locutor, profesor y escritor Oriol Rosell ha escrito un ensayo titulado Matar al papito: por qué no te gusta el reggaetón (y a tus hijos, sí), el cual, contrariamente a la mayoría de libros que se comercializan, no va dirigido a los seguidores de un artista o estilo, sino a quienes lo desprecian.

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“El origen del libro es bastante gracioso”, explica. “Iba a ser un encargo de esos que ni siquiera firmas sobre el trap de la A a la Z. Pero no acababa de ver bien el enfoque. Charlando un día con el editor, me dijo: ‘No entiendo la música que escuchan mis hijas’. Se me encendió la bombillita: a lo mejor no hay que hacer un libro para los fans de Bad Bunny sino para los padres de los fans de Bad Bunny. Ahí salió la idea”.

Según una encuesta de una plataforma de música, el 52,11% de los jóvenes de entre 18 y 29 años escuchan reggaetón. Lo que equivale a decir que el mismo porcentaje de padres lo sufren. El propio Rosell lo ha comprobado en sus propias carnes y en las de su entorno más cercano: “Yo también soy padre; tengo dos hijas. En mi caso no ha sido muy traumático porque he escrito mucho de música, y, quieras que no, el choque no es tan súbito. Pero estoy rodeado de amigos que son aficionados a la música y llego a sentirme saturado de escuchar que están perdidos y preguntándose cómo es posible que a sus hijos no les guste Nirvana”.

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Pero es que ni siquiera les gustan The Beatles; los jóvenes catalogan el rock como nosotros catalogábamos la copla o la canción melódica de los setenta: como algo viejuno con lo que no teníamos nada que ver. El libro de Rosell, sin embargo, no tiene como objetivo que los padres aprendan a apreciar el reggaetón (si es que tal cosa es posible a oídos solventes), sino que comprendan el porqué de su repulsa.

“No me posiciono en cuestiones de gusto”, dice. “Empiezo el libro explicando que no me gusta el reggaetón. No quiero convencer a nadie ni decir que si no te gusta el reggaetón eres un antiguo; de hecho, reivindico el derecho de ser antiguo. Me gustaría inscribirme en una línea de crítica cultural muy británica: partir de la música popular para explicar el mundo. El reto era ese. Más allá de si te gusta o no, hay una cuestión de fondo: estamos hablando de dos mundos irreconciliables. Vamos a hablar de qué mundos son y por qué son irreconciliables”.

Bien, ¿y por qué ambos mundos son irreconciliables? En su libro se extiende en sesudos análisis, pero Rosell se aviene a dar unas pinceladas a modo de avance. Una de las razones, opina, es que el reggaetón nos informa de que nos hemos hecho mayores: “Los padres se dan cuenta de que son padres. Es decir, de algún modo el reggaetón a un par de generaciones les hace ser conscientes del paso del tiempo, que el tiempo presente no es el suyo culturalmente hablando. Rupturas entre generaciones ha habido siempre; pero en este caso, la generación de los padres no es consciente de pertenecer a una generación ya superada. El reggaetón es un recordatorio que te avisa de que te has hecho mayor, y además la vida no te ha llevado por donde creías que te iba a llevar.

“Aparte, está el hecho de que se ha desarrollado un relato de la música al que no se ha prestado atención y eso ha provocado una inversión importante de roles en la hegemonía cultural: hay un mandato de la lengua castellana, pero que no viene de España. Eso causa ruptura y extrañeza absoluta”, añade.

En España, según Rosell, interviene lo que denomina un “fuerte componente de sesgo de etnia y clase”. Así lo desarrolla: “Hay un pasado colonial que, aunque insconscientemente, ahí está, y ha primado una hegemonía cultural de España por encima de Latinoamérica. Hay la misma perplejidad que hubo y hay en Estados Unidos de la población blanca con respecto a la minoría afrodescendiente. Ahora los artistas españoles imitan las formas latinas, lo que rompe esa jerarquía cultural con la que nos criamos todos. En la tradición española, la música latina era una cosa como exótica; ahora los exóticos somos nosotros”.

Un choque cultural

Exotismos aparte, resulta evidente que entre los españoles maduros ha cobrado fuerza la noción de que el reggaetón no es música. Música era el rock, con sus sudorosos solos de guitarra cortesía de instrumentistas que sacaban humo de las cuerdas y cantantes cuya excelente técnica vocal nos enviaba a otra dimensión. Para los artistas de reggaetón, adictos al AutoTune, así como para sus fans, el rock y sus conciertos incendiarios no existen. No tienen noticia de ello y disfrutan de algo nuevo y completamente diferente.

“Ese choque lo tuve hace años, con mi hija mayor, que ahora tiene 22”, apunta el autor. “La llevé al Sónar, porque ella quería ver a Yung Beef. El rapero salió e iba leyendo las letras en el móvil. No conocen la experiencia del rock, porque no les toca ni les interpela para nada. Como es inevitable, tendemos a medir las cosas en función de nuestra visión del mundo, y eso de hacer música con samples y actuar sin hacer exhibición de tus habilidades técnicas, no lo entendemos”.

Una de las críticas más comunes entre los que detestamos el reggaetón es que se trata de una música muy monótona. Para Rosell, usamos este argumento tiene mucho de paja en el ojo ajeno. “Hace muchos años que existe el techno —dice—, y nadie se ha quejado que siempre sea el mismo chunda, chunda. El reggaetón se basa en el ritmo dembow, y si se lo quitas, ya no es reggaetón, coño. Es como hacer un grupo de rock y no tener guitarras. El rock and roll era muy monótono, pero si te gustaba, sabías apreciar las diferencias entre Bill Haley y Jerry Lee Lewis, por ejemplo. Con el reggaetón pasa lo mismo”.

No menos sangre hacemos con las (casi siempre incomprensibles) letras de los artistas urbanos latinos. “Nos quejamos de que son muy bobas. Pero esos cantantes no buscan cambiar el mundo con canciones, sino entretenimiento y diversión. El baile es nuclear en estas culturas, cuando para los hombres blancos cis heteros ha sido tabú: solo bailaban cuando probaban el éxtasis”.

A mediados de los años cincuenta, cuando surgió el rock and roll, los padres de la época, que gustaban de las sedosas melodías de Frank Sinatra, lo censuraban con ímpetu. Algo parecido está sucediendo ahora, solo que son los aficionados al rock and roll quienes fustigan el reggaetón.

“En el caso del rock and roll hubo una inflexión histórica: apareció la juventud como grupo cultural. Con el reggaetón sucede que, del mismo modo en que el pop se inventó con la juventud, el pop ha acabado con la edad adulta. ¿Tiene futuro el reggaetón? Sí. Una de las pistas es el último disco de Bad Bunny. Sin gustarme, reconozco que no solo es un gran disco sino que creo que va a pasar a la historia como un álbum capital. Ha llevado el género más allá y lo ha abierto a otras influencias. Y el reggaetón lleva ahí tres décadas o más. Pero es un relato de la música del que nunca fuimos conscientes”.

Pese a considerarse ajeno al reggaetón, Rosell se niega a aceptar que sea un género musical bastante pobre. “¿Pobre respecto a qué?”, se pregunta. “¿Pobre respecto a Emerson, Lake & Palmer? Sí, claro, no te jode. Lo que no ha lugar es la comparación. No podemos medirlo por el mismo rasero: su dinámica es otra. Es alienígena en comparación con lo que hemos entendido por música. ¿Es pobre con respecto al rock and roll? Sí, pero el rock and roll también es pobre con respecto a la música clásica, y no se te ocurre compararlo. Elvis es muy pobre respecto a Wagner. Pues lo mismo sucede en este caso”.

Dicho todo lo cual, y si, en calidad de padre enfurruñado con el reggaetón, quieres darle una oportunidad, Rosell te recomienda dos discos iniciáticos: “Uno sería Barrio fino (2004), de Daddy Yankee, que es cuando el fenómeno se torna global. Con ‘Gasolina’, uno de sus sencillos, la cosa revienta. Y luego, el nuevo de Bad Bunny [Debí tirar más fotos, 2025]. La comparativa es abismal: no puedes decir que no ha habido evolución y que no han pasado cosas”. Hacer o no el experimento depende de ti; pero entenderemos que no te apetezca dedicar parte de tu tiempo a escuchar esa música y no ponerte un vinilo de Bruce Springsteen.