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Fernando Tejero se sincera sobre su dura infancia: "Me tiraban piedras por la pluma"

Fernando Tejero. Getty Images
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La imagen que muchos aún tienen de Fernando Tejero está anclada al portero de 'Aquí no hay quien viva', con su timbre agudo y su inconfundible desparpajo andaluz. Sin embargo, detrás de la máscara y la carcajada que conquistó a toda una generación, se esconde una biografía marcada por la violencia, el rechazo y la resistencia. “Cada uno de los psicólogos a los que he ido me decía que tenía todas las papeletas para ser yonqui o alcohólico.”, ha confesado en una entrevista con 'El País'.

Pero rebobinemos. Tejero, nacido en Córdoba en 1967, creció en una familia modesta y trabajadora: su padre era pescadero y su madre se dedicaba a las tareas del hogar. Desde pequeño, sintió el estigma de “ser diferente” en un entorno que castigaba todo lo que se saliera de la norma. “Me tiraban piedras por la pluma”, cuenta, refiriéndose a los insultos y agresiones físicas que sufrió por mostrar ademanes que se consideraban afeminados. Aquel acoso, sistemático y cruel, le dejó cicatrices imborrables e invisibles.

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La historia de Tejero se entrelaza con la de muchos niños y niñas LGTBIQ+ en la España de los años 70 y 80, marcados por la represión social, el silencio familiar y una educación impregnada de homofobia. Según datos del Ministerio de Igualdad recogidos por el Observatorio contra la LGTBIfobia en 2024, el 70% de los menores que sufren acoso por su orientación o expresión de género no lo cuenta en casa, y más del 60% desarrolla síntomas de ansiedad o depresión crónica.

“Estaba convencido de que estaba mal hecho”

Fernando intentó encajar. Lo intentó muchas veces. Practicó deportes que no le gustaban, escondió su sensibilidad, se escondió bajo un silencio autoimpuesto por el miedo. “Estaba convencido de que estaba mal hecho. Me miraba al espejo y quería ser otro”, contaba en otra entrevista en 2022 para LaSexta. La falta de referentes visibles, la rigidez de su entorno y el desprecio de sus compañeros de colegio convirtieron su infancia en un terreno hostil donde cada paso era una batalla por sobrevivir emocionalmente.

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En más de una ocasión, según sus propias palabras, pensó en rendirse. “La única salida que veía era huir o autodestruirme. Durante años viví con una culpa que no era mía”, ha llegado a afirmar el artista. Aquella presión constante le llevó a desarrollar trastornos de autoestima, a refugiarse en el alcohol durante la juventud y a mantener una relación ambivalente con su identidad pública durante años.

El teatro fue su vía de escape. Estudió interpretación en Córdoba y luego en Madrid, donde encontró un espacio en el que, por primera vez, se sintió valorado por lo que era y no juzgado por cómo era. “Subirme a un escenario fue como salir del armario emocional”, ha dicho. El éxito no le llegó de inmediato. Trabajó en la pescadería de su padre durante años, hasta que llegaron los papeles que le acabaron dando fama nacional, primero con Días de fútbol, que le sirvió para ganar el premio Goya al actor revelación en 2003 y, ese mismo año saltando a Aquí no hay quien viva, donde iba a interpretar a Paco, el dependiente del videoclub, pero acabó dando vida a su inmortal Emilio, el portero del edificio.

Su visibilidad como actor homosexual fue también un acto de valentía. Durante años evitó pronunciarse públicamente sobre su orientación, pero finalmente decidió dar un paso al frente. “Me niego a que alguien tenga que vivir con miedo a ser quien es. A mí me costó la infancia, y no quiero que nadie más pague ese precio”, afirmó en una charla TEDx.

Un espejo para otras infancias

La historia de Fernando Tejero no solo emociona, también interpela a quien la escucha a plantearse cuestiones tan importantes como ¿cuántas vidas siguen hoy marcadas por la falta de referentes, el miedo al rechazo o la presión por encajar? Tejero ha utilizado su altavoz mediático para poner en el centro del debate una cuestión urgente: la salud mental de los menores LGTBI+, y el impacto devastador del acoso. Lo hace desde la herida, pero también desde la posibilidad de la reparación.

En este sentido, su figura se ha evolucionado en los últimos años. Ya no es solo el actor popular por Aquí no hay quien viva o La que se avecina, sino también un símbolo de resiliencia, una voz que recuerda que “tener pluma” nunca debe ser motivo de vergüenza, y que ser fiel a uno mismo, aunque a veces cueste, es una forma de dignidad. Como él mismo reconoce, su trayectoria personal y profesional desafía los estereotipos y da testimonio de que, incluso cuando la infancia te empuja al borde, es posible construir un futuro con luz. Como él mismo afirma “No soy ningún héroe, pero he sobrevivido”.