Música

Quique González canta a la generación de 50 años: “Ahora me gusta ir fresco a dejar a mi hija al colegio”

Quique González, en el bucólico entorno que últimamente tanto le gusta.. Fernando Maquieira
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Quique González ha incluido en su último disco, 1973, una canción dedicada a su hija, Nora, titulada “S.T.U.O.P.E.T.”, que no es la primera que graba en honor de la pequeña de siete años —la anterior, “Bienvenida”, de 2019, estaba escrita por el poeta Luis García Montero—, pero sí la primera escrita por él. “Me daba mucho pudor hacer una canción de padre —explica—, porque es fácil caer en lo cursi y ñoño, pero estoy orgulloso de cómo ha quedado y espero que mi hija, cuando sea adolescente, no me lo eche en cara. Con eso me conformo”. (Las siglas del título responden al verso: “Siempre tendré un ojo puesto en ti”.)

Si piensas que por el detalle de la paternal canción el nuevo álbum es uno de los más personales de González, no te equivocas. 1973 hace referencia al año en que nació —tiene ahora, por tanto, 52 años—, y agrupa una colección de temas que, aunque en muchos casos se cantan en plural, apelan a una generación algo perdida en el mundo vertiginoso que hoy nos rodea.

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“Habla más de nosotros que de mí —dice—, tampoco con una intención generacional, aunque refleja cómo la gente de los setenta, que venimos de lo analógico, nos situamos en 2025, en esta época digital, de redes sociales, con exceso de información. Es una mirada retrospectiva a las cosas que hemos vivido y cómo afrontamos el presente y los años que nos quedan”.

Pese a su papel protagonista en las historias que nos presenta, Quique González se considera uno más entre esos maduros desconcertados: “Utilizo las redes sociales como herramienta, porque es una suerte tener a tus seguidores a un clic para informar de conciertos… Quizá me estoy perdiendo algo, pero me da una pereza enorme tener que estar creando contenido para alimentar a la bestia. Tengo una relación de amor-odio con las redes, y me da fatiga estar demasiado pendiente”.

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Añade: “Entiendo que haya gente de 50 años que se actualice, pero me doy cuenta de que no sabemos comunicarnos a través de las redes sociales, por lo menos yo. Intentamos imitar la comunicación que hace la gente más joven, pero es como si nos saliera falso. Hay gente que lo hace muy bien, y tiene mucho mérito, pero me veo como torpe y compruebo que a otra gente de nuestra generación no se le da nada bien”.

El visceral rechazo de González a la vanguardia también está presente en su música, inamovible en sus cimientos de las bases del rock tradicional. “Vengo de esa escuela”, concede. “Me resisto a que haya programaciones en mis conciertos, me sigue gustando la energía de una banda, que haya espacio para la improvisación… He hecho una breve concesión metiendo sintetizadores en este disco, pero son un instrumento que data de los setenta, por lo que tampoco estás sonando muy moderno. Prefiero que no suene todo perfecto, con errores, ruidos… Hacerlo todo perfecto, pulcro, me suena a plástico”.

¿Y si alguien lo tachara de inmovilista? “No me molestaría. Desde mi sitio intento hacer cosas distintas, y creo que este disco se diferencia de los anteriores utilizando casi la misma banda. Nos movemos e intentamos hacer cosas nuevas y que suenen fuera del rango en el que normalmente nos solemos mover. Si me lo llamaran, no pasaría nada: Van Morrison o Dylan podrían ser considerados inmovilistas y me parecen genios absolutos”, responde.

Su método de trabajo también sigue clásicos principios. “Intenté grabar en casa con tarjeta de sonido —cuenta—, aprendí durante un par de meses, pero me costaba tanto, gastaba tanto tiempo, que me di cuenta de que era tiempo que perdía para hacer canciones, que es lo que me gusta y en lo que creo que debo centrarme. Con una llamada a mis músicos, que controlan un montón, lo tengo muy fácil. Siento una espinita clavada con eso, y me gustaría tener un sistema de grabación básico en casa, pero sigo grabando las maquetas en el teléfono. Dispongo de un cuatro pistas de hace treinta años que sé que me gustaría enchufar, y tengo la tentación de actualizarlo”.

Podría pensarse que tanto por el mensaje del nuevo disco, que ve la luz tras un álbum de versiones, Copas de yate, del que ya te hablamos en Uppers (“Fue un disco para jugar y experimentar, y algunas cosas con las que jugamos las hemos empleado en el nuevo, pues nos gustaron. Aunque pasatiempo, creo que nos quedó bonito”, dice), como por el sonido de su música, Quique González esconde alma de nostálgico, aunque lo niega. “No lo soy, pero sigo fascinado por mis grandes héroes de la misma manera que hace veinticinco años. También me salen héroes nuevos, como Joe Henry. Me encanta The War on Drugs… Estoy muy pendiente de nuevas bandas y nuevos solistas, pero igual están en el mismo sitio que yo”, asegura.

No se ha puesto a escuchar a Bad Bunny ni como experimento musical. “Me resisto, pero no hace falta poner el disco, porque suena en todas partes. Como estoy acostumbrado a escuchar esto que llaman música urbana en cualquier sitio… Me voy a afeitar a la barbería, y solo hay chavales de 15 años haciéndose las mechas de Yamal y el pelo-brócoli, y de hecho no me dan hora porque lo acaparan. Es fascinante: en el pueblo más pequeño hay dos barberías con esa música sonando, que para mí es un infierno. He decidido comprar una máquina afeitadora para no tener que ir a escuchar esa música”.

Una grabación accidentada

La grabación de 1973 fue accidentada. González confió en el ingeniero de sonido Mark Howard (Bob Dylan, Tom Waits, U2, REM…) para que registrase las canciones… Pero el proceso no fluía y hubo de prescondir de sus servicios. “La primera vez que no me entiendo con alguien en el estudio”, afirma.

“No solo eso, sino que hemos tenido que volver a grabar un poco más de la mitad del disco porque no llegaba a tener la calidad que esperaba. No graba en estudios, sino en casas, cines antiguos abandonados, centros sociales… Todos debemos tocar a la vez, lo que nos gusta, pero estar muy juntos, y eso implica que el batería debe tocar muy bajito, para que no se cuelen las cosas por el micro de la voz. En baladas funcionaba muy bien, pero para los temas con más músculo, al subir las pistas de la batería, no funcionaba. Había la sensación de que tocábamos con miedo y coartados. Hemos tenido que desechar dos canciones porque no nos daba tiempo a volver a grabarlas”.

El músico madrileño se vio obligado a comunicar a Howard su drástica resolución. “Fue muy duro. Nunca me había enfrentado a eso. Mis compañeros tampoco estaban cómodos. Estás trabajando con alguien que tiene ese currículum y piensas: ‘En algún momento sonará su magia’. Pero no sucedió. Lo habíamos traído de Los Ángeles y debíamos aguantar hasta el límite; de hecho, nos fuimos antes de acabar las sesiones, porque era muy farragoso y a nivel personal no había buena comunicación. Decidimos abandonar el estudio, y le dejamos ahí mezclando el disco porque no lo soportábamos. Esperamos a que nos enviara unas mezclas, y estaban muy desordenadas, con mucho desfase de volúmenes. Le envié un email diciendo que estaba muy lejos de lo que esperábamos y que debíamos volver a grabar el disco. Se hizo el loco y dijo que creía que estábamos cómodos”.

Residente desde hace veinte años en Villacarriedo (municipio de 1.680 habitantes en los Valles Pasiegos, Cantabria), González vive alejado de la vorágine de la gran ciudad que tanto inspira a los compositores. El hecho de haber creado una familia condiciona su aproximación cotidiana a la música. “Dejas de mirarte a ti mismo y de buscar tus miedos e inseguridades. Como que se amplían a varias personas. No es que mi vida sea más aburrida ahora. Es cierto que ahora escribo desde otro plano, pero no necesariamente más aburrido. Lo pienso ahora y no sé cómo me divertía tanto saliendo todas las noches; ahora eso sería aburridísimo, no podría con ello. Me imagino hacer una jornada de promo de resaca, como las hacía hace diez años y lo rechazo, no me explico cómo lo hacía sin desmayarme a las siete de la tarde”.

Sobre su modo actual de componer, explica: “Siempre he sido muy caótico, nunca he tenido reglas. Ahora escribo menos por la noche, y en cambio me gusta estar fresco por la mañana, dejar a mi hija en el cole y jugar con una rueda de acordes. Tengo menos posibilidades de estar solo para componer que antes, por la vida familiar. Al principio de ser padre, los dos primeros años, me costó encontrar mi sitio, pero nos acostumbramos a todo, y me volví a encontrar”.

Han transcurrido más de treinta años desde que un joven Quique González diera sus primeros pasos en la música, al principio como cantautor asiduo a locales pequeños, en algunos de los cuales (como el Rincón del Arte Nuevo, en Madrid), coincidió con Enrique Urquijo, de Los Secretos, quien de vez en cuando actuaba allí en solitario.

El paso del tiempo y la madurez han hecho de González otro músico. “Me gustaría pensar que toco y canto mejor —opina—, y que me tomo con más tranquilidad las cosas. Que tengo menos ansia y soy más capaz que antes de ver desde fuera las canciones y calibrar si son buenas. Antes escribía más canciones, pero también me valía casi todo. Componía de una forma más impulsiva. Ahora le doy tiempo a las canciones y no tengo prisa en terminarlas”.

En 1998 lo fichó la multinacional Mercury y se encontró de pronto propulsado a la fama (relativa para un artista de su condición). “El cambio fue muy progresivo. Nunca he tenido un éxito masivo, pero siempre ha ido creciendo. Me recuerdo con Carlos Raya [guitarrista] en su casa haciendo canciones y grabando maquetas… Sigo aprendiendo cosas de Carlos; recuerdo cosas que en aquel momento parecía que las entendía y no las entendía tanto. Era más impaciente de lo que debía haber sido. Seguimos teniendo muy buena relación y hablamos bastante”.

Raya, quien se diera a conocer en los ochenta como guitarrista de heavy metal en el grupo Sangre Azul, ya no trabaja con González, quien ha variado de colaboradores con el tiempo. “Cuando se produce un cambio en el equipo se lleva a cabo de una forma muy natural. Carlos empezó a trabajar mucho con Fito, M-Clan…, era más difícil contar con él, llevábamos seis discos y mola cambiar de gente. Siempre necesito una mano derecha, porque técnicamente no soy muy bueno, y preciso de alguien con una visión más amplia. Ahora es Toni Brunet quien está conmigo y me encanta trabajar con él”.

La historia de ‘Aunque tú no lo sepas’

Precisamente de su amistad con Enrique Urquijo surgió la canción probablemente más famosa de Quique: “Aunque tú no lo sepas”. Escrita por González a partir de un poema de Luis García Montero, se la ofreció a Urquijo, quien grabó la versión original con su banda paralela, Los Problemas, en 1998. Tiempo después, González registraría la suya propia. Sin embargo, el gusto por ambas versiones está muy repartido: para muchos, la mejor es la de Enrique; para otros, la de Quique González. No le molesta eso al compositor.

“Todo lo contrario”, sostiene. “Ya sabes que esa canción, aparte de que para mí fue como una llave para que mucha gente me conociera y le empujara a escuchar otras canciones mías, me une a dos de las personas que más admiro: Enrique y Luis García Montero. Pasa también al contrario: hice una versión de Diego Vasallo, ‘La vida te lleva por caminos raros’, y mucha gente piensa que es una canción mía. ‘Aunque tú no lo sepas’ la hice en un cuarto de hora un domingo por la tarde, y es la canción por la que seguramente más me van a conocer. Ha dado la vuelta al mundo y ahora hay un mexicano que se llama Carín León, que la canta y llena estadios”.

Apunta Quique que García Montero no percibe beneficios por la letra, al tratarse de una adaptación, pero sí la hija de Enrique Urquijo. “Me pareció adecuado dar a Enrique un porcentaje por la autoría”, dice.

No fue hasta que se salió del circuito de las grandes discográficas y creó la suya propia, más modesta (Varsovia!!! Records), cuando percibió que el cariño del público empezaba a crecer. “Es cierto que entre Salitre 48 (2001) y Pájaros mojados (2002) cambiaron las cosas —explica— y comenzó a venir más gente a los conciertos. Cuando empecé a autoeditarme [con Kamikazes enamorados, de 2004], venía más gente a verme. Lo de autoeditarse no sé si lo habían hecho antes Kiko Veneno y Miguel Ríos, pero lo mío tuvo bastante repercusión y sí, curiosamente, hubo gente a la que empezó a interesar mi música a partir de ese momento”.

La gira de presentación de 1973 arranca de forma inmediata: el 21 de noviembre en Guadalajara; le mantendrá dando tumbos por la geografía española hasta finales de marzo. “Tocaré todo el disco, o casi todo. Queremos celebrar estas canciones más que nunca, porque sabemos lo que nos ha costado terminarlas. Hay que soltar a los perros. No habrá proyecciones ni rayos laser, desde luego”, anticipa.

Ahora que cruzó la barrera de los 50, Quique González sigue conservando algo de ese chaval audaz que conquistó al público guitarra en mano. “De momento, me siento joven”, declara. “Por lo menos no me siento suficientemente viejo. Recuerdo que cuando empecé con 25 años, gente como Serrat o Sabina, que tendrían entonces la edad que tengo ahora, me parecían superveteranos. Pero las cosas han cambiado: ves a Dylan con 80 haciendo ciento cincuenta conciertos al año y dices, bueno, si la salud me respeta, aún me queda un tiempo aquí. No creo que esté cerca de jubilarme”.