Música

Manolo García: “¿Mi vida privada? No me apetece contarla. Hay un morbo malsano”

Manolo García presenta su disco ‘Dapraires poligoneros’.. Uppers
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En el tetris profesional de Manolo García no quedan huecos por rellenar. Después del disco que publicó con El Último de la Fila a finales de 2023 (Desbarajuste piramidal) y antes de la gira con la que recorrerá España junto a su antiguo compañero, Quimi Portet, García ha tenido a bien completar su apretada agenda con un nuevo álbum en solitario. Se titula Dapraires poligoneros, hace el número diez en su discografía, lleva aparejada gira propia (de noviembre a enero) y rebosa escenas urbanas cotidianas esculpidas a ritmo de rock, un tanto más lento que de costumbre, pero no menos eléctrico.

La reciente experiencia con El Último y los recuerdos revividos con Portet no han condicionado su regreso al estudio como solista. “Ha sido muy natural”, dice. “Son compartimentos estancos. El Último es un trabajo de equipo; esto no tiene nada que ver. Me apetece todo. Hablamos de dos propuestas en las que participo como compositor y cantante. Hacer música es un anhelo mío desde jovencito: con 12 años, en vez de jugar al fútbol, hacía canciones. Me iba juntando con los chavales a los que gustaba la música. Esas ganas siguen ahí, ese resorte que se dispara cuando oyes una canción bonita, un piano, una melodía… Veo un buen disparo a portería y no me llama tanto la atención”.

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“Todo lo que produzca alegría y placer a las personas —añade— es muy respetable. A menos que sean cosas disparatadas. El estar contento me gusta. Acabé mi gira en enero en Valencia y me dije: ‘¿Hasta el año que viene voy a estar parado? No, voy a terminar el disco, que tenía trabajado, y voy a hacer conciertos”.

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Atribuye la cadencia más lánguida de sus nuevas canciones a un efecto de la madurez. “Se da en todas las bandas y solistas que van cumpliendo años”, alega. “Los ritmos rápidos son una cosa de energía juvenil. Estas canciones son más pausadas, pero intensas en guitarreo. Es una banda eléctrica y es un disco bastante rockero; pausado, eso sí”.

El tema que da título al disco está cantado en catalán; no es la primera vez que García entona en esa lengua, pero nunca antes le había dado tanto protagonismo. “No hay una motivación directa, ni una idea cerrada”, explica. “Soy castellanoparlante, porque en mi familia se ha hablado castellano siempre, pero he nacido y me he criado en Barcelona y hablo catalán. La diversidad cultural, el enriquecer y sumar, es bueno, y como en biología, cuanto más lío haya, mejor; cuanta más estrechez, peor. La diversidad es magnífica para mí. En este estado hay cuatro lenguas, ¿por qué no usarlas?. El lenguaje me entusiasma, soy muy lector, y me provoca un algo especial la explosión verbal”.

Pone algunos ejemplos: “La palabra ‘morciguillo’, que uso en el disco, existe en castellano. Es lo mismo que ‘murciélago’. En el pueblo, de niño, decía: ‘Voy a subir al desván’, y mi madre decía: ‘No, hijo, que hay muchos morciguillos’. Me vino a la mente escribiendo letras para este disco. Tengo amor por el lenguaje, el máximo exponente de la comunicación. Iba un día conduciendo hacia el estudio de grabación, veía polígonos, y pensé: ‘Somos todos drapairas’, que es como decir ‘traperos’. Y escribí la letra al llegar al estudio”.

Un incombustible del rock español

Veintisiete años lleva Manolo García grabando en solitario, desde aquel imprescindible Arena en los bolsillos, de 1998. Pese a lo grueso de su discografía y el hecho de que ya ha cumplido los 70, aún sabe cómo inspirarse para componer. “Supongo que del cúmulo, del almacén que llevas a cuestas en el disco duro”, dice. “Tiras de toda esa acumulación de cosas que has vivido. Está ahí y lo vas sacando. Otro aporte absolutamente necesario es la curiosidad: el seguir siendo observador. El mundo siempre ha sido igual. Cuando voy a Mérida y veo el busto de un emperador, cambiándole el peinado y la toga, somos igual. En lo físico es así, y en lo anímico también. Somos mezcla de luces y sombras. No hay mucho más. El comportamiento humano es una cantera para los compositores”.

Cantante, compositor, pintor, escritor… Toca muchos palos y lo hace con éxito. Suficiente para que cualquiera se creyera un genio. Sin embargo, da la impresión de que nada puede hacer que García deje de tener los pies en el suelo. “Igual soy un poco cabeza de alcornoque y no necesito que nadie me dore la píldora ni me gusta que nadie opine. Puedo admitir una opinión, porque no soy infalible, pero me llevo bien conmigo mismo, procuro no castigarme demasiado. Practico una cierta parquedad en todo; los excesos no son buenos. Mis picos son musicales, de arte, soy un exagerado en lo mío. Me gusta un pintor y puedo ir a verlo en un año siete veces. Me gusta Wilco y escucho todos sus discos. Ahora bien, todo lo demás, tener una corte…".

Ni siquiera apuesta por una estética de estrella del rock. “Me he puesto esta camisa [estampada, de motivos orientales] porque me gustó, la vendía un señor que trae cosas de la India, pero no me siento artista; me siento un ser humano que tiene la suerte de poder hacer lo que le gusta y ganarse el pan con ello. Y parece ser que eso da alegrías a otros. Pero no me envanezco. Mi día a día es muy sencillo. No necesito estar en lugares de moda. Para mí el placer de la vida es pintar; me abstrae del mundo. Leo mucho. Después de desayunar puedo componer o coger un libro y empaparme de su energía. No tengo tiempo para el postureo”.

Hijo del rock de los setenta —entró en su primera banda, Materia Gris, en 1972—, y abierto de mente, cabe sospechar que Manolo García, de haber pertenecido a una generación posterior, haría música también de corte andaluz pero muy diferente… ¿Tipo Rosalía? “No lo sé”, responde. “Soy persona inquieta, atrevido y obstinado. Está bien probar cosas nuevas, arriesgar un poco. Todos somos hijos de nuestra generación, de lo que flota en el ambiente. Crecí oyendo a Led Zeppelin y a Serrat; de niño, a Antonio Molina. Unos señores que cantaban muy bien. Somos esponjas, y si tienes capacidad de crear, se refleja todo eso. Los dioses se apiadan de nosotros en este valle de lágrimas, y de sonrisas también, y nos echan unos regalitos: la cultura, el arte, momentos de esparcimiento y gozo. Las décadas se suceden, y cada equis años surge un Camarón, un Paco de Lucía, unos Led Zeppelin… Los dioses son generosos”.

En todos estos largos años como profesional de la música, poco (por no decir nada) se sabe de la parcela personal de Manolo García. Esfera que se empeña en proteger, aun cuando en multitud de ocasiones para entender la obra de un artista es necesario conocer su vida. “El público no necesita entender mi obra; solo disfrutarla”, zanja. “Si eso se da, estupendo. No creo que sea necesario. En mis discos decidí que no saldría en la portada. Lo importante es lo que hay dentro, las canciones, no yo”.

“Soy un ser humano —prosigue—, pero mi vida da igual, no te va a aportar nada, no vas a aprender nada de mi vida. Quizá hay suerte y aprendes algo de mis canciones. No puedo desnudarme, me parecería indecoroso y fuera de lugar. He de decir que de muy jovencito, antes de saber lo que era la popularidad, ya era una persona discreta. Fuera del foco da igual lo que haga. A veces hay un morbo malsano, un poco sucio… No sé, simplemente no me apetece contar nada. Lo único que puedo ofrecerte son canciones. ¿El resto? Caspa, caries, halitosis, aerofagia; como todo el mundo”.