Música

Ana Curra, reina punk de la Movida: “Intenté superar la muerte de mi novio anestesiándome con heroína”

"Estéticamente soy vanguardia siempre", dice Ana Curra.. Uppers
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La movida madrileña habría sido peor sin Ana Curra. Desde finales de los setenta, esta teclista de San Lorenzo de El Escorial (Real Sitio al norte de Madrid) estuvo en pleno meollo: fue miembro oficial de Alaska y los Pegamoides, Parálisis Permanente y, más tarde, Los Seres Vacíos. El destino la situó también en amargos escenarios: conducía el coche en que falleció Eduardo Benavente (Parálisis Permanente), su novio. La tristeza por su muerte la arrastró a la heroína; se hizo adicta y sudó para salir. En el matalotaje de feísmo que dominaba la nueva ola, Ana Curra era la chica atractiva de la que todos se enamoraban. A sus 66 años, su estética punk extrema, como de dominatrix, sigue contrastando con la dulzura de su voz. Y reedita uno de sus discos en solitario, Volviendo a las andadas, de 1987.

Conviene recobrar el aliento tras semejante historial, del que hemos dado solo retazos. Comento a un amigo, Santi Rex, cantante de Niños del Brasil, que voy a entrevistarla. “¡Está en su mejor momento! Le tengo mucho cariño”, me dice. ¿Estás en su mejor momento?, pregunto a Ana. “Es un momento muy dulce y bueno —responde—, y con mucha rebelión por lo que estamos viviendo. Ahora hay mucha confusión y unos personajes muy tiranos en el sentido ideológico, como Trump, Netanyahu, Bolsonaro y Putin. En mi último single, ‘Activista de la idiotez’, hablo de este momento absolutamente triste para la especie humana”.

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No ha aplacado el tiempo a esta educada pianista, que sigue considerándose adalid del punk. “Musicalmente soy muy abierta, tengo muchísimos registros”, explica. “Sigo escuchando todo tipo de música. Pero mantengo algo que podría llamarse esencia punk en cuanto a que no soy políticamente correcta en absoluto, me la suda, y tengo la total libertad de no dejar que lo que he conquistado me lo arrebate nadie. Y con mucho sentido crítico, lo que es característico del punk. Y estéticamente, soy vanguardia siempre. La ética y la estética van de la mano”.

El disco que ahora se relanza, Volviendo a las andadas, vio la luz después de que sus primeras bandas cesasen su actividad. “Fue una propuesta de la compañía. Alaska y los Pegamoides habíamos salido de Hispavox, pero a la discográfica interesaba tanto el personaje de Olvido [Gara, Alaska] como el mío. Yo tenía una maqueta con cuatro canciones y no sé de qué manera llegó a sus manos… No me acuerdo. ¡Eso pertenece ya a otra vida!”, bromea.

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Fue durante una gira por Latinoamérica el año pasado cuando Ana Curra detectó el interés del público por las canciones de aquel álbum. “¡Se las sabía todo dios! Se ve que la compañía lo vio reflejado en las escuchas y me propusieron sacar una reedición porque estaba descatalogadísimo”, dice.

La hija punk del farmacéutico

Ana Isabel Fernández (su nombre real), hija del farmacéutico de San Lorenzo de El Escorial, descubrió el rock gracias a sus hermanos mayores. “Vengo de un sitio muy regio —dice—, pero a la vez muy siniestro, por las leyendas de Felipe II… Ese nubarrón que tiene encima la ciudad es brillante y oscuro a la vez; algo fascinante. Me vengo a estudiar, y tengo dos hermanos mayores a quienes sigo en esto de la música, y me llevan a los primeros conciertos. Y lo que estaba sucediendo aquí era Kaka de Luxe. Luego salieron Los Secretos, Nacha Pop, Radio Futura… Empiezo a moverme por el Pentagrama, El Sol, y tengo la fortuna de vivir esos momentos eléctricos y emocionantes en Madrid”.

Durante un concierto de Zombies en El Sol, Carlos Berlanga, extasiado por su belleza, le preguntó si sabía tocar algún instrumento. Ana Curra es pianista de conservatorio. Así entró en Los Pegamoides, escisión de Kaka Deluxe. Dos cosas distinguían a Ana Curra esos días: la primera, que, a diferencia de la mayoría de músicos de la movida madrileña, sabía tocar; apreciación que no desmiente pero matiza:

“Muchos eran malos músicos porque estaban empezando a tocar —dice—, pero había mucho de ingenio, intuición y frescura. Oigo el disco primero de Los Pegamoides y no me parece que haya músicos malos detrás, porque para mí músicos malos son los que no me transmiten nada. Lo mismo con los primeros discos de Nacha Pop, Radio Futura… No eran virtuosos, pero tenían algo muy valioso que era el ingenio y la capacidad de transmitir, lo que es mejor que si se sale de un conservatorio. Lo sé porque he estado en ambos lados. Como todo, la música requiere un tiempo de aprendizaje, pero las ideas estaban ahí”.

Lo segundo que hacía de Ana Curra un personaje único era su atractivo. Cuando hace veinte años yo preparaba mi libro sobre Enrique Urquijo, su hermano mayor, Javier Urquijo (componente de Los Secretos en los tres primeros discos), me dijo: “Todos estábamos enamorados de Ana Curra”.

“Eso marca un poco —concede ella—, en el sentido de que hay gente que, en la primera impresión, piensa que yo era la niña mona que estaba en Alaska y los Pegamoides y al lado de Eduardo Benavente. Tenía cierto misterio mi personaje, y me gusta más que vieran eso que a una niña mona. Soy la autora de todas las letras de Parálisis Permanente, y quien lo sabe es consciente de que tenía algo más que la imagen. La mayoría de músicos, cuando te conocían, se daban cuenta de que no eras una niña florero”.

El primer álbum que grabó fue Grandes éxitos, el debut de Alaska y los Pegamoides (1982). En su portada destacaba por su chupa de cuero, lycra magenta y cabello negro cardadísimo con laca. “Mis padres lo vieron con un poco de extrañeza”, confiesa. “Lo más que me pasaba era que al salir de casa, mi padre decía: ‘Quién sale primero, tú o yo?’. Para que no nos vieran juntos. Nunca me lo tomé a mal, lo entiendo perfectamente. Pero por otro lado soy su hija favorita”.

La cabeza visible del grupo era, por supuesto, Alaska, quien no es una cantante portentosa, no toca ningún instrumento y su aspecto físico difiere bastante del de Ana, pero que, sin embargo, se convirtió en un personaje superpopular. ¿Siente celos de Alaska? “No, no, en absoluto”, responde. “Nada más lejos de mi realidad. Nunca he querido llevar el camino de Alaska, a quien respeto a muerte. Es amiga mía y ha sido compañera en los años de descubrimiento de la vida y la música. Siempre la tendré en mi corazón. Pero luego cada uno busca su camino”.

“No he querido ser una persona tan mediática o popular —prosigue—, no me ha interesado esa liga. Lo que me interesa es la música. Habría sido una desgraciada siendo un personaje así. Me encanta salir con mi perro todos los días a las ocho de la mañana y no tener que ir parándome para hacerme fotos. Me gusta la música, que es mi lenguaje; debo tener feligreses para continuar en esto, pero no quiero ser un personaje tan mediático”.

En 1981 formó Parálisis Permanente con su compañero en Los Pegamoides Eduardo Benavente, con quien además mantenía una relación sentimental. Eran el paradigma del pospunk en España. Por desgracia, el 14 de mayo de 1983, y viajando de León a Zaragoza, el coche que conducía Ana, y en el que viajaban Eduardo y el batería Toti Árboles, se salió de la carretera a la altura de Alfaro (La Rioja) y Eduardo, que tenía 20 años, murió.

“Yo era muy joven, y cuesta asimilar una cosa tan inesperada”, dice Ana. “Había mucha tormenta. Conducía yo, la única con carné. No funcionaba el limpiaparabrisas, así que paré en un pueblo para arreglarlo. Salimos de allí y no entendí cómo sucedió. Fue un reventón de una rueda, que hizo que saliéramos de la carretera y volcásemos. No comprendía que eso hubiera sucedido de golpe y porrazo, y dudé de si me había quedado dormida, pero no fue así. Me costó mucho superarlo: Eduardo era mi amante, compañero de música, de vida, vivíamos juntos, éramos jóvenes, guapos, estábamos triunfando… Se me vino el mundo encima, tuve juicios, y me costó muchos años superar sobre todo su ausencia y su muerte”.

Encontró consuelo en la heroína. “Fue a raíz de aquello. Me fui anestesiando con la droga, busqué ahí mi cobijo. Porque la heroína es un calmante. Antes de eso nunca la había necesitado. Pero el recorrido hasta que se erradica una adicción es largo, porque lo dejas, recaes… A Enrique Urquijo le pasó eso y por desgracia no pudo salir. Fue un recorrido muy parecido al de Enrique. Yo tuve la suerte de superarlo”, cuenta.

Más que capacitada está para resumir qué representó la movida madrileña. “Fue un júbilo generalizado —define—, con las avanzadillas del arte y de jóvenes con ganas de vivir deprisa. Una explosión: es la botella de champán que se descorcha, el burbujeo de una sociedad castrada. Tuvimos la suerte de ser jóvenes entonces, y los días y las noches se sucedían en plena ebullución, festejando el final de cuarenta años de dictadura”. En la actualidad, Ana Curra está terminando un nuevo disco, con colaboraciones de artistas jóvenes: Ana Curra y los 13 Apóstoles. Lo presentará el 23 de enero en el Teatro Eslava de Madrid.