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Loquillo, tras la muerte de Robe y Jorge Ilegales: "Están silbando las balas por encima de mi cabeza"

Loquillo en uno de sus conciertos. (Getty)
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Loquillo (Barcelona, 1960), “en el umbral de los 65”, reconoce que atraviesa un momento que no había vivido “nunca desde que empecé en esto”. No habla de ventas ni de modas: habla de pérdidas. En una entrevista a El Confidencial, sitúa el golpe con dos nombres propios, el de Jorge Martínez (Jorge Ilegal) y el de Robe Iniesta, y lo traduce en una imagen de superviviente: “Están silbando las balas por encima de mi cabeza y yo me tiro al suelo”. 

La frase llega después de un detalle casi novelesco (y, por eso, devastador), puesto que afirma que pudo despedirse de Jorge y que “al día siguiente, a las cuatro de la mañana”, le llamó el mánager de Robe para decirle que había muerto. No se trata tan solo de vivir el duelo, sino que también se trata de sobrellevar la sensación física de que el tiempo se ha acelerado y de que, cuando caen dos tótems seguidos, el que queda en pie escucha la metralla más cerca.

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Dos muertes en dos días

Los detonantes de estos sentimientos son recientes y están fechados. Jorge Martínez, líder de Ilegales, murió el 9 de diciembre de 2025 a los 70 años, debido al cáncer de páncreas que padecía. Robe Iniesta murió el 10 de diciembre de 2025 a los 63 años, y padecía “una enfermedad”, según su mánager, desde hacía unos meses. 

Con ese calendario, Loquillo está lejos de hacer literatura: está poniendo palabras a un vértigo generacional. “Estoy en una edad en que puedo morir en cualquier momento”, dice, y lo remata con una idea que suena menos a drama que a inventario: “la muerte forma parte de la vida”. 

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El rock y la actitud

En la misma conversación, Loquillo separa dos capas que hoy se confunden: estética y actitud. “El rock como estética está más presente que nunca”, afirma, y enumera un panorama donde el look se multiplica mientras el gesto se diluye. Ahí enlaza con los recientes golpes: “hemos recibido dos golpes muy duros… las muertes de Jorge Ilegales y Robe”. 

Al hablar de ellos no los convierte en santos, pero sí los usa como prueba. Dice que ambos “han sido un ejemplo” de lo que considera irrenunciable en un artista: ser individual, mantener la forma y la manera “hasta el final”. Para también deslizar una queja amarga sobre la memoria selectiva, cuando asegura que ha visto a medios hacerse eco de la muerte de Jorge y Robe “que jamás en la puta vida los habían sacado”. 

No es que Loquillo haya sufrido un lapsus y una pataleta, fruto del dolor por el duelo, sino que se trata de una pregunta incómoda sobre cómo se construye el relato cultural. ¿Cuándo se escucha de verdad a alguien? ¿Mientras está vivo, o cuando ya no puede responder?

“No es que acojone: es que es la vida”

La bala que silba, en su frase, no es solo la muerte ajena: es el recordatorio de la propia. Loquillo cuenta que tiene “muchos ángeles de la guarda” que lo han sacado de situaciones difíciles, y que intenta devolverlo. En ese contexto llega su declaración más cruda: la llamada de madrugada, el sobresalto, el tirarse al suelo. Y enseguida, el cierre sin épica: “No es que acojone, es que es la vida”. 

Esa frase, leída hoy, funciona como un manifiesto para todos aquellos que ya han pasado varias pantallas: la de los ídolos que envejecen, la de los amigos que empiezan a irse, la de la conciencia de que el cuerpo, ya sea propio o ajeno, no negocia. Loquillo lo convierte en consejo práctico, casi doméstico: pensar “en irse de la mejor manera posible y dejando las cosas lo mejor posible”. 

No es casual que lo diga ahora. En menos de 48 horas se apagaron dos nombres que, para muchos, eran parte del mobiliario emocional del país. Y cuando el mobiliario cruje, uno entiende lo que Loquillo expresa sin eufemismos: que el rock quizá siga vivo como vestuario, pero que sus corazones legendarios, los de verdad, no son infinitos.