La sorprendente historia del aplauso: nació como señal de respeto y acabó siendo espectáculo

El aplauso es un gesto que está muy arraigado en nuestra cultura, nos sale casi solo ante algo que disfrutamos
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MadridHay momentos en la vida en la que el cuerpo nos pide un buen aplauso. Normalmente, se produce casi de forma natural tras una actuación memorable, pero no son pocas las ocasiones en las que los pequeños momentos del día a día son también recibidos con un aplauso, como al entrar el invitado estrella a una fiesta sorpresa o tras cantarle el cumpleaños feliz. Ese aplauso suele ir acompañado de vítores.
Después de una obra de teatro es tradición una gran ovación y en algunos festivales de cine, los aplausos tras la película se han convertido en una manera de medir el éxito que se espera que tenga el filme o el reconocimiento que merecen los actores por sus actuaciones. Algo nos gusta mucho, nos entusiasma y las manos empiezan a picarnos por las ganas de aplaudir.
No hace falta que sea una ovación cerrada, también es habitual que haya gente que aplauda al reír, de forma discreta al recibir su comida en un restaurante o de forma nada discreta cuando el piloto del avión consigue aterrizarlo y llevar a todos los pasajeros a destino de forma segura. Es algo tan integrado en nosotros, nuestra cultura, que no son demasiados los que se preguntan: ¿Cómo surgieron los aplausos?
Aplauso: nació como señal de respeto y acabó siendo espectáculo
Tal y como sucede en muchas ocasiones, no se sabe a ciencia cierta cuál fue el primer momento en el que se empleó el aplauso, pero es un acto que va mucho más allá de hacer ruido chocando las manos, es una forma de compartir emociones con otras personas.
Un gesto que ya se lleva empleando desde tiempos inmemoriales, ya la Biblia habla de los aplausos como muestra de alegría y adoración. En el Imperio Romano, se aplaudía durante los discursos o actos públicos, lo que reforzaba la figura y autoridad del gobernante. De hecho, se sabe que solían contratar a grupos de personas o laudiceni para que aplaudieran estos discursos y diera la sensación de aprobación colectiva. Con el tiempo pasó a emplearse también en el teatro, para premiar el talento o pedir un bis.
El aplauso como señal de aprobación ante un espectáculo se ha mantenido desde entonces, incluso reforzándose a lo largo de la historia, pues se han llegado a contratar aplaudidores que dirigían la ovación en espectáculos y obras. El aplauso tiene cierto elemento de contagio social, si alguien empieza un aplauso es raro que la sala al completo no lo continúe. Proporciona un sentido de pertenencia y crea una conexión entre quienes lo comparten, una conexión inmediata.
Del mismo modo, una vez que se empieza el aplauso no es sencillo saber cuándo parar. “En Cannes, nadie quiere ser el primero en dejar de aplaudir, principalmente por no ser visto, o filmado, como el que rompió el entusiasmo colectivo”, explicó en 2013 el profesor de biofísica molecular, Richard Mann, en la BBC. Consideraba que la duración del aplauso no estaba tan relacionada con la calidad de una actuación como con ese elemento de contagio social.

