Willy Mulonía, campeón de la carrera de bici más extrema del mundo: "Me parece más fácil ganar con 50 que con 30"

Willy Mulonia, con su bici, durante la Iditarod 2025
Mulonia en acción en Alaska
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Pedaleaba en medio de la nada, entre ventiscas y temperaturas que rozaban los -50 °C. Esta vez al menos lo hacía con la experiencia que dan más de dos décadas acudiendo a disputar la Iditarod Trail Invitational, la carrera en bicicleta más dura del mundo sobre nieve y hielo, en la que la misión de los participantes pasa por cruzar Alaska en invierno. En total, algo más de 1000 millas (1600 kilómetros) en absoluta autosuficiencia. 

Esta vez Willy contaba, además, con la compañía de su hermano y un amigo del alma. Viento, nieve, hielo, frío, incertidumbre y la posibilidad de alcanzar la meta el primero, algo impensable la primera vez que fue, pero que con el paso del tiempo se había convertido en un objetivo, incluso después de haber estado a punto de dejarse la vida entre los lagos helados allá por el año 2000.

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Así de cruda y honesta es esta carrera. Si tienes un accidente, nadie tiene la obligación de ir a buscarte. Eres tú, con tu bici y contra la naturaleza. Willy Mulonía (1967), aventurero italiano afincado en España, lo tuvo hace 25 años años y a punto estuvo de no contarlo. Ahora presume de ser el ganador de la edición de 2025. Pero su historia —lo reconoce él mismo— no va de medallas ni de banderas en la meta. Su historia va de renacimiento -tal y como explica en su libro ‘Buscando el norte’-, y nos la cuenta en una concurrida cafetería de Navacerrada, justo antes de irse a entrenar porque dentro de unos días parte hacia Japón para rodar un documental. Por supuesto, su bicicleta viajará con él.

Willy, junto al resto de participantes en la salida de la carrera
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“Siempre he dicho que la clave para una buena competición es dormir bien y alimentarse bien", cuenta con la serenidad de quien ha comprendido la diferencia entre vencer y sobrevivir. "Con la edad, la privación de sueño me pasa mucha factura. Ya no la aguanto igual. Si tengo que apretar, aprieto y no duermo, pero me cuesta mucho", continúa un Willy que se detiene a saludar a cada paso que da por el pueblo antes de llegar al local.

Conocer su cuerpo es conocer su territorio. Antes de cada etapa, antes de cada aventura, Mulonía planea los lugares donde dormirá. No es casualidad: en la Iditarod, donde hay tramos de 300 kilómetros sin nada más que nieve y viento, dormir bien puede ser la diferencia entre avanzar o ser un número más en las estadísticas de abandono. Él sabe que eso ya no le va a pasar.

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Una cama a medio metro de profundidad

Él busca los bosques de abedules. Porque su corteza enciende rápido, porque amortigua la nieve. Porque debajo de un abedul, con un fuego encendido y un lecho excavado a 50 centímetros de profundidad, Willy construye algo más que un refugio: construye su casa.

"Mi saco huele a mí. Antes de ir a Alaska, duermo en él cada semana para impregnarlo de mi olor. Es mi hogar. Me ayuda a relajarme. Además, tengo todo planificado. El viento, a medio metro por debajo del suelo, no me va a molestar, así que lo preparo todo para no tener que salir de ahí y dormir seis o siete horas bien", explica.

Willy, completamente abrigado y con la cámara frontal

Todo está previsto. Hasta la botella vacía que guarda dentro del saco para no tener que salir a orinar a -40 ºC. También la cena, que pueden ser lentejas o lasaña, así como un picoteo a base de regañás.

Esos son sólo algunos de los detalles que llevaron a Willy a cruzar la línea de meta de la Iditarod en primer lugar, pero no fue precisamente por un sprint de última hora ni un golpe de suerte. El triunfo es la consecuencia de más de dos décadas de esfuerzo, caídas, renuncias y aprendizajes. "Hace 26 años tenía otra mente. No tenía experiencia, no sabía traducir el conocimiento en práctica real. Todo eso ha crecido con el tiempo".

La experiencia, insiste, no es solo técnica. Es táctica mental. Es saber cuándo atacar, cuándo resistir, cuándo apostar. Y sobre todo, es saber esperar. "Me parece más fácil ganar ahora, con cincuenta y muchos, que con 30. Porque ahora me lo creo. Antes pensaba: esto es imposible para mí".

Me parece más fácil ganar ahora, con cincuenta y muchos, que con 30. Porque ahora me lo creo. Antes pensaba: esto es imposible para mí

Willy Mulonia

Su mentalidad cambió cuando dejó de ver para creer y empezó a creer para ver. San Agustín, no Santo Tomás. Actuar en base a las propias convicciones, no esperar a que el mundo dé permiso.

Un lugar icónico

En Shaktoolik, a 200 millas del final, en un lugar icónico ya que es donde perdió la vida el mítico Félix Rodríguez de la Fuente, Willy lo tuvo claro: había llegado el momento de atacar. Sus compañeros, Roberto y Tiziano, confiaron. Los estadounidenses, locales de Fairbanks y Anchorage, titubearon. Cometieron el error de pedir consejo a aldeanos que jamás se habían planteado siquiera una ruta similar y que pocas o ninguna vez habrían salido de su aldea. Dudaron del viento, del frío, de sus propias fuerzas.

Willy, junto a otros participantes, pedaleando sobre el hielo

Mulonía y los suyos, no. Se fiaron de su instinto, de su lectura del terreno, de los datos recabados por un encuentro casual con dos tipos en moto de nieve. Se lanzaron a cruzar la bahía helada mientras el viento soplaba a 60 km/h. Para quien ha pedaleado con ráfagas de 120 km/h en contra, 60 es poco más que una brisa.

Un bar perdido, un pacto

Los americanos, obviamente, les siguieron y unos y otros se encontraron, apenas a 30 millas del final, en un bar perdido en medio de Alaska. Es un lugar que solo abre cuando pasan los trineos de perros antes de la Iditarod y que cierra hasta el año siguiente cuando pasa el último participante. Tomaron una cerveza, una hamburguesa, y sellaron un pacto de no agresión: pedalearían juntos hasta la meta y entrarían a la vez.

"Yo no me fiaba un pelo", recuerda Willy, que llevó las orejas tiesas todo el trayecto. Pero llegaron. Los siete. Juntos. La escena final es tan épica como humana: pedaleando a más de 30 km/h sobre hielo puro, sabiendo que a un resbalón de distancia estaba el abismo. Pero también sabiendo que juntos habían construido algo irrepetible. "Lo importante no fue ganar, sino construir la victoria y compartirla. Fue un chute de entusiasmo y satisfacción muy importante. Compartirlo significó mucho. Para mí, marcó un antes y un después. Hicimos historia. Llevo 30 años construyendo alrededor del compartir y este momento dio sentido a todo", reflexiona Mulonía.

Ese espíritu, esa filosofía de vida, es la que ha guiado a Willy mucho hasta la victoria, pero también mucho más allá en Alaska… y en la vida.

Exceso de confianza

Sin duda, el punto de inflexión fue cuando, en el año 2000, tuvo una gravísima caída durante la carrera. “Tuve un accidente. Salí séptimo de un checkpoint, adelanté a todos, me creí primero. Pero nevaba desde hacía tres días. Los participantes locales reconocieron la nieve y yo no. Ellos volvieron atrás y yo. Me confié y tuve un gravísimo accidente. Por presunción e ignorancia”, rememora.

Me confié y tuve un gravísimo accidente por presunción e ignorancia

Willy Mulonia

“Estuve muy cerca de morir. Sentí pánico puro, perdición total. Sé que hoy no me pasaría, no reaccionaría igual por todo lo que he vivido y aprendido, pero aquel día me arrodillé y recé. Por costumbre, por cultura, por herencia. No lo sé, pero pedí ayuda así”, continúa.

“Fue casualidad, pero coincidió que me arrodillé justo antes de bajar a un lago congelado, que es una mancha blanca en medio del bosque y un vuelo protocolario de los Alaska Rangers me pudo ver. Si no, allí me habría quedado porque no me iba a rescatar nadie”, sigue narrando. 

Sé que hoy no me pasaría, no reaccionaría igual por todo lo que he vivido y aprendido, pero aquel día me arrodillé y recé

Willy Mulonia

“Cuando vi el helicóptero, me tumbé en forma de X para que me rescataran, pero en mi mente estaba pensando: ‘Si me ven, me tengo que retirar. Y soy primero de la clasificación’. ¡Me estaba muriendo… y pensaba en la clasificación! Tenía una guerra interna importante”.

“El helicóptero pasó, desapareció. Y me insulté: ‘Eres un gilipollas, te estás muriendo y piensas en eso’. Pero luego lo vi reaparecer. Dieron la vuelta. Salieron del bosque tipo Apocalypse Now. Vinieron, aterrizaron, bajaron dos tipos como armarios, me tiraron dentro con la bici y me llevaron al hospital. Y ahí fue el click. Me di cuenta de que si me hubiera muerto en aquel momento, me habría muerto triste. Vi claro que la vida que llevaba hasta entonces no era como yo quería. Fue un renacimiento. Cambió todo. Radical”, termina.

Willy, en un refugio

Un año después Willy hizo otro viaje, de Patagonia a Alaska, un viaje de agradecimiento y un viaje interior: “Estuve desde enero de 2001 hasta finales de 2002. Lo hice en solitario, pero nunca me sentí solo. Fueron unos 30.000 kilómetros, estaba físicamente solo, pero no emocionalmente. Sentía que tenía las riendas en mis manos. Muchas elecciones que hice en mi vida fueron por miedo a la soledad. Algunas incluso llevaron a mis padres a renegar de mí, pero ahora todo había cambiado”.

Dos proyectos

Tras este periplo, tras cruzar el desierto de Atacama en soledad y encontrarse a sí mismo, fundó PA-Cycling, su agencia de viajes en bici. "No soy quien señala dónde está un monte o cómo se llama un río. Estoy un paso detrás. Acompaño y dejo que la gente descubra por sí misma y se descubran a ellos mismos. Este tipo de travesías en bicicleta son potentísimas para descubrirse a uno mismo. Aparte del alcohol —in vino veritas— también existe cansancio veritas. Cuando estás cansado, es cuando te abres. Y si el acompañante está preparado, puede entrar y ayudar a escarbar. La mayoría de la gente que viaja con nosotros, no sabe por qué viene. Lo descubre en el viaje", comenta.

La mayoría de la gente que viaja con nosotros, no sabe por qué viene. Lo descubre en el viaje

Willy Mulonia

Porque Willy es mucho más que un guía. Durante la pandemia, mientras el mundo entero se encerraba en casa y la facturación de su agencia caía a cero, Mulonía decidió que no esperaría a que las cosas mejorasen. Se formó como coach profesional en la Universidad Autónoma de Madrid y creó un método basado en su experiencia vital.

El fuego de la cabaña de Alaska, el que tuvo que mantener encendido para sobrevivir a -50 ºC, se convirtió en metáfora. "La cabaña soy yo. Encender el fuego, cuidarlo, cortar la leña... es el cuidado que uno debe darse a sí mismo".

Con esta idea entre ceja y ceja, cada año lleva a un máximo de tres personas —solo tres— a Alaska (en invierno), Mongolia (junio) o la Pampa argentina (noviembre), a vivir una experiencia de autoconocimiento profunda, alejada del turismo convencional, en absoluta soledad y autosuficiencia. Se trata de su otro gran proyecto, The Cabin Coach, un formato revolucionario.

Allí no hay auriculares, ni música, ni likes de Instagram. Solo naturaleza, silencio y uno mismo. “No me llevo a cualquiera, tiene que haber chispa. Si no siento entusiasmo, lo digo y no empiezo contigo. Ir a recorrer la Patagonia en bicicleta con una única persona es una oportunidad… y un riesgo. A cada cliente lo investigo. ¿Por qué viene? ¿Para qué? ¿Es apto? Algunos son ciclistas competitivos y no me interesan. Prefiero uno que pedalee menos, pero esté abierto a la experiencia. Cribo porque quiero elegir, quiero llevarme a alguien sensible, no a alguien que lo vea como un check”, explica para después profundizar.

Willy, en el final de la Iditarod

“Son procesos largos. Tres sesiones antes, ocho días sobre el terreno y seguimiento después. No es coaching constante. Es observar cómo reacciona ante tareas básicas para sobrevivir. ¿Tienes miedo a hablar, pero no a cortar leña a -40 ºC? En medio de la nada, hay muchas emociones. Escucha, presencia y amor son imprescindibles para un proceso así. No todos se derrumban, pero sí la gran mayoría porque tienen un compromiso con el cambio. No soy consultor, ni terapeuta, ni mentor. No le digo qué hacer a la gente. Él tiene que darse cuenta, es la primera toma de conciencia. Luego debe decidir cuándo hacerlo y cuánto tiempo le va a llevar”.

No es coaching constante. Es observar cómo reacciona ante tareas básicas para sobrevivir. ¿Tienes miedo a hablar, pero no a cortar leña a -40 ºC?

Willy Mulonia

Hoy, cuando alguien le llama meses o años después de un viaje, para contarle cómo cambió su vida, cómo dejó un trabajo que odiaba, cómo se reconcilió con su familia o simplemente cómo aprendió a vivir más en paz consigo mismo, Willy sonríe en silencio.

“La Iditarod o cualquier otra aventura son sólo una metáfora aplicable a cualquier momento de la vida. La información que te puedo dar es en base a cómo yo lo he gestionado, cómo veo el territorio, cómo vivo las situaciones, cómo gestiono las emociones, pero si tú no encuentras tu forma de moldear esta información en base a tu personalidad, no avanzas. Siempre pongo este ejemplo: es como una persona con dos piernas. Una es la formación, estudiar y leer libros. Y la otra es la experiencia. Si das solo pasos con una, giras en círculo. La otra lo mismo. Solo experiencia sin formación, es otro compás. Pero si das pasos con las dos, sí avanzas”, reflexiona.

Si me quedo en el sensacionalismo, lo que he hecho es estéril. Pero si lo rompo en trozos pequeños y lo hago asimilable para otro, entonces sí sirve. Te puedo hablar de pedalear a -50 ºC, pero eso es anecdótico. Lo importante es el miedo que siento cuando veo el termómetro caer 5 o 6 grados cada media hora a mediodía y sé que esa noche llegaremos a -40 o -50. Ese miedo lo vivo allí… y también cuando mis hijos salen por la noche. Es el mismo miedo”, asegura un Willy.

Quizá ese sea el gran triunfo de Willy Mulonía: entender que la verdadera victoria no es cruzar primero una línea de meta, sino ayudar —y ayudarse— a cruzar las muchas metas invisibles que la vida nos pone delante.