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Esa suscripción mensual que ya ni recuerdas tener, pero sigues pagando. Ese gimnasio que hace meses que no pisas. Esa entrada comprada que no disfrutarás nunca. Olvidar todos esos compromisos económicos es algo más común de lo que puede parecer. Pero, ¿por qué lo hacemos? La respuesta está en un sesgo cognitivo bien estudiado: el coste hundido, que nos impide dejar ir lo ya invertido.

¿Qué es el "coste hundido"?

El coste hundido se define como una inversión pasada, ya sea de dinero, tiempo o esfuerzo, que no se puede recuperar. El problema surge cuando permitimos que esa inversión determine nuestras decisiones futuras, incluso cuando seguir con ella no sea lo más racional. Arkes y Blumer ya lo identificaron en los años 80 como una falacia bien arraigada en nuestra toma de decisiones.

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En definitiva, la falacia del coste hundido es nuestra tendencia a continuar con algo en lo que ya hemos invertido mucho, incluso cuando abandonarlo sería claramente la mejor opción posible.

Este sesgo existe por varias razones diferentes, bien arraigadas en nuestra psique. Por ejemplo, hablamos de la aversión a la pérdida, ya que psicológicamente, preferimos evitar perder lo ya invertido antes que ganar algo nuevo. Además también se trata de un compromiso emocional, ya que rendirse se siente como admitir un error o fracaso personal. A esto hay que añadir que solemos llevar por bandera cierto optimismo irracional, puesto que creemos que aún hay esperanza de recuperar lo perdido.

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Un ejemplo cotidiano que puede ilustrar este sesgo es cuando compras una entrada para un concierto caro y, aunque estés enfermo, decides asistir "para no haberla tirado", aun cuando el resultado posiblemente se convierta en una experiencia desagradable. También entrarían en esta categoría las suscripciones digitales, los gimnasios e incluso las relaciones sentimentales y proyectos fallidos. 

No se salvan de este sesgo ni siquiera las empresas, que también son susceptibles de caer en esta trampa. Un clásico es el proyecto Concorde: el Reino Unido y Francia siguieron invirtiendo miles de millones pese a las evidencias claras de su no viabilidad, más por no desperdiciar lo ya gastado que por lógica estratégica.

Cómo romper el sesgo y actuar con lógica

Según expertos en economía conductual, éstas pueden ser estrategias útiles:

  • Aplicar el “principio bygones”: ignorar lo pasado y evaluar solo los costes y beneficios futuros.
  • Cuestionar decisiones previas: preguntar “¿Qué me aporta esto ahora?” ayuda a romper la inercia emocional .
  • Establecer “recortes límite”: poner una fecha o un uso máximo (ej. “si no voy al gimnasio en 3 meses, lo doy de baja”).
  • Buscar una opinión externa: varios estudios señalan que perspectivas ajenas reducen la carga emocional del abandono .

¿El coste hundido es siempre malo?

Lo cierto es que no. Existen investigaciones que sugieren que en proyectos grupales puede consolidar el compromiso conjunto. La clave es distinguir entre inversión constructiva y trampas costosas que nos anclan a decisiones irracionales.

Sin embargo, en general, la trampa del coste hundido nos empuja a seguir pagando, asistir o invertir en actividades que ya no nos aportan nada. Liberarse implica reconocer esa inversión pasada, reformular la decisión bajo un criterio actual y dejar ir lo que ya no sirve.

En un mundo repleto de elecciones económicas y emocionales, acertar en estos pequeños recortes puede suponer grandes beneficios: menos gastos inútiles, más tiempo libre y decisiones más alineadas con tus intereses voluntarios. Porque, a veces, lo que ya se hundió no merece ser remolcado. Es hora de mirar hacia adelante.