Nana y Ana María o dar alojamiento gratis a cambio de compañía: "Ganamos las dos"

Ana María Sierra y Bibiana Gangoso durante su convivencia en casa de Biviana. Jorge Allende, Viure i Conviure
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Ana María recuerda con cariño el tiempo que estuvo conviviendo con Nana en Alcalá de Henares, en Madrid. “Fue muy bonito, yo venía de Colombia y estudiaba en la universidad de Alcalá, donde conocí el programa y me apunté. Resultó una experiencia vital intensa. Aprendí mucho de Nana, y también de mí misma, y me di cuenta de que el tiempo pasa deprisa, y que hay que aprovecharlo”, recuerda Ana, que hoy trabaja en la instalación de paneles solares para comunidades indígenas de su país. Ana y Nana (Bibiana) son dos de las personas que cruzaron sus vidas gracias al programa de convivencias intergeneracionales 'Vive y Convive', una iniciativa que surgió hace 30 años y que, con diferentes nombres y responsables, sigue cruzando destinos vitales desde entonces.  

¿Qué es?

La idea es sencilla. Por un lado, están las personas mayores que viven solas en sus domicilios. Por otro, estudiantes universitarios con dificultades de acceso a vivienda durante sus estudios universitarios. La organización recluta a los aspirantes, los entrevista y propone un encuentro para que se conozcan y den su consentimiento para empezar a convivir. El mayor comparte la vivienda con el estudiante y el estudiante hace compañía al mayor. Todo supervisado por el equipo del programa, que controla que las parejas sean compatibles, que la convivencia va bien y solucionan los posibles problemas que puedan surgir.

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¿Cómo es el contrato?

“Antes de que se formen las parejas, los aspirantes deben cumplir un examen para calibrar las características de cada persona y sus preferencias, y buscar así las parejas más compatibles”, explica Corina Mora portavoz del programa en Solidarios para el Desarrollo, la ong pionera del programa en España desde 1995.

“Nos aseguramos de que no haya malas interpretaciones y de que cada integrante de la pareja entienda bien las normas. Además, se firma un acuerdo entre las partes, previamente consensuado, claro, pero que ambas partes se comprometen a cumplir”, continúa.

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El programa deja claro que los estudiantes no son cuidadores, las personas mayores tienen que ser independientes. Los chicos deben tener su propia habitación, además de compartir los espacios comunes.

Por su parte los estudiantes se comprometen a compartir el día a día con la persona mayor en los tiempos acordados (un mínimo aproximado entre dos y tres horas diarias), y a estar en casa antes de las 22,30 horas, salvo un día a la semana que tienen de libre disposición.

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Los estudiantes no pagan alquiler, pero aportan una cantidad en compensación por los gastos que genera hasta un máximo de 120 euros mensuales, wifi incluido y colaboran con las tareas del hogar, recoger la cocina, lavar los platos o pasar la aspiradora. Estas normas son las habituales en los diferentes programas de convivencia entre estudiantes y mayores. En todo caso cada pareja acaba ajustándose a sus propias normas de convivencia, siempre dentro de los límites establecidos.

El caso de Nana

La soledad estaba haciendo mella en Nana, le rondaba el fantasma de la depresión, surgieron los miedos, y no se quedaba del todo tranquila por las noches: “Cuando estuve sola estaba deprimida y con la llegada de Ana me puse bien. Estoy muy feliz y sin necesidad de tomar pastillas, y ya no tengo miedo”, reconoce Nana, que a sus ochenta y tantos decidió apuntarse al programa Vive y Convive. 

Todos ganan

Para el geriatra Juan Carlos Durán, “el programa es bueno para los mayores porque actúa en todas las dimensiones del problema. La soledad no deseada provoca serias repercusiones en su salud psicológica y física, incluyendo aumento de depresión, ansiedad, y trastornos del sueño. Este aislamiento emocional es un factor de riesgo independiente de demencia y está vinculado con un deterioro cognitivo más pronunciado debido a la falta de interacción social y actividad mental. Además, la soledad puede llevar a deficiencias nutricionales por cambios en los hábitos alimenticios, así como a un incremento en la morbilidad y mortalidad derivados de eventos cardiovasculares. La convivencia con otra persona contribuye a aliviar estos problemas”.

Por otro lado, los jóvenes lo tienen difícil para salir de casa de sus padres. Según el informe Un problema como una casa del Consejo de la Juventud de España, solo el 14,8% de los menores de 30 años logran emanciparse, y entre los pocos que sí lo consiguen, nueve de cada diez lo hacen compartiendo piso. Más de un tercio de los menores de 30 años cobra menos de 1.000 euros al mes, unos ingresos de los que una buena parte se dedica a pagar el piso.

Según el estudio, el precio medio de las viviendas habitadas por menores de 30 años se sitúa en 755 euros, aunque el importe medio pagado por cabeza es de 467 euros. En estas condiciones se entiende que haya muchos estudiantes que vean la opción de convivir con una persona mayor como la solución a sus problemas.  

Para los chicos es un soporte importante, no solo habitacional, sino afectivo, emocional. Muchos de los estudiantes están fuera de sus entornos habituales, la mitad son de otro país, y encuentran un entorno tranquilo, familiar, un hogar que les da estabilidad”, explica Corina.

Recorrido

Las experiencias intergeneracionales son escasas, casi testimoniales, en España, a pesar de los importantes beneficios que reporta a ambas generaciones. Requieren un equipo de profesionales que gestionen y supervisen el proceso, y la sensibilidad y el cuidado tienen que ser máximos cuando se trabaja con personas mayores que viven solas.

“Siempre tenemos lista de espera de estudiantes. Ahora tenemos alrededor de 70 parejas conviviendo. La mayoría de las personas dispuestas a compartir su vivienda son mujeres, que solicitan también chicas. “El número de parejas ha caído bastante desde la pandemia. No es fácil que una persona abra su casa a alguien que no conoce. Pero muchas de las personas que han probado el programa repiten, como Edelvina, o Rosa, que han convivido con tres chicas distintas”, explican desde Solidarios. El ayuntamiento de Madrid financia el programa Convive en la capital donde participan varias universidades y donde lo gestiona desde hace 25 años la ong Solidarios para el Desarrollo.

A finales de los 90, la extinta Catalunya Caixa creo la Fundación Viure i Conviure que dio durante años una dimensión nacional al programa llegando a tener más de 300 parejas en muchas ciudades de España. Con la desaparición de Catalunya Caixa el testigo lo recogió la Fundación Roure, que desarrolla ahora el programa en Barcelona y en otras ciudades catalanas y mantiene 230 parejas.

También en Alicante, Castellón, Burgos, Palencia, Segovia, Soria, Valladolid, León, Ponferrada, Madrid, Málaga, Murcia, Salamanca, Ávila, Zamora, Sevilla, Vitoria-Gasteiz, Elche o Ponferrada están en marcha programas de convivencia intergeneracional, gestionados por distintas entidades. 

Cómo apuntarse

La mejor manera de informarse si en tu ciudad existe una iniciativa similar es preguntar en los servicios sociales del ayuntamiento, quien te pondrá en contacto con la entidad que gestiona el programa. Generalmente las instancias se resuelven antes del verano, y las estancias son de los meses que dura el curso escolar, pero si la cosa va bien, se puede continuar hasta acabar la carrera.

Vivir

Han pasado algunos años desde que Ana marchó a Colombia donde trabaja ahora, pero sigue manteniendo el contacto con Nana, y se llaman para charlar de vez en cuando. “El otro día recordábamos que en una ocasión nos hicimos juntas una mascarilla de piña, porque no se quién nos dijo que era buena para el cutis. Se nos fue la mano y acabamos tan pringadas que no veíamos absolutamente nada, cuánto nos reímos ese día”, recuerda Ana.