Los mitos de dormir la siesta en verano, según un experto: "No es verdad que engorde"
Hablamos con el doctor Eduard Estivill, neurofisiólogo y especialista en medicina del sueño
¿Quién ha dicho que solo se echan la siesta los españoles? Famosos que no perdonan una cabezadita
Con la llegada del calor, el cuerpo a menudo pide una tregua y, es en estas circunstancias cuando la siesta se convierte, para muchos, en un ritual casi imprescindible. Sin embargo, cabe plantearse ciertas cuestiones que hemos dado por ciertas de manera casi automática. Por ello, conviene repensar aspectos como ¿es realmente buena idea echar una cabezada cuando el termómetro alcanza los 35 grados? ¿Nos ayuda a rendir mejor o es contraproducente? Hablamos con el doctor Eduard Estivill, neurofisiólogo y especialista en medicina del sueño.
La siesta, especialmente durante el verano, es un territorio plagado de mitos, hábitos culturales e interpretaciones poco precisas que merece la pena revisar con una mirada científica.
Mito 1: “Dormir la siesta engorda”
Una de las creencias más extendidas es que dormir después de comer contribuye al aumento de peso. Sin embargo, no existe evidencia científica que respalde tal afirmación. Lo que sí se ha comprobado es que dormir la siesta en una posición completamente tumbada, inmediatamente después de una comida copiosa, puede dificultar la digestión y provocar sensación de hinchazón. Pero eso no implica que se produzca un aumento directo de peso.
“El problema no es la siesta en sí, sino el exceso calórico y el sedentarismo prolongado”, explica el Dr. Eduard Estivill, neurofisiólogo y especialista en medicina del sueño. “Una siesta corta, bien pautada, no solo no engorda, sino que puede mejorar el control de la glucosa y reducir el estrés”.
Mito 2: “Cuanto más larga, mejor”
En realidad en este caso lo mejor es completamente lo opuesto. La Fundación Nacional del Sueño de EE. UU. y el Instituto Europeo del Sueño coinciden en que las siestas largas, entendidas como de más de 60 minutos, pueden alterar el ciclo circadiano y provocar inercia del sueño, esa sensación de aturdimiento al despertar.
“La siesta ideal no debe superar los 20 o 30 minutos”, afirma la doctora Mercedes Carné, coordinadora de la Unidad del Sueño del Hospital Sant Joan de Déu. “Es tiempo suficiente para recuperar energía sin entrar en fases profundas del sueño, que dificultan el despertar y descompensan el sueño nocturno”.
Mito 3: “Dormir la siesta es cosa de vagos”
En muchas culturas, la siesta está asociada a la pereza o a la falta de productividad. Pero los estudios científicos apuntan en otra dirección. Investigaciones realizadas por la NASA han demostrado que una siesta de 26 minutos mejora el rendimiento cognitivo y la alerta en un 34% en pilotos y astronautas sometidos a turnos rotativos.
Además, en países con altos índices de productividad como Japón o Alemania están empezando a implementar “zonas de descanso” para empleados, reconociendo de esta manera que una pausa breve puede ser más eficaz que horas continuadas de trabajo y exigencia mental, sin tiempo de recuperación.
Mito 4: “Con el calor, es mejor evitarla”
El calor no es enemigo de la siesta, pero sí condiciona la forma de dormirla. Dormir en entornos mal ventilados o sin climatización puede afectar negativamente al descanso y generar más fatiga que beneficio. Sin embargo, una siesta breve en un lugar fresco o con ventilador puede ser incluso más revitalizante que una hora de descanso nocturno fragmentado.
Según la OCU, las mejores condiciones para una siesta veraniega incluyen:
- Temperatura inferior a 24ºC si es posible.
- Posición semisentada o en sillón.
- Luz tenue y sin dispositivos electrónicos encendidos.
- Evitar comidas pesadas o alcohol antes de dormir.
Mito 5: “La siesta es solo para personas mayores”
Aunque es cierto que las personas mayores tienden a dormir más durante el día por la fragmentación del sueño nocturno, la siesta puede beneficiar a personas de todas las edades. Los niños, por ejemplo, necesitan siestas más largas y profundas para consolidar el aprendizaje. Y en adultos, especialmente en aquellos que trabajan en turnos partidos o bajo estrés, una siesta estratégica puede ser un aliado para la concentración y la salud cardiovascular.
Un estudio publicado en Heart, la revista de la Sociedad Europea de Cardiología, ha demostrado que las siestas ocasionales de hasta 30 minutos están asociadas con un menor riesgo de enfermedades cardiovasculares, incluso en adultos jóvenes.
Claves para poder disfrutar de una siesta saludable
Si bien los mitos persisten, lo cierto es que dormir la siesta correctamente tiene beneficios probados, como reducir la presión arterial, disminuir los niveles de cortisol (hormona del estrés), mejorar el estado de ánimo y servir de refuerzo para la memoria y el aprendizaje.
Eso sí, para lograr todos estos efectos, la clave es la moderación y la adecuación al ritmo de vida. Dormir siestas largas en horario tardío puede provocar insomnio nocturno, especialmente en personas propensas a trastornos del sueño. También es importante prestar atención al lugar y condiciones en que se va a disfrutar de una siesta reparadora, ya que un calor excesivo, una postura incómoda o haber comido antes pueden afectar al resultado de este ‘pegaojos’.
¿Y si no puedo dormir, pero quiero descansar?
No es necesario dormirse profundamente para obtener beneficios. Lo que en Japón llaman “inemuri”, un estado de reposo consciente o con ligera somnolencia, también puede ser reparador. Según el Dr. Estivill, “basta con cerrar los ojos, reducir estímulos y respirar de forma lenta durante 10 o 15 minutos para que el cuerpo reduzca la actividad del sistema simpático y recupere energía”.
Todo esto deja claro que echarse la siesta en verano, o en cualquier otro momento del año) no solo es algo cultural: es biológica. Nuestro cuerpo experimenta un descenso natural de energía tras la comida, que se acentúa con las altas temperaturas. Dormir la siesta no es una señal de debilidad ni una amenaza para la productividad. Lo que sí puede ser perjudicial es hacerlo mal: a destiempo, con exceso de duración o en entornos poco adecuados.
Los mitos que rodean a este hábito están siendo desmontados uno a uno por la ciencia. Y lo que queda es un mensaje claro: si tu cuerpo te pide una pausa, escúchalo. Pero hazlo bien.
