Bienestar

Mariano Alameda, de actor juvenil a escritor: "En lo más alto del mástil del yate solo hace un frío del carajo"

Mariano Alameda en la actualidad. Singlantana
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Durante años, Mariano Alameda fue, para una generación entera, Íñigo, el eterno rebelde de 'Al salir de clase'. Sin embargo, su rostro hoy transmite otra clase de intensidad. No la del ídolo adolescente de los noventa, sino la del hombre que ha atravesado varias vidas y ha vuelto con una fábula bajo el brazo. Con el lanzamiento de ‘Fábulas que sanan’, su último libro, Alameda se confirma como algo más que un actor reconvertido: es un narrador de relatos simbólicos con una misión clara. “Una buena historia puede curarte”, afirma. Y él se ha dedicado a escribir veintiuna.

El camino invisible: del prime time al haiku

Cuando se le pregunta por el momento en que dejó atrás la televisión para adentrarse en la espiritualidad, la respuesta es suave, sin estridencias: “No hubo un momento exacto. La vida te va llevando. A los lados del camino encuentras cosas que te huelen mejor y te dejas llevar por la llamada”. Su paso del guion al simbolismo, de los personajes a los arquetipos, no fue una ruptura, sino una evolución natural.

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En realidad, nos cuenta que las fábulas estaban ahí desde antes de Íñigo, de las tramas juveniles, de los aplausos. “En mi vida personal, las fábulas y los poemas estaban allí desde niño, mucho antes que los guiones. Pero todas comparten el intento de transmitir historias”. Ese salto de interpretar a escribir lo ha dado Alameda sin miedo al ‘qué dirán’: “Hace mucho, mucho tiempo que aprendí que lo que la gente piensa de ti no tiene mucho que ver contigo, ni debe ser un objetivo propio. Todos estamos indefensos en la mente de los demás. No tiene ningún sentido intentar cambiarlo.” Para terminar con “ no tengo ningún interés en que la gente me tome en serio o no.”

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De esta forma, la transición hacia la psicología simbólica no fue un abandono del relato, sino un descenso a su raíz. Lo que antes era entretenimiento ahora se convierte en espejo. En lugar de personajes con nombre propio, ‘Fábulas que sanan’ está poblado por búhos atentos, castores estresados o ardillas indecisas. “Cada animal encarna un arquetipo, una sombra. El castor representa el estrés; el búho, la atención; la pantera, la duda sobre la libertad. No se elige al azar”.

Este uso simbólico de los animales tiene una larga tradición en la psicoterapia narrativa. La teoría dice que el relato simbólico permite acceder a conflictos inconscientes sin generar resistencias defensivas, lo que favorece el insight y el trabajo emocional.

El Árbol del Karma: identidad, sombra y redención

Uno de los conceptos que atraviesan el libro y la filosofía terapéutica de Alameda es el llamado “Árbol del Karma”. Lejos del fatalismo de la palabra, lo que propone es una herramienta para el autoconocimiento. Alameda desarrolló este sistema tras años de estudio sobre identidad y destino. No propone un dogma, sino una herramienta de autoindagación.

Para Alameda, huir de uno mismo es siempre una huida de una parte, de un fragmento que ha sido rechazado, a menudo en la infancia. Por eso, sus relatos se abren como caminos que regresan a ese punto inicial. “La primera fábula —Redención— y la última —Identidad— son las que más me conmueven. Por eso abren y cierran el libro”.

Esta estructura circular no es casual: evoca el viaje del héroe, el retorno a casa después de atravesar la sombra. En ese tránsito, el lector no solo se reconoce: se transforma. “Mucha gente me dice que esta o aquella fábula le ha resonado mucho y le ha dado mucho que pensar sobre cómo se comportan en la vida. De eso se trata: de encontrar cuál es la fábula que habla de ti”.

Para los niños, estas historias son cuentos con mensaje; para los adultos, como espejos simbólicos. “La inocencia permite escuchar sin procesamiento ni juicio. Los mayores enfermamos de 'creer saber'”, explica Alameda. Es una reivindicación del lector sano, capaz de abrirse al relato sin necesidad de codificarlo. “He intentado que pueda ser disfrutado de un modo universal”, dice sobre el tipo de lector que imagina abriendo el libro en la cama o en el metro.

Por eso no extraña que su animal más afín sea la pantera, símbolo de la identidad en conflicto. Ni que defienda el humor como vía terapéutica tanto o más que la meditación: “El humor es casi lo único contra lo que el ego no puede luchar. Humor y amor son las armas centrales de una vida satisfactoria”.

Por todo esto, queda claro que Mariano Alameda no reniega del actor que fue. Pero ha dejado de buscar los focos para buscar sentido. En lugar de protagonizar historias, hoy las susurra. Historias con patas, con plumas o con dientes. Fábulas que, como él mismo, no vienen a decirte quién eres, sino a recordarte que, si escuchas bien, ya lo sabías.