Cómo aprovechar el verano para acercarte a tus hijos sin que te repelan: “Lo que peor lleva un adolescente es la exigencia del afecto"
No se trata de un rechazo personal. Es neurobiología, es desarrollo
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A medida que los hijos se adentran en la adolescencia o pisan la veintena, muchos padres se encuentran con una paradoja desconcertante: cuanto más intentan acercarse, más parecen alejarse ellos. Lo que antes eran abrazos espontáneos, confidencias o planes compartidos se transforman, de repente, en monosílabos, hastío y puertas cerradas. Pero según la psicóloga especializada en desarrollo, apego y trauma, Cristina Cortés, autora de ‘En este mismo instante’, no es un rechazo personal. Es neurobiología, es desarrollo. Entenderlo, especialmente durante el verano, cuando hay más tiempo compartido, puede marcar la diferencia entre vivir en un conflicto constante o fortalecer un vínculo que, aunque sea silencioso, sigue latiendo.
“La adolescencia es una etapa con una conquista clara dentro del desarrollo, y esta es la diferenciación del sistema familiar y el encuentro con uno mismo.” explica. Ese proceso de diferenciación no es optativo; es necesario. Para el adolescente, la pertenencia al grupo de iguales se convierte en una necesidad biológica, al tiempo que renegocia, cuestiona e incluso rompe transitoriamente los vínculos de la infancia.
El cerebro adolescente necesita distancia… pero no desconexión
La desconexión aparente responde a procesos neurobiológicos que transforman, de forma real, la forma en que el adolescente percibe el mundo y las relaciones. “Es como si el cerebro estuviera reordenándose, como cuando hacemos limpieza en los armarios, y en el tránsito, todo es un caos,” señala Cortés. Durante este proceso de poda y proliferación neuronal, lo que antes generaba satisfacción, como era el caso del tiempo en familia o los gestos de cariño, se sustituye por el deseo de explorar fuera, entre iguales.
Cortés insiste en que, aunque resulte doloroso para los padres, “el adolescente debe poner distancia. Si no la pone, algo no va bien, no se está dando una buena diferenciación.” Lo que no significa que el afecto desaparezca, sino que se transforma en otra cosa: menos visible, más intermitente y siempre bajo las reglas de un equilibrio delicado entre autonomía y pertenencia.
“Lo peor que lleva un adolescente es la exigencia del afecto si no le sale de forma espontánea,” advierte. Frases como “es que nunca me abrazas” o “no me cuentas nada” son interpretadas como una presión emocional que solo genera más retirada. En su lugar, Cortés propone cambiar el enfoque: dejar de perseguir las muestras de afecto directas y estar disponible, presente, sin invadir. “Primero entender que es lo normal en esta etapa, y que hay que pasar por el desierto para llegar al oasis,” afirma.
Verano: la oportunidad de practicar la presencia serena
El verano, sin la rigidez de horarios ni las urgencias del año escolar, es un escenario privilegiado para redefinir la relación. “El éxito va a residir en respetar sus momentos y buscar actividades en las que se involucren y que les resulten atractivas, y tolerar las expresiones de hastío o el ‘qué pesada eres’,” subraya. Aquí el cambio de ritmo es también biológico: mientras los padres mantienen ritmos circadianos estables, los adolescentes experimentan desplazamientos en sus patrones de sueño, con tendencia a dormirse tarde y despertarse aún más tarde. Forzar sincronías solo añade fricción.
La clave es negociar, no imponer. “Negociando, cediendo, esa es la mejor forma. A través del modelado para que aprendan a ceder, a negociar, a perder y hacer algo por los demás,” explica.
Además, Cortés resalta el rol del humor y el juego compartido como un puente hacia la conexión emocional, incluso en estas edades. Lo ilustra con un ejemplo reciente: “Hace unos días, mi hija de 17 años y yo terminamos jugando a un juego en línea sobre empatía. Teníamos que responder a una serie de preguntas presuponiendo cómo respondería la otra. Resultó muy entretenido y celebramos los aciertos entre risas y bromas.”
Cómo cultivar el apego seguro… incluso cuando parece que no quieren
El verdadero indicador de que hay un apego seguro no es que el adolescente permanezca pegado a sus padres, sino todo lo contrario: que pueda diferenciarse con confianza. “Los padres con estilos de apego seguro toleran la discrepancia y la diferenciación, ayudan a transitar esta etapa. Se cuestionan sus opiniones y tienen en cuenta la de sus hijos,” resume.
Las señales están ahí, aunque sean sutiles: un adolescente que sabe expresar sus necesidades y opiniones, que puede discutir, argumentar y, sobre todo, que aunque priorice a sus iguales para calmarse o regularse, también puede recurrir a sus padres cuando lo necesita.
Para quienes sienten que la conexión se ha deteriorado en etapas anteriores, la psicóloga es clara: la reparación es posible, pero requiere honestidad, presencia y acción. “Primero debemos descubrir lo que no llegamos a cubrir adecuadamente… y sobre todo reparar con acciones, y ser capaces de mirarnos, a pesar de todo, con simpatía. Centrándonos no en la culpa, sino en las posibilidades que se abren.”
El verano, por tanto, no es solo una pausa. Es la oportunidad de practicar la versión más difícil, y más amorosa, de la crianza. Aquella en la que el amor se ofrece sin exigencia, la presencia se mantiene sin presión, y el vínculo se sostiene… incluso cuando parece que ellos no lo necesitan. Porque lo necesitan. Aunque no lo digan.
