¿Qué ocurre cuando el orden deja de significar paz mental y se convierte en motivo de tensión?
Irene, de 53 años: “No quiero seguir yendo detrás de él... Se ha acomodado demasiado”
Si alguien afirma que la convivencia en pareja será fácil, probablemente todavía viva solo. Vivir en pareja es mucho más que compartir un techo. Tiene que ver con unir dos formas distintas de ver la vida, de hacer las cosas, que, tarde o temprano, tendrán que buscar un equilibrio. Entre los muchos retos que surgen, uno de los más habituales es el del orden, no solo de limpiar o recoger, sino del interés real por mantener un espacio común cuidado, algo que para muchos es sinónimo de bienestar y calma.
Entonces, lo que para uno puede ser un detalle sin importancia, para el otro puede resultar motivo de malestar. Cuando esa diferencia se repite una y otra vez, puede desgastar la relación hasta el punto de plantearse su final.
Según la ‘Encuesta sobre reparto de tareas domésticas en parejas’ (CIS, 2023), la distribución de las labores del hogar se ha convertido en uno de los principales focos de conflicto, e incluso, comprometiendo la satisfacción y estabilidad para las parejas españolas, afectando a más del 40% de las familias encuestadas.
El estudio subraya que, más allá de mantener la organización o la limpieza, la participación en las labores domésticas se percibe como un reflejo del compromiso y la implicación de cada miembro en la vida en común.
Para enlazarlo con lo cotidiano, podemos pensar en voces más populares, como la de Marie Kondo, reconocida escritora y consultora, conocida en todo el mundo por su método de organización, lo expone en su libro ‘La felicidad después del orden’ (Aguilar, 2016):
“En unos casos, la superación de un complejo de inferioridad respecto a la capacidad para ordenar la casa infundió confianza a la persona que lo padecía, haciéndola más proactiva en el amor. En otros, el orden acentuó la chispa que ya había en su relación hasta el punto de proponer el matrimonio. También recibo información de clientes que, como resultado de haber ordenado la casa, decidieron poner fin a una relación. No importa la dirección que tomen los resultados; es evidente que ordenar también puede ayudarnos a poner orden en nuestra vida amorosa”.
Una relación en tensión
Todo depende mucho de la forma de ser de cada uno y de la voluntad de buscar soluciones. Irene, de 53 años, y Chano, de 60, se casaron muy enamorados. Ella dice no sentirse maniática del orden, la limpieza y la higiene, pero sí quiere que las cosas se hagan como a ella le gusta o como considera que es lo apropiado. Para Irene, se trata de una manera de sentir que su casa está en calma y que todo fluye.
“Cuando conocí a Chano me enamoré completamente y cuando comenzamos a convivir me iba fijando en detalles que no acababan de convencerme y yo tenía que ir detrás y resolverlo o pedirle que lo mejorase. Hay cosas que un día hacía y al siguiente ya no y así hemos estado durante años”, confiesa.
Con el tiempo, Irene ha mantenido su forma de pensar en cuanto a la casa y cómo debe estar porque asegura que le da “paz mental”. Sin embargo, siente que su marido ha empeorado y ha abandonado aún más las cosas de casa. Eso, resalta, la exaspera: “No quiero seguir yendo detrás de él y discutimos cada día más por lo mismo. Él se ha acomodado demasiado”.
Cuenta que lo ha intentado de todas las formas posibles: con cuadrantes, haciéndolo juntos… pero, siempre pone excusas. “Si no le duele algo, tiene que ir a algún sitio o está cansado. La que estoy cansada soy yo poque lo hago prácticamente todo sola y no veo que se esfuerce o me quiera; si me quisiera, pondría de su parte. Me encuentro en un momento en el que necesito tomar decisiones que favorezcan mi bienestar. Necesito que me asesore alguien experto”, explica firme.
El amor entra en “modo supervivencia”
María Ramírez, psicóloga sanitaria, psicoterapeuta y directora de IgualHablando, lo tiene claro: con los años, muchas parejas entran en lo que desde su equipo llaman “modo supervivencia relacional”.
No es que el amor desaparezca -indica- sino la presencia: “Ese estado silencioso en el que ya no se elige al otro, solo se le acompaña. Cuando eso pasa, el vínculo empieza a respirar por inercia… pero no por vida”.
Añade que es habitual que uno se relaje cuando siente que “ya está todo hecho”. “Dar por hecho que el otro siempre va a estar ahí esconde la trampa: dejas de mirar, dejas de preguntar, de conquistar...”, sostiene Ramírez.
El error no es acomodarse, sino confundir estabilidad con estancamiento. En consulta lo ven a menudo: parejas que llevan media vida juntas y ya no saben qué emociona al otro.
En cuanto a los límites en una relación madura, Ramírez es tajante: “Existe un mito peligroso que dicta que, en una relación larga, los límites ya no hacen falta. Como si llevar 20 años juntos fuera excusa suficiente para dejar de cuidar cómo nos hablamos, cómo nos tratamos o cómo nos respetamos”.
“Un ultimátum no se lanza para asustar, sino para ser coherente. Sobre todo, si marcas un límite, sostenlo, porque un límite que no se respeta se convierte en costumbre. Una costumbre que duele, con el tiempo, se transforma en resignación”, apunta.
Para la directora de IgualHablando: “Amar no es solo sentir. Amar también es responder. Con hechos. Con intención. Con cuidado”.
Cuando uno de los dos no mejora… y hasta empeora
La psicóloga sanitaria y psicoterapeuta especialista en trauma, apego y relaciones con perspectiva de género Matxalen Abasolo, insiste en que el primer paso en la relación es hablar desde un lugar de honestidad y cuidado, expresando con claridad qué se necesita para convivir en armonía. “Lo que se busca es llegar a acuerdos que respeten las necesidades de ambos”, aclara.
Recomienda elegir un momento tranquilo y hablar desde el “yo siento”, evitando reproches. Explicar cómo ese comportamiento afecta emocionalmente, más allá de lo práctico y negociar cambios posibles y realistas para los dos.
También es clave valorar si esa conducta tiene raíces más profundas (depresión, desmotivación, heridas previas) y entender que, a veces, el problema no es el desorden en sí, sino lo que representa: “¿Me ves?, ¿me consideras?, ¿te importo?”.
Si la conversación no fluye y la relación se resiente cada vez más, acudir a un profesional -dice la experta- puede abrir espacios de escucha que no están logrando por sí solos.
La desconexión emocional que puede producir una actitud necesita abordarse para que no vaya a más. “A veces, el verdadero trabajo no está en ordenar una habitación, sino en aprender a ordenar juntos la relación”, añade la psicóloga.
- En ese proceso -refiere Abasolo- es importante que cada uno haga su parte:
- Reconocer si se ha estado callando demasiado para evitar conflictos.
- Revisar cómo ese silencio está afectando.
- Si hay disposición, crear nuevas rutinas juntos.
- Si no hay disposición, plantearse qué se está dispuesto a seguir sosteniendo en soledad


