Vuelta de las vacaciones: cómo retomar la rutina diaria sin sentir que la vida te pasa por encima

Lo que algunos experimentan es una ruptura emocional con su estilo de vida más rutinario
De vuelta a la cruda realidad: cómo evitar el bajón postvacacional
El regreso de las vacaciones no siempre se hace con el botón de reinicio activado. Para muchas personas, más que alivio, el reencuentro con la rutina sirve para reencontrarse con un conflicto latente: el de una vida que ya no representa sus prioridades. Lejos de la caricatura del “síndrome postvacacional”, lo que algunos experimentan es una ruptura emocional con su estilo de vida. Así lo advierte la pedagoga Esperanza Sebastián, experta en gestión del estrés, al explicar que cada vez más personas sienten que su día a día “ya no los representa, no los sostiene, no los construye”.
Este fenómeno tiene causas psicológicas y fisiológicas profundas. Estudios recientes en el ámbito de la salud ocupacional sugieren que los beneficios emocionales y físicos del descanso se diluyen rápidamente si se regresa a un entorno laboral hostil, desorganizado o alienante. La desconexión, aunque eficaz a corto plazo, no compensa una estructura cotidiana que agota.
Más que cansancio: una señal de alerta
Los síntomas más comunes tras las vacaciones son apatía, ansiedad, fatiga, insomnio y palpitaciones, y suelen afectar a entre un 25 y un 30% de los trabajadores tras abandonar el periodo vacacional. Lejos de ser imaginarios, estos indicadores reflejan un claro desajuste entre el cuerpo, que aún desea conservar el ritmo relajado de las vacaciones, y las exigencias de su vida ‘normal’.
Algunos expertos prefieren llamarlo “síndrome vacacional”, para no reducirlo a una rareza postmoderna. La vuelta puede amplificar el malestar previo, sacando a la luz un agotamiento acumulado que había quedado silenciado por la dinámica laboral. La sensación de no encajar, de no encontrar propósito, de arrastrarse entre tareas vacías… No se trata de un capricho, sino de una clara señal de alarma.
Además, estudios en psicología laboral han identificado una “ansiedad anticipatoria” previa al regreso. De este modo, a medida que se acerca la vuelta al trabajo, aumentan los niveles de cortisol, la hormona del estrés, y se produce un descenso en la concentración y el rendimiento cognitivo. Las personas no solo temen volver, sino que se sienten emocional y físicamente incapaces de hacerlo sin fracturarse un poco.

La clave está en cómo vuelves, no en cuánto descansaste
No es cuestión de alargar las vacaciones de forma indefinida, sino de entender cómo se regresa. Un descanso de calidad , con una desconexión real, actividades significativas y pausas regenerativas, es mucho más valioso que un mes de viajes atropellados. Pero incluso así, lo que marca la diferencia es el puente entre ambas realidades. Es decir, el cómo se transita del ocio al deber.
Los expertos coinciden en que lo ideal es regresar un par de días antes de reincorporarse al trabajo, para recuperar horarios, preparar la casa y planificar la semana. Este periodo de ajuste ayuda a regular el sueño, disminuir la ansiedad y organizar mentalmente los nuevos objetivos. Una agenda saturada ya desde el primer día de trabajo es garantía de recaída emocional.
Más allá de lo logístico, conviene revisar el enfoque con el que encaramos la rutina. Retomar el trabajo no debería implicar sacrificar el bienestar logrado en vacaciones. Por ello, los expertos recomiendan integrar minipausas diarias, como momentos de silencio, actividades físicas breves o conversaciones informales. Este tipo de prácticas puede tener un impacto positivo sobre el estado de ánimo y la creatividad. Estas microestrategias, sostenidas en el tiempo, ayudan a amortiguar el choque con la rutina.
Diseñar una rutina que no asfixie
La vuelta puede ser también una oportunidad para repensar los hábitos: qué merece permanecer, qué debe ajustarse y qué debe eliminarse. Tal vez el problema no sea trabajar, sino cómo trabajamos. El modelo laboral tradicional, basado en la hiperproductividad y la disponibilidad constante, choca con las necesidades psicoemocionales actuales. De ahí que cada vez más empresas se interesen por modelos flexibles que promuevan la conciliación y la autonomía horaria.
Estudios recientes en el entorno corporativo español demuestran que los empleados con mayor capacidad de autogestión y acceso a medidas de bienestar, como jornadas comprimidas, posibilidad de teletrabajo y apoyo emocional, presentan mejor rendimiento y una menor tasa de absentismo.
Así pues, queda claro que el descanso no se limita a las vacaciones. Es un hábito que se construye día a día: a través de límites claros, rutinas sostenibles, vínculos sanos y actividades que conecten con lo personal. Volver de las vacaciones debería ser una reconexión, no una condena. Y si cada septiembre se convierte en una amenaza emocional, tal vez no sea la rutina lo que deba cambiarse, sino el modo en que elegimos vivirla.

