Salud y Bienestar

Jordi Olloquequi, biólogo celular, sobre las tres falsas promesas antiedad del cerebro: "No llegas tarde"

Jordi Olloquequi, autor del libro 'Antiaging para el cerebro'. Paidós
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El envejecimiento del cerebro no es una condena escrita en piedra ni un viaje sin retorno. Lo repite Jordi Olloquequi, biólogo celular y profesor de la Universidad de Barcelona, que en su libro ‘Antiaging para el cerebro’ (Paidós) propone mirar la mente como una ciudad viva: “Neurópolis”. En lugar de lóbulos y hemisferios, barrios y distritos; las neuronas son habitantes y los neurotransmisores, “whatsapps” que circulan a toda velocidad. Con esta metáfora derriba la solemnidad de la neuroanatomía clásica y, de paso, apunta contra tres promesas que conviene jubilar desde ya. Las de “no llegas tarde para cuidar tus neuronas, el destino no es solo genético y la juventud cerebral no se compra en un frasco”.

Primer mito: “Ya llego tarde”

“Ya llego tarde para empezar a cuidar a mis neuronas. Falso”, subraya Olloquequi. Aunque la plasticidad disminuye con la edad, persiste siempre. El propio autor lo resume con ejemplos sencillos: aprender un idioma, tocar un instrumento, moverse a diario. Cada acción añade calles y rotondas nuevas en esa Neurópolis que nunca deja de urbanizarse.

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La investigación respalda esta afirmación. Harvard Medical School define sin matices: “La neuroplasticidad se refiere a la capacidad del cerebro para cambiar y adaptarse a lo largo de la vida”. Y en el mismo sentido, el MIT recuerda que “continúa a lo largo de la vida a medida que el cerebro aprende y forma nuevos recuerdos”.

Ese dinamismo también depende del descanso. El National Institute of Neurological Disorders and Stroke describe que “El sistema glinfático es el sistema de ‘gestión de desechos’ del cerebro y esto ocurre principalmente durante el sueño profundo”. No es un lujo: es el servicio de limpieza municipal de Neurópolis. De ahí que Olloquequi recomiende tres gestos básicos con alto rendimiento cognitivo: luz natural de mañana, horarios regulares y una hora sin pantallas antes de dormir.

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Segundo mito: “Es genético e inevitable”

Otra creencia que desmonta es la idea de que “el envejecimiento es puramente genético e inevitable”. “Incorrecto”, responde. La epigenética muestra cómo lo que comemos, nuestro nivel de estrés o la actividad física modifican la forma en que se expresan los genes. “Podemos apagar genes de riesgo y encender genes protectores. Envejeceremos, sí, pero con mucha mejor salud”, resume.

También aquí la evidencia oficial es clara. Expertos del CDC afirma que la epigenética se refiere a cómo tus comportamientos y tu entorno pueden provocar cambios que afectan el funcionamiento de tus genes. Tu epigenética cambia a lo largo de tu vida. No se trata de cambiar el ADN, sino de decidir a través de nuestras elecciones diarias qué partes de ese libro se leen en voz alta y cuáles permanecen en silencio.

Tercer mito: “La juventud cerebral está en suplementos o cremas”

Quizá el más extendido: que la clave para un cerebro joven está en cápsulas o soluciones caras. “Un mito peligroso”, sentencia Olloquequi. La base sólida para mantenerse joven, recuerda, no se construye a través de promesas de marketing, sino hábitos sencillos: dormir bien, moverse, aprender cosas nuevas y mantener relaciones sociales.

Las agencias regulatorias europeas también enfrían expectativas. Un buen ejemplo sería la creatina, la EFSA concluyó que “no se ha establecido una relación de causa y efecto entre la suplementación con creatina y una mejora en la función cognitiva”. Y sobre el DHA, uno de los ácidos grasos más comercializados como suplemento cerebral, tampoco se ha demostrado que tenga efecto. La ciencia, de momento, no valida ese tipo de atajos.

En cambio, las relaciones humanas sí aparecen como una especie de vitamina social. “Son un suplemento neuroprotector”, sostiene el autor. Las conexiones variadas aportan novedad y estimulan la plasticidad; los vínculos fuertes reducen el cortisol, tóxico para la memoria. Distintos estudios científicos lo confirman: existe relación entre la falta de conexiones sociales de calidad y el aumento en el riesgo de declive cognitivo. Dicho de otro modo: hablar, compartir y pertenecer ensancha las avenidas de Neurópolis.

Más allá del eslogan: cómo aterrizarlo hoy

El discurso de Jordi Olloquequi en ‘Antiaging para el cerebro’ rehúye la receta milagrosa, pero ofrece palancas concretas que cualquiera puede aplicar sin necesidad de grandes inversiones.

Habla, por ejemplo, de introducir microestrés hormético en la rutina: retos cortos, intensos y seguidos de recuperación. Puede ser un entrenamiento de alta intensidad de apenas veinte minutos, una ducha fría de un minuto o la decisión de aprender algo nuevo durante media hora.

El sueño merece capítulo aparte. Tres anclajes sencillos sostienen su calidad: exponerse a la luz natural durante 10 o 15 minutos al despertar, mantener un horario constante incluso en fines de semana y diseñar una “zona de aterrizaje” sin pantallas en la hora previa a acostarse. No es un capricho: la limpieza de residuos del cerebro, el sistema glinfático, ocurre primordialmente durante el sueño profundo.

En alimentación, Olloquequi insiste en la evidencia más robusta: seguir el patrón mediterráneo, priorizar el consumo de pescado azul y frutos secos ricos en omega-3, frutas y verduras cargadas de polifenoles y carotenoides, así como vitaminas del grupo B y fibra. Y alerta contra las “megadosis” de vitaminas o las dietas extremas que eliminan grupos enteros de alimentos.

La actividad intelectual también tiene matices. No todo es válido, pero hay prácticas especialmente completas: tocar un instrumento musical. “Es un entrenamiento cerebral integral que involucra oído, coordinación motora, comprensión de partituras y emoción. Una integración multisensorial que obliga al cerebro a tejer y reforzar nuevas conexiones”