Cómo dejar de hacer ghosting a tus amigos (y por qué deberías proponértelo)
Un estudio reciente afirma que perdemos la mitad de nuestros amigos cada 7 años
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No contestar mensajes. Postergar indefinidamente una llamada. Desaparecer sin dar señales ni explicaciones. Aunque parezca cosa de adolescentes enredados en relaciones efímeras, lo cierto es que el ghosting, ese abandono silencioso de los vínculos, también está presente entre adultos que superan los 50. Es más común de lo que muchos quieren admitir. Y aunque sus motivos pueden parecer legítimos a primera vista, sus consecuencias emocionales suelen ser más profundas de lo que se cree.
Recientes investigaciones sobre por qué ghosteamos a nuestros amigos, varios testimonios revelan una constante: el silencio no siempre nace de la indiferencia, sino del miedo al conflicto, la incomodidad o el simple desgaste de una relación que ya no fluye como antes. A veces, el ghosting se siente como una salida discreta. Sin reproches. Sin necesidad de rendir cuentas.
Pero detrás de esa ausencia hay algo más que una forma de ahorrar explicaciones: también hay una ruptura afectiva que deja cicatrices, y que drena las conexiones sociales a un ritmo de lo más apresurado. Un reciente estudio pone cifras, y afirma que perdemos más o menos la mitad de nuestros amigos cada 7 años.
Evitar el conflicto
La ciencia ha comenzado a poner el foco en este fenómeno. Un estudio publicado en mayo de 2024 explica que, contra lo que podría suponerse, quienes ghostean no siempre lo hacen por malicia o frialdad emocional. Muchos aseguran que desean evitar un conflicto que temen más perjudicial que la desaparición en sí. Es una especie de paradoja relacional: se rechaza a alguien, pero no sin cierto grado de preocupación por su bienestar. “Rechazo sin explicación, pero no sin cuidado”, lo resumen los investigadores.
Sin embargo, ese mismo estudio advierte que esta desconexión sin cierre afecta tanto al que es ghosteado como al que decide irse. Quien desaparece sin palabra tiende a justificar su gesto como una forma de “protección mutua”, pero con el tiempo puede experimentar sentimientos de culpa, distanciamiento emocional generalizado o incluso síntomas depresivos, especialmente si el vínculo era de larga duración.
Entre amigos, el impacto emocional del ghosting es más duradero de lo que suele reconocerse. Dicho estudio del año pasado, liderado por la Universidad de Columbia, señala que cuando una amistad termina sin explicación, el duelo es más difícil de tramitar que en una ruptura romántica. Falta un cierre, un porqué, una despedida clara. Y eso, a cualquier edad, duele. Pero especialmente a partir de los 50, cuando los círculos sociales tienden a ser más estables, las pérdidas más significativas y el tiempo más valioso.
¿Por qué lo hacemos entonces? En muchos casos, no es más que un reflejo de nuestra dificultad para manejar la incomodidad. Dejar de responder un WhatsApp puede parecer un gesto banal, pero encierra una evitación emocional. Y, como explica la psicóloga Jillian Sandell en declaraciones recogidas por la BBC, hay una delgada línea entre poner límites saludables y borrar a alguien sin explicaciones, sobre todo si ese alguien lleva años acompañándote en tu vida.
El ghosting como hábito
Lo paradójico es que el ghosting también puede volverse hábito. Un mecanismo aprendido. La vía más fácil para evitar la incomodidad del “ya no quiero seguir en contacto” o del “esto ya no funciona como antes”. Pero fácil no siempre significa sano. Y si queremos relaciones más maduras, más honestas, también necesitamos gestos valientes.
Eso no significa que haya que mantener cada vínculo como si fuera eterno. Ni que todos los reencuentros deban forzarse. Hay amistades que simplemente se agotan. Lo que está en juego no es la continuidad a toda costa, sino el modo en que se cierra esa historia. Una breve explicación, aunque incómoda, puede evitar años de incertidumbre o rencor. Un “necesito alejarme”, dicho con respeto, vale infinitamente más que un silencio de meses.
Además, en una edad en la que muchas personas empiezan a experimentar otras formas de pérdida, como puede ser la jubilación, la marcha de los hijos o el duelo, saber preservar los vínculos reales, incluso cuando cambian, se vuelve una forma de autocuidado. Un estudio publicado sobre las consecuencias del ghosting en amistades entre adultos jóvenes concluía que los vínculos interrumpidos de forma abrupta generan más malestar psicológico que aquellos que se transforman con diálogo. Y aunque el trabajo no se centraba en adultos mayores, sus conclusiones son extrapolables: cuanto más sólidos e intencionados son los lazos, menos traumático es su cierre.
Así que la próxima vez que sientas la tentación de postergar un café indefinidamente, no responder ese mensaje o dejar una llamada sin retorno, plantéate esto: ¿de verdad es más fácil desaparecer que decir lo que sientes? Tal vez no lo sea tanto. Pero decirlo, con respeto y humanidad, es sin duda más digno. Y, al final, más liberador.
Porque si algo deberíamos haber aprendido a los 50, es que los vínculos no se cuidan solos. Requieren atención, presencia... y cuando llega el momento, también una salida que no deje fantasmas.
