¿Nueva tendencia? Las máquinas japonesas que detectan tus malos olores por si no los notas
El trasfondo es el fenómeno conocido como sumehara (スメハラ)
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En un mundo donde cada aspecto de la vida puede cuantificarse con pasos, calorías, horas de sueño e incluso estados de ánimo, era solo cuestión de tiempo que llegara el siguiente paso: medir cómo olemos. En Japón, cuna de la tecnología de precisión y del control social invisible, ya existen dispositivos que permiten saber si desprendes un olor desagradable… antes de que nadie te lo diga.
No se trata de un gadget extravagante, sino de una respuesta directa a una presión creciente: no incomodar a otros en espacios compartidos. En oficinas, vagones de metro y reuniones de trabajo, el olor corporal puede ser considerado una forma de agresión pasiva. Y en ese contexto, nacen los detectores personales de olor: aparatos que analizan el sudor y evalúan si tu aroma supera los límites de la convivencia. Lo que en otro lugar sería paranoia, en Japón se presenta como cortesía. Pero, ¿dónde está el límite entre el cuidado personal y la vigilancia del cuerpo?
Una tecnología que “huele”
La empresa Konica Minolta presentó en 2017 un dispositivo llamado Kunkun Body que supuestamente permite medir el olor corporal en diversas zonas del cuerpo, como detrás de la oreja, en la axila, los pies o la cabeza.
El aparato analiza compuestos químicos ligados al sudor, al olor corporal de mediana edad (“midoru‑shishū”) o al de la vejez (“kareishū”) y envía los resultados a una app.
Su lanzamiento respondió a la necesidad específica de la cultura japonesa, ya que “En Japón hay una sensibilidad especial al olor corporal” afirmaba un directivo de Konica Minolta. El trasfondo era el fenómeno conocido como sumehara (スメハラ), una abreviatura de “acoso olfativo” que era una preocupación creciente en oficinas y trenes, donde los olores corporales o perfumes fuertes se perciben como molestos para los demás.
Tras este primer dispositivo de control olfativo, con el tiempo han ido surgiendo más dispositivos capaces de cuantificar lo que antes solo se intuía. Dos buenos ejemplos serían el Tanita ES‑100A BK y el noseStick.
- Tanita ES‑100A BK: fabricado por la compañía japonesa Tanita, este aparato denominado “Body Odor Checker” permite al usuario comprobar su propio olor corporal mediante un sensor que evalúa partículas volátiles. Así, tras unos segundos de uso, muestra una escala de 0 a 10 sobre la intensidad del olor: 0 indica “no huele” y 10 “no puedes olerlo tú mismo (ser demasiado perceptible)”.
- noseStick: desarrollado por la empresa I‑PEX Inc., el noseStick es un dispositivo aún más específico: según su ficha en Google Play, se conecta a un smartphone mediante USB‑C y mide el olor corporal cuando se coloca la mano sobre él. Su existencia subraya que el mercado de “auto‑medición del olor” no se limita a una sola firma y refleja un nicho tecnológico que medica algo tan íntimo como el aroma personal.
¿Por qué esta obsesión por oler “bien”?
Más allá de ser una moda tecnológica, lo que esta tendencia revela es una cultura de la armonía colectiva y la higiene personal que se acentúa en espacios cerrados. Así, la aparición de estos gadgets de medición de olor es también una respuesta al hecho de que “la persona no puede juzgar su propio olor” porque el cerebro se acostumbra al mismo estímulo, un fenómeno llamado fatiga olfativa, y los demás pueden notarlo antes.
El contexto tecnológico favoreció que la industria de la higiene y cosmética, ya muy potente en Japón, incorporara el asunto del olor como una cuestión de bienestar social.
El hecho de medir, cuantificar y visualizar el olor corporal añade una capa de vigilancia personal que antes solo existía de modo informal (via críticas, comentarios, miradas). Ahora es: “tu dispositivo dice que hueles mal”. Esto plantea preguntas sobre el límite entre higiene normal y presión social, pues se traslada al entorno digital una norma que antes se gestionaba de forma intersubjetiva.
¿innovación útil o paranoia vigilada?
La historia de los detectores de olor personales en Japón abre un debate: por un lado, mejora la autoconciencia, permite saber lo que quizá no sabíamos, pero, por otro, introduce una presión difícil de visibilizar. La convivencia, el transporte, la oficina… todos estos ámbitos se convierten en auditores del cuerpo ajeno.
Que la industria tecnológica y cosmética den respuesta a una necesidad real no resta importancia al hecho de que esa necesidad esté, en buena medida, generada por un sistema de normas sociales exigentes. ¿Se trata de una innovación liberadora o de una nueva forma de vigilancia del cuerpo? Japón ha ido más lejos, pero la pregunta resuena más allá de sus fronteras. En un mundo en que los sensores ya miden el sueño, el ejercicio y la posición, medir el olor personal quizá sea el avance lógico… o el siguiente grado de control.
