Contra la soledad

Los primeros robots españoles que cuidan a mayores como antídoto a la soledad: ¿de verdad son útiles?

Un amigo para Frank
Imagen de la película "Un amigo para Frank".. (Park Pictures)
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En la película Un amigo para Frank se cuenta la historia de un ladrón de joyas jubilado que vive solo y padece demencia. Su hijo, abogado y padre de familia, está cansado de conducir cinco horas semanales para visitarlo y limpiar su casa. Se niega a internarlo en un centro geriátrico, y decide regalarle un costoso robot programado para brindarle cuidado terapéutico, que incluye una rutina fija y actividades que estimulan su sistema cognitivo, como trabajar en el jardín.

El guion da un giro cuando el ladrón decide utilizar al robot en sus fechorías, y es interesante la relación que se establece entre ambos. La película es del año 2012 y entonces planteaba esta hipótesis como algo posible en un futuro más o menos próximo. Pues el futuro ya está aquí. Muchas administraciones autonómicas han decidido utilizar robots para cuidar a los más mayores y paliar un problema de dimensiones poco conocidas: la soledad.

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La soledad mata

En España, más de 4,7 millones de personas viven solas y más de la mitad son mayores de 65 años. Fundación La Caixa calcula que cerca de tres millones de personas mayores sufren soledad no deseada, una realidad que describe como “muy extendida” y muchas veces invisible.

El gerontólogo Javier Yanguas, director científico del Programa de Mayores de Fundación, lleva años advirtiendo del impacto sanitario de esa soledad. “No nos hemos terminado de creer que la soledad mata, pero lo cierto es que lo hace más que el tabaquismo”, señala el experto, que considera que “las tecnologías de acompañamiento pueden ayudar en el seguimiento y en el control de personas solas, pero no pueden sustituir el contacto con otras personas.

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La clave no está en cuántos contactos tiene uno, sino en la calidad de esos vínculos: la defensa frente a la soledad pasa por la cercanía emocional y la posibilidad real de apoyo, algo que se empobrece en sociedades individualistas. El calor, la empatía, los beneficiosos efectos físicos y mentales que producen los momentos compartidos con otra persona no son reemplazables por ninguna tecnología… todavía”.

No obstante, se está apostando fuerte por tecnologías que podrían cubrir la pobreza de contactos que señala Yanguas. Los fondos Next Generation han regado de millones la industria de la robótica de cuidados para mayores en España. Cataluña ha aprobado la compra de 1.000 robots asistentes por 5,4 millones de euros.

El proyecto Vivir en Casa de la Junta de Andalucía y la Universidad de Málaga destina 2.300.000 euros a un proyecto que combina domótica, sensores y robots sociales. Castilla-La Mancha destina 140.000 euros a la compra de los robots Temi y Nao, y Castilla y León ha invertido 4 millones en robots cuidadores en residencias y domicilios. ¿Es la solución a la soledad no deseada?   

“El problema es mucho más complejo que poner un robot en casa” cuenta la médica gerontóloga Nieves Turienzo, presidenta de Médicos del Mundo, “la soledad no deseada no se reparte al azar: la pobreza y la exclusión social son factores claves en el aislamiento social, como lo son el género, la salud y el barrio, el entorno. En ese contexto, la tecnología —y los robots— pueden ayudar, pero difícilmente serán la solución si se ignora todo lo demás” avisa Turienzo, quien reclama la puesta en marcha de una estrategia nacional contra la soledad de las personas mayores.

Entre que llega o no la estrategia que pide la doctora Turienzo, España se ha convertido, casi sin hacer ruido, en un laboratorio de robótica social aplicada al envejecimiento.

ari

Barcelona y los robots ARI

El proyecto ARI (Asistencia Robótica Integral) impulsa una prueba piloto con cientos de robots en hogares de personas mayores con dependencia leve o deterioro cognitivo inicial. Estos robots —basados en plataformas como Misty— se integran en el servicio público de teleasistencia avanzada e incluyen sensores, recordatorios de medicación, videollamadas con familia y profesionales, y un módulo de conversación básica.

La filosofía del programa la resume Sonia Fuertes, comisionada de Acción Social del Ayuntamiento de Barcelona: “Los robots ARI están diseñados para complementar la labor de los profesionales del sector social, sin sustituir la atención humana”. Ese matiz —complementar, no reemplazar— aparece casi como un mantra en todos los proyectos.

TEMI, el “compañero” de Fuenlabrada

En Fuenlabrada (Madrid), el robot TEMI se mueve de manera autónoma por el centro de mayores, propone ejercicios, conecta por videollamada con familiares, recuerda medicación y monitoriza la actividad diaria. Quienes lo usan destacan sobre todo los pequeños apoyos cotidianos: un mayor entrevistado en televisión resumía su experiencia con una frase sencilla: “Me recuerda que beba agua”.

Arkeo, el humanoide catalán

El último en llegar es Arkeo, un robot humanoide desarrollado por la ‘startup’ catalana Arkeobots. Con cara expresiva y voz juvenil, está pensado para acompañar a mayores en hogares y residencias: conversa, detecta emociones, propone actividades, recuerda citas médicas y facilita el contacto con la familia a través de llamadas y mensajes. Todos estos proyectos comparten una misma promesa: estar “ahí” cuando no hay nadie más, vigilar la seguridad y, sobre todo, ofrecer compañía. Pero ¿hasta dónde llega esa compañía?

Javier Yanguas sintetiza así el papel que debería tener la tecnología en los cuidados: “La tecnología debería facilitar la parte dura instrumental, complicada, difícil y pesada del cuidado y habilitar tiempo”. A renglón seguido, recuerda la lección de la pandemia: “ya hemos aprendido que nada sustituye a un abrazo”.

Intangibles

Es decir, los robots pueden encargarse de tareas rutinarias, supervisar caídas, recordar medicación o abrir canales de comunicación… precisamente para que el tiempo humano —el del familiar, la vecina, la auxiliar— se use en lo que ninguna máquina puede dar: presencia y afecto.

Pero el mismo Yanguas lanza una advertencia que encaja de lleno con proyectos como ARI o Arkeo: “si no se hace bien, puede poner en apuros a ciertas personas mayores”, señala sobre la transformación digital y el riesgo de dejar atrás a quienes tienen menos competencias tecnológicas o más fragilidad.

La directora general del Imserso, Mayte Sancho, pone el foco en el contexto social: insiste en que “la soledad es nuestro futuro por lo que se debe gestionar positivamente, no demonizando el hecho de vivir solo, sino construyendo redes y entornos que lo hagan compatible con una buena vida”. Pero advierte del riesgo de convertir la soledad en nicho de negocio: “Se están generando plataformas que tienen unos beneficios económicos muy importantes para sus promotores y no tanto para los usuarios de sus productos”, alertaba recientemente en reportaje en El País.

Qué aportan

Los primeros pilotos en España y en otros países europeos apuntan a varios beneficios:

  • Seguridad y tranquilidad: sensores de movimiento, aviso de caídas, recordatorios de medicación o citas médicas reducen riesgos y alivian la carga de preocupación de familiares y profesionales.
  • Rutinas y obligaciones: robots como TEMI o Arkeo pueden proponer rutinas, ejercicio suave o actividades cognitivas, algo especialmente útil en personas con deterioro leve que tienden al aislamiento y falta de iniciativa.
  • Facilitan el contacto: la videollamada es mucho más fácil si basta con decirle al robot “llama a mi hija” que manejar un smartphone. Para ciertos mayores, eso marca la diferencia entre hablar o no hablar con su familia.
  • Sensación subjetiva de compañía: muchos usuarios se sienten acompañados por estos robots. Saber que “algo” está pendiente de uno mitiga, al menos parcialmente, la experiencia de estar completamente solo.

Qué no pueden sustituir

Pero la evidencia también muestra límites muy claros:

  • Un robot puede conversar, pero no genera vínculos recíprocos como los de una amistad o un voluntario que decide ir a verte cada semana.
  • Los factores de fondo que mencionan Turienzo o Sancho —pobreza, viviendas inadecuadas, barrios sin espacios comunitarios, modelos de cuidados precarios— no se resuelven con más aparatos, por sofisticados que sean.
  • Existe el riesgo de que, en contextos de recorte, los robots se utilicen como excusa para reducir visitas domiciliarias o plantillas en residencias, justo lo contrario de lo que proponen los expertos cuando hablan de “modelos más humanizados”.

Para Mayte Sancho la solución al creciente fenómeno de la soledad pasa por “regenerar los lazos afectivos de carne y hueso a través de las relaciones vecinales y el voluntariado. La soledad no es un fenómeno que pueda paliarse con recursos materiales o económicos, sino regenerando los lazos afectivos, aunque existan robots, si no hay vínculos humanos alrededor, no estamos combatiendo la soledad, solo disfrazándola”, concluye la experta.

Además, los propios desarrolladores reconocen que muchos mayores no se sienten cómodos con una máquina humanoide en casa. En Arkeobots han invertido tiempo en talleres participativos con mayores para adaptar la apariencia y la forma de hablar del robot; si no hay un trabajo de este tipo, la tecnología puede generar rechazo, miedo o sensación de infantilización.

Los robots españoles que hoy acompañan a mayores son, en el mejor de los casos, herramientas útiles dentro de una red más amplia: programas comunitarios, voluntariado de proximidad, servicios sociales reforzados, barrios que favorecen la vida cotidiana de quienes caminan despacio, y una ciudadanía más dispuesta a preguntar “¿cómo estás?” al vecino de puerta.

Vistos así, los robots dejan de ser “antídotos” milagrosos y se convierten en algo quizá más interesante: una pieza más de un sistema de cuidados que, si escucha a los mayores, entiende sus miedos y respeta sus ritmos, puede ayudarles a seguir viviendo donde quieren: en su casa, en su barrio, con la mayor autonomía posible… y con mucha más compañía humana.