Aceptar que tu hijo ha sido el que ha hecho daño duele, pero también una oportunidad
Conectar con tu yo adolescente para ayudar a tu hijo: “Hay que ser 'palmera', mantener la flexibilidad sin perder firmeza"
Descubrir que tu hijo no es la víctima, sino quien se mete con otros, es un golpe seco al ego de cualquier madre o padre. Pero mirar hacia otro lado no es una opción: el acoso no es “una broma de instituto”, sino un “fenómeno intencional de agresión injustificada, en gran medida cruel y persistente en el tiempo”, que busca hacer daño dentro de relaciones de cierta estabilidad, recuerda la catedrática Rosario Ortega-Ruiz.
La buena noticia, como explica la coach y mentora familiar Carmina Benamunt, autora de ‘Ponte en mi lugar’, es que un adolescente puede cambiar su rol de perseguidor si la familia decide implicarse de verdad: “Cuando tú devuelves la responsabilidad a tu adolescente, el adolescente se vuelve capaz, se entrena para la vida, hay aprendizaje”, nos cuenta.
Con su mirada y las recomendaciones de organizaciones especializadas, podemos condensar el camino en tres pasos concretos.
Mirarte al espejo antes de señalarle a él
Benamunt insiste en que el primer movimiento ocurre en el adulto: “Uno mismo es el problema y uno mismo es la solución”. En la práctica, esto significa no reaccionar desde el ego (gritos, amenazas, humillaciones), sino responder desde la consciencia: parar, respirar, observar qué te pasa a ti y qué está ocurriendo en casa antes de ir directo a castigar.
La investigación en acoso escolar recuerda que muchos niños agresores proceden de entornos donde la violencia, ya sea esta física o verbal, se usa como forma habitual de relacionarse. Un estudio sobre familias de agresores señala que tener un padre o madre delincuente o muy agresivo predice una mayor tendencia a convertirse en acosador escolar en la preadolescencia y, más tarde, en la vida adulta.
Aquí encaja la metáfora de Carmina de “ser palmera”: raíces firmes (límites claros) y tronco flexible (capacidad de adaptarse a la etapa adolescente). Firmeza es poder decir: “No voy a minimizar lo que has hecho; hacer daño a otros no es negociable”. Flexibilidad es entender que su cerebro está en construcción, que está buscando identidad y que tú eres modelo de cómo se gestionan el conflicto y la culpa.
Conversar sin humillar y responsabilizarle de reparar el daño
Una vez te has regulado tú, toca ir a la conversación incómoda. Las guías sobre qué hacer si tu hijo es el agresor recomiendan hablar con él “sin juzgar ni culpabilizar, mostrándose cercano pero firme a la vez”, buscando entender lo ocurrido y sus razones.
Desde Adolescencia Positiva proponen pasos muy concretos cuando tu hijo acosa a otros:
- Mantener una conversación seria y honesta: Ir con calma, pero dejando claro que el acoso, el abuso o el maltrato “son actitudes que no vas a tolerar”.
- Ayudarle a asumir su responsabilidad, evitando excusas y victimismos: debe ser consciente de lo que ha hecho y del impacto en la otra persona.
- Exigir, siempre que sea posible, una reparación: pedir perdón, colaborar con el centro en las medidas que se adopten, implicarse en acciones que reparen parte del daño.
Benamunt aporta aquí una clave fina: corregir la conducta sin destruir la identidad. En el caso que relata de un chico con “conducta de perseguidor”, el cambio vino cuando familia y escuela empezaron a aplicar lo que ella llama “impresión de incremento” que es buscar cada día algo valioso que él hacía y decírselo explícitamente. En tres meses pasaron “de tener avisos diarios del colegio a recibir reconocimientos por su actitud ejemplar”.
La idea coincide con lo que plantea la Fundación ANAR: a los agresores se les debe enseñar autocontrol, empatía y responsabilidad sobre las consecuencias de sus actos, pero también reforzar su autoestima y fomentar un clima de comunicación y confianza. No es blanquear el daño, es impedir que el chico se quede atrapado en el papel de “malo” para siempre.

Activar la “tribu”: escuela, especialistas y nuevo pacto familiar
Benamunt cita a José Antonio Marina: “Para educar a un niño se necesita la tribu entera”. Cuando tu hijo es el que hace daño, esa tribu importa todavía más.
Las recomendaciones de la OCU y de fundaciones como ANAR o AEPAD coinciden en que es importante informar al centro educativo y mantener un contacto constante con tutoría, orientación y jefatura de estudios. Además, se debe adoptar una actitud de colaboración, no de guerra, con el colegio, exigiendo que se apliquen los protocolos de acoso, pero evitando negar o minimizar lo que ha ocurrido. También es importante saber pedir ayuda profesional si la agresividad es sostenida, si el adolescente no conecta con el daño causado o si hay antecedentes de violencia en casa.
Mientras tanto, en casa toca rediseñar el clima familiar. Carmina Benamunt propone trabajar con el acrónimo PALMERA (Presencia, Acuerdos, Comunicación de líder, Mantener la calma, Empatía, Responsabilidad, Aceptación de la adolescencia) como brújula diaria. Si el adolescente percibe que solo importa su comportamiento y no el vínculo, responderá con más defensa y más violencia; si siente que hay conexión, respeto y límites claros, tendrá mucho más margen para cambiar.
Aceptar que tu hijo ha sido el que ha hecho daño duele. Pero, como recuerda Benamunt, también es una oportunidad: “cuando tú devuelves la responsabilidad a tu adolescente, el adolescente se vuelve capaz”. Y ahí es donde de verdad empieza el trabajo de fondo: no solo dejar de acosar, sino aprender a relacionarse de forma diferente con los demás… y consigo mismo.


