SALUD

Cómo evitar ponerte malo con el aire acondicionado, según el un experto inmunólogo

Un aparato de aire acondicionado
Un aparato de aire acondicionado(Getty Images)
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Cada verano se repite el mismo debate, casi convertido en mito generacional: ¿el aire acondicionado nos enferma? ¿Es culpable de resfriados, dolor de garganta o congestión? Para Alfredo Corell, inmunólogo, divulgador incansable y autor de ‘Inmunidad en forma’, la respuesta es nítida: el problema no es el aire frío, sino lo que viaja con él.

Lo que sí es irrefutable es que un mal uso o, más aún, un deficiente mantenimiento del aparato, es lo que convierte este imprescindible aliado veraniego en un vehículo de gérmenes, sequedad extrema y malestar fisiológico. Un hecho que nada tiene que ver con la inmunidad, sino más bien con las leyes elementales de la física, la biología y la higiene ambiental.

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En palabras del propio Corell, “no es cierto que el aire acondicionado te resfríe o debilite el sistema inmunitario. Lo que ocurre es que si los filtros no están limpios, mueven los bichos, y eso aumenta la probabilidad de que nos contagiemos de cualquier microorganismo en suspensión”. Así, no es el frío lo que enferma, sino la negligencia.

No es el frío, es lo que flota en el aire

El aire acondicionado funciona como un sistema de recirculación constante. Lo que respiras no es aire “nuevo”, sino aire procesado, filtrado y redistribuido. Si los filtros acumulan polvo, ácaros, esporas de moho o bacterias, que puede ser potencialmente peligrosas como la Legionella pneumophila, responsable de brotes históricos de neumonía, lo que el sistema hace es lanzar esa carga biológica directamente a tus pulmones.

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Corell lo resume sin rodeos: “El aire mueve lo que haya en la habitación”. De ahí la importancia no solo de prestar atención al propio aparato, sino también de fijarnos en sistemas de aire compartidos, como los que hay en oficinas, gimnasios o nuestros vehículos. El riesgo no resulta precisamente anecdótico: distintos estudios presentados por el Centers for Disease Control and Prevention de Estados Unidos han documentado brotes de infecciones respiratorias vinculados a sistemas de climatización mal mantenidos, en entornos tan diversos como hospitales, hoteles y centros comerciales.

Ni sauna ni nevera

Más allá de los microorganismos, los problemas derivados del aire acondicionado tienen que ver con la fisiología más básica. El aparato respiratorio humano, y en particular las mucosas nasales y faríngeas, está diseñado para funcionar dentro de unos rangos muy específicos de temperatura y humedad. La exposición prolongada a aire excesivamente seco provoca la deshidratación de las mucosas, reduciendo su capacidad natural de defensa frente a virus y bacterias. Por eso el doctor Corell recomienda tener a la vez equipos humidificadores para compensar este efecto. 

Además, Corell insiste en no convertir la vivienda o la oficina en una cámara frigorífica. La temperatura ideal, tanto para el bienestar como para la eficiencia energética, oscila entre los 23 y los 26 grados. Por debajo de esos valores, los cambios térmicos al salir al exterior generan un microchoque térmico que obliga al sistema cardiovascular y respiratorio a realizar un sobreesfuerzo constante.

El fenómeno es físico, no inmunológico: el calor dilata los vasos sanguíneos y el frío los contrae. Este vaivén, cuando es abrupto, puede derivar en espasmos bronquiales, especialmente en casos de personas con asma o enfermedades respiratorias, sensación de falta de aire o incluso cefaleas tensionales por la contractura de la musculatura cervical, habitualmente expuesta a los chorros directos del aire.

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Humedad, postura y flujo del aire: los tres olvidados

La tercera clave está en factores que, aunque secundarios en apariencia, son determinantes. Primero, la humedad ambiental. Los sistemas de aire acondicionado, por su funcionamiento, tienden a reducir drásticamente la humedad relativa. Cuando esta cae por debajo del 30%, no solo aparecen molestias subjetivas como sequedad ocular, de garganta o piel irritada, sino que también se altera la función de la barrera mucociliar, esencial en la defensa respiratoria.

Por otro lado, la orientación del flujo del aire es crítica. Nunca debe incidir directamente sobre personas. Dirigir las salidas de aire hacia paredes, techos o zonas de circulación general es fundamental para evitar contracturas musculares y puntos fríos que disparan disfunciones circulatorias o respiratorias.

Y, finalmente, la ergonomía del entorno. Aunque poco se habla de ello, pasar horas bajo un aire acondicionado mal orientado, sumado a malas posturas y otros factores, genera tensiones musculares persistentes, que a menudo se confunden con síntomas de resfriado: rigidez cervical, dolor de cabeza o incluso ligeras febrículas vinculadas a procesos inflamatorios locales.

En resumen, el aire acondicionado no enferma. Lo que enferma es un aire sucio, mal gestionado, mal orientado y sometido a condiciones extremas de temperatura y humedad. Ningún inmunólogo serio, ni siquiera los más conservadores, sostiene hoy la vieja idea de que “el frío baja las defensas”. No. Lo que las baja son las malas decisiones: negligencia en el mantenimiento, abuso térmico, deshidratación ambiental y, sobre todo, ignorancia de cómo funciona nuestro propio cuerpo frente al entorno artificial que creamos.