Salud mental

¿Tiene sentido prohibir el móvil en la mesa a tus hijos? Hablamos con una experta

El 21% de los adolescentes es adicto al teléfono móvil en España
Portada The New Yorker del 27 de noviembre de 2023. Ilustración de Chris Ware
Compartir

En una era en la que reina el zumbido constante, en la que las notificaciones colonizan la atención y la hiperconexión se impone como norma, todavía existen rincones de nuestro hogar que resisten con intensidad numantina hasta suponer prácticamente el último bastión asediado por la tecnología

Se trata de una imagen tan común, como inquietante: caras inclinadas hacia las pantallas, conversaciones en letargo y silencios ocupados por el scroll infinito. Surge entonces una pregunta ineludible, cargada de tensiones y contradicciones contemporáneas: ¿Tiene sentido prohibir el móvil en la mesa o estamos ante un gesto obsoleto en un mundo hiperconectado?

PUEDE INTERESARTE

Para la psicóloga especializada en adicciones tecnológicas y presidenta de la Asociación Nexum, Gabriela Paoli, la respuesta es clara, pero exige matices: “Sí tiene sentido prohibirlo, pero no desde la imposición, sino desde la comprensión de por qué lo hacemos. La mesa no es solo un espacio para alimentarnos; sino que también es, sobre todo, un espacio para nutrir vínculos”.

Una afirmación que no es simple retórica. Las evidencias científicas avalan esta máxima: un estudio publicado en 2018 demuestra que el uso del móvil durante las comidas familiares reduce drásticamente la calidad de la conversación, debilita la percepción de satisfacción emocional del momento y genera desconexión afectiva.

PUEDE INTERESARTE

Más allá de la prohibición: una estrategia emocional para recuperar la mesa

“Decir ‘Aquí no se usan móviles’ puede funcionar a corto plazo, pero a la larga genera resistencia”, advierte Paoli. Por tanto, el verdadero desafío debe ser transformar esta imposición en un acuerdo que resulte emocionalmente significativo para todos los miembros de la familia que se sientan a la mesa.

La clave está en trasladar la conversación desde el terreno de la prohibición al del cuidado mutuo. “En lugar de dar una orden, podemos decir: ‘Me encantaría que este momento sea solo nuestro, sin distracciones. ¿Qué os parece si dejamos los móviles a un lado mientras comemos?’”, propone la experta. Este enfoque conecta directamente con la teoría de la autodeterminación, que habla de que las personas son más proclives a seguir normas cuando perciben que forman parte de la decisión.

El resultado de esta decisión resulta evidente desde el primer momento. Paoli subraya que instaurar el hábito de comidas sin pantallas tiene un efecto multiplicador en otras áreas de la vida digital de la familia: “Es la piedra angular para introducir una cultura de uso consciente de la tecnología. Lo que empieza en la mesa, puede después extenderse a los momentos antes de dormir, a trayectos en coche o al ocio compartido”, argumenta.

Además, para que este cambio no sea tan abrupto, la psicóloga recomienda ofrecer alternativas atractivas como pueden ser los juegos verbales, recordar anécdotas divertidas o practicar el ejercicio de compartir “la mejor parte del día”. No se trata de llenar el vacío que deja la pantalla, sino de recuperar la calidad del encuentro humano que la tecnología ha terminado desplazando.

Con los móviles en la mesa

El refugio emocional que protege frente a la hiperconexión

El problema de la irrupción de las pantallas en el hogar no es solo la interrupción de las conversaciones. Es, en palabras de Paoli, la pérdida de “un espacio protector que actúa como ancla emocional y generador de identidad familiar”. Las comidas no solo son los momentos en que nos alimentamos, sino que forman parte de nuestro día a día, y contribuyen, según estudios de universidades tan prestigiosas como Harvard o Illinois, a reducir las tasas de depresión, ansiedad y comportamientos de riesgo en adolescentes.

La mesa funciona como una suerte de espejo emocional, en la que las charlas aparentemente intrascendentes sobre cómo fue el día, los juegos de palabras o las bromas espontáneas, resultan ser recursos que fortalecen la resiliencia, validación emocional y el sentido de pertenencia de los miembros de la familia. Gabriela Paoli lo resume diciendo: “Las comidas son uno de los últimos espacios que nos quedan libres de algoritmos. Defienden algo tan básico como mirar a los ojos, escuchar y ser escuchados. Eso tiene un valor incalculable en términos de salud mental y bienestar familiar”.

Por si fuera poco, las comidas sin pantallas también impactan en la salud física. Existen numerosos estudios que vinculan el hábito de comer en familia con el desarrollo de mejores hábitos alimentarios, una mayor ingesta de frutas y verduras y menor riesgo de sufrir obesidad infantil.

Frases que abren espacios y hábitos que transforman realidades

El discurso no debe estar orientado al castigo, sino a la reflexión compartida. De ahí que Paoli proponga verbalizaciones que inviten a la toma de conciencia sin caer en la confrontación:

  • “Este momento es solo nuestro. No hay mensajes que puedan ser más importantes que estar aquí.”
  • “A veces, lo mejor que nos pasa… no necesita estar en redes.”
  • “¿Te acuerdas de cuando fuimos a… y lo pasamos increíble? No hizo falta ningún móvil.”

Se trata de frases que no se limitan a prohibir, sino que construyen sentido y activan la memoria emocional de momentos valiosos vividos sin la mediación de la tecnología.

“El cambio no es prohibir por prohibir. Es proteger lo que realmente importa: la calidad del tiempo compartido, la conversación auténtica, el vínculo que nos hace sentir familia. Si no lo defendemos en la mesa, ¿dónde lo vamos a defender?”, plantea la psicóloga.