Bienestar

La próxima generación, la primera que no vivirá más que tú: por qué tus hijos podrían no tener una mayor esperanza de vida

Por primera vez los expertos están viendo que el aumento en la esperanza de vida desacelera. Redacción Uppers
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Durante más de un siglo, hemos ido viendo que cada generación supera a la anterior en términos de longevidad. El progreso médico, los avances en salud pública y la caída de la mortalidad infantil, hacen que esta predicción parezca una apuesta segura. Sin embargo, una avalancha de estudios recientes alerta de un giro inquietante: el ritmo de crecimiento de la esperanza de vida se está desacelerando drásticamente.

El freno estadístico de la longevidad

Un estudio publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences, coincide en que “todos los métodos de pronóstico muestran que la esperanza de vida para quienes nacieron entre 1939 y 2000 está aumentando más lentamente que en el pasado” y que, además, “pronosticamos que quienes nacieron en 1980 no vivirán hasta los 100 años de media”. Según esos modelos, los avances en salud en edades tempranas son cada vez menos dramáticos, lo que reduce automáticamente los incrementos generales en expectativa de vida.

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Complementa esta perspectiva otro estudio que precisa que “para quienes nacieron entre 1939 y 2000, el aumento fue de aproximadamente dos meses y medio a tres años y medio por generación, dependiendo del método de pronóstico”. En contraste, entre 1900 y 1938, los incrementos por generación eran mucho más notables (hasta cinco meses por generación), según el mismo estudio.

¿Una tendencia global o limitada a ciertos países?

Estos hallazgos no están limitados a un único rincón del mundo. En el informe Society at a Glance 2024 de la OCDE se señala que, en promedio, quienes alcanzan los 65 años en los países de la OCDE podían esperar vivir otros 19,5 años. Esto muestra que la esperanza de vida se mantiene alta, pero los incrementos anuales son cada vez más modestos.

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Otros estudios más amplios confirman este fenómeno. Según distintas proyecciones demográficas en 23 países con altos ingresos, “los jóvenes nacidos entre 1939 y 2000 probablemente no verán los mismos avances en longevidad que generaciones anteriores”. La tendencia remata con la advertencia: “el aumento en la esperanza de vida se está desacelerando.”

Por tanto, lo que extraémos de todos estos estudios es que probablemente las generaciones venideras no vivirán significativamente más, y definitivamente no alcanzarán los 100 años de media, como las expectativas más optimistas parecían apuntar en otros tiempos.

Esto no significa que vayamos a ver una reducción de la esperanza de vida actual, sino una ralentización del avance. En el pasado, la lucha contra la mortalidad infantil y enfermedades infecciosas generó saltos espectaculares. Hoy, combatir enfermedades crónicas como diabetes, depresión o la creciente carga de accidentes cardiovasculares exige intervenciones mucho más complejas y costosas.

Factores que limitan el progreso

El freno en el ascenso de la esperanza de vida no es una incógnita misteriosa, sino el resultado de una suma de variables que lastran el bienestar físico y emocional de las nuevas generaciones. La primera y más evidente: la salud mental. La prevalencia de trastornos como la depresión y la ansiedad ha escalado en adolescentes y adultos jóvenes a niveles inéditos, convirtiéndose en un obstáculo estructural para la longevidad saludable. La Organización Mundial de la Salud ya ha advertido de que la salud mental es una de las principales causas de discapacidad en el mundo, y su impacto no se limita al plano emocional: altera la calidad del sueño, los hábitos alimentarios y el compromiso con el ejercicio físico, pilares fundamentales para sostener una vida larga y funcional.

A esto se suma la epidemia metabólica. La obesidad, el sobrepeso y enfermedades como la diabetes tipo 2 ya no son un fenómeno propio de la vejez. En muchos países de renta alta, los trastornos asociados al sedentarismo y al consumo excesivo de productos ultraprocesados se manifiestan en niños y adolescentes. Esta herencia precoz de mala salud compromete décadas futuras de bienestar y obliga a reformular por completo las estrategias de prevención.

El deterioro ambiental tampoco es ajeno al descenso del optimismo demográfico. Olas de calor más intensas, fenómenos meteorológicos extremos y una contaminación persistente del aire y el agua actúan como factores de riesgo silenciosos. Y, por si fuera poco, la desigualdad amplifica el problema. La diferencia de esperanza de vida entre barrios ricos y pobres de una misma ciudad puede llegar a ser de más de una década. Una brecha que no solo pone en cuestión la justicia social, sino que erosiona la media nacional.

¿Vivirás menos que la generación venidera?

Es prematuro asegurar que tus hijos vivirán más años que tú. No obstante, si las tendencias se mantienen, es probable que no superen significativamente la longevidad de sus padres, y que disfruten de menos años de vida saludable. La adversidad no será en número absoluto de años, sino más bien en calidad de vida y en desigualdad de oportunidades sanitarias.

La noción de que cada generación vivirá más que la anterior ya no es un axioma indiscutible. Estamos ante un nuevo escenario: un siglo de incrementos espectaculares en longevidad cede el paso a décadas de progresos modestos. Eso no supone que tus hijos vivirán menos años que tú, pero sí que podrían vivir menos saludables y con menos margen para mejorar. Este es el desafío contemporáneo de la longevidad.