Cómo conseguir que tú hijo adolescente te cuente qué tal le ha ido el día sin agobiarle: "Aún no saben volver del modo adulto en pruebas"

"No se trata de dejar de interesarse, sino de entender sus ritmos emocionales", señala Sara Desirée Ruiz
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La escena es habitual en muchos hogares: un adolescente entra en casa después de un largo día en el instituto y la primera pregunta que recibe es la de siempre, “¿Qué tal el día?”. La intención al hacerlo es buena, sin embargo, el efecto que suele conseguir es precisamente el contrario, recibiendo de vuelta monosílabos, evasivas o, directamente, silencio.
La educadora social y psicoterapeuta Sara Desirée Ruiz advierte que este hábito cotidiano genera una barrera innecesaria. “Mucha gente avasalla a preguntas a sus adolescentes cuando vuelven a casa, eso les pasa factura”, explica. No se trata de dejar de interesarse, sino de entender los ritmos emocionales de quienes están aprendiendo a desenvolverse entre la infancia y la adultez.
Darles espacio y transformar la pregunta
Según Ruiz, al volver a casa los adolescentes pasan por una transición interna que no siempre saben gestionar. “Cuando llegan están en modo adulto en pruebas y en casa vuelven al modo infancia dependiente. Aún no saben ‘volver’, así que dejarles espacio para adaptarse es clave para evitar discusiones innecesarias”, apunta.
Darles unos minutos para “aterrizar” sin exigir respuestas inmediatas se convierte, por tanto, en un gesto de respeto. Desde el ámbito psicológico, también se subraya la importancia de crear un entorno seguro y no invasivo. Como señalan los expertos, los adolescentes necesitan un espacio seguro donde puedan expresar sus sentimientos y preocupaciones sin ser juzgados.
En ese clima más relajado, es donde Ruiz recomienda sustituir el interrogatorio por gestos de afecto y observaciones descriptivas. Un “me alegro de que hayas vuelto” o un simple abrazo pueden tener más impacto que una batería de preguntas, mucho más exigentes e intrusivas. Lo mismo ocurre con frases más neutras como “me he dado cuenta de que te has metido directamente en la habitación” o “parece que hoy no has puesto música como sueles hacer”, que denotan interés, pero sin añadir ‘presión.
Este tipo de observaciones, sin exigencia de respuesta inmediata, facilitan que los adolescentes decidan hablar por sí mismos. UNICEF también incide en esta idea cuando anima a “plantear preguntas concretas” en lugar de un genérico “¿cómo te fue en el colegio?”.

Presencia, empatía y un clima más respirable
El diálogo con un hijo adolescente no siempre necesita empezar cuando aparecen en la puerta de casa. A menudo surge en espacios compartidos y sin obligaciones: cocinar juntos, ver una serie o dar un paseo. UNICEF subraya que “reservar tiempo para estar con tu hijo o hija adolescente sin obligaciones permite que, en momentos de tranquilidad, los adolescentes estén más propensos a hablar de lo que más les importa”. Esa presencia relajada envía un mensaje claro, estás ahí para ellos, y pueden hablar cuando lo necesiten, sin presión.
Cuando llega el momento de abrirse, la clave no es ofrecer soluciones rápidas, sino validar lo que sienten. UNICEF insiste en que frases como “siento mucho que te sientas así” o “claro que estás mal” son exactamente el apoyo que buscan. Ruiz coincide: lo esencial es que perciban que los adultos observan y acompañan sin juzgar, incluso si no responden al instante. Según la especialista, tras una semana aplicando este enfoque, los adolescentes tienden a abrirse más, disminuye la tensión cotidiana y el ambiente en casa se vuelve más respirable.
Menos preguntas, más confianza
Cambiar un gesto tan automático como el de hacer una pregunta como “¿qué tal el día?” puede parecer a priori algo insignificante, pero supone una transformación profunda en la dinámica familiar. Implica dar tiempo, ofrecer afecto sin exigir, cambiar la pregunta por una observación y sostener con empatía cualquier respuesta.
El resultado no es solo que los adolescentes hablen más, sino que se fortalece el vínculo y se genera un clima de confianza duradero. Porque, al final, no se trata de insistir hasta obtener respuestas, sino de abrir la puerta para que lleguen solas, sin agobios y con la tranquilidad de que, cuando decidan hablar, alguien estará ahí para escuchar.

