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Por qué recordamos unas cosas y no otras, según la ciencia

Tratando de recordar. Getty Images
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Si alguna vez te has preguntado por qué ciertos recuerdos, como puede ser aquel primer beso, una determinada tragedia familiar o una anécdota vergonzosa, permanecen vivos mientras otros se desvanecen, la respuesta yace en una combinación de biología, emoción y uso. El cerebro no es como un disco duro que lo almacena todo, sino que selecciona, filtra y reordena según lo que considera significativo.

No todos los recuerdos nacen iguales

El proceso de memoria consta de varias etapas según los estudios de los expertos en la materia: codificación, consolidación, almacenamiento y recuperación. Lo que llamamos “olvido”, en ciertas ocasiones, es simplemente un fallo en una de esas etapas, no la extinción absoluta del recuerdo. 

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Durante la codificación, el cerebro toma estímulos sensoriales y los representa en circuitos neuronales. En la consolidación, esos circuitos se estabilizan para resistir el paso del tiempo. Si algo falla ahí, por falta de repetición o atención, el recuerdo puede no sobrevivir. 

Una investigación reciente del Max Planck Florida Institute sugiere que existen vías alternativas de formación de memoria a largo plazo que no dependen totalmente del paso por la memoria a corto plazo, lo que implica que algunas experiencias se pueden fijar sin pasar por los procesos clásicos de consolidación. 

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¿Cómo elige cerebro qué recuerdos “guardar”?

En primer lugar estaría la carga emocional. De esta forma, los recuerdos con fuerte carga emocional, ya sea positiva o negativa, tienen ventaja para ser retenidos. La emoción actúa como un marcador que dice: “esto es importante”. 

Además, hay que saber que los recuerdos que se activan con frecuencia se fijan mejor en la memoria. De esta forma, al revivirlos, contarlos o recordarlos, se refuerzan sus circuitos neuronales y tienen más probabilidades de mantenerse. En efecto, un estudio reciente señala que los recuerdos a largo plazo dependen tanto del repaso como de complejos mecanismos neuronales que estabilizan esas conexiones. Eso sí, cada vez que traemos un recuerdo al presente, el cerebro lo reconstruye. Esa reconstrucción puede modificar detalles: el contexto emocional, lo que recordamos y cómo lo vivimos vuelven a evaluarse. 

También debemos tener presente que cuando vivimos una experiencia, el cerebro puede “etiquetar” recuerdos adyacentes como relevantes si se acompañan de eventos significativos. Esa técnica, conocida como “behavioral tagging”, ayuda a fijar recuerdos débiles si después ocurre algo intenso que los enlace con algo más importante. 

Finalmente, en un estudio publicado en Nature Neuroscience, investigadores encontraron que al inhibir CaMKII en el amígdala durante el aprendizaje, se bloqueaba la memoria de corto plazo, pero no necesariamente la memoria a largo plazo: algunos recuerdos “saltaban” esa fase intermedia. Esto sugiere que no existe un único camino para que un recuerdo se almacene para siempre.

Olvidar también es imprescindible

Sin embargo, hay que tener presente que el olvido no es solo cuando existe un fallo del cerebro, sino también una función útil. Si cayéramos en la trampa de intentar recordar todo, sobrecargaríamos el sistema. En lugar de eso, el cerebro distribuye recursos: descarta lo irrelevante para preservar lo esencial. 

También existe el fenómeno de la interferencia, que es cuando existen recuerdos nuevos que pueden competir con los antiguos, dificultando su recuperación. Esto es especialmente significativo cuando hay muchas experiencias similares. La ley de Ribot sostiene que los recuerdos más recientes son los más vulnerables al olvido o daño, mientras que los más antiguos resisten mejor la degradación. 

El “remembrance bump” (explosión de recuerdos)

Las personas tienden a recordar de manera desproporcionada los eventos vividos entre los 15 y los 25 años. Ese fenómeno, llamado reminiscence bump, y ha sido atribuido a que en esa etapa se forman muchos recuerdos relevantes para la identidad, lo que favorece su consolidación y reactivación constante. 

En resumen, recordamos lo que emociona, lo que usamos, lo que se refuerza con eventos importantes y lo que nuestro cerebro decide priorizar. Lo demás se desvanece o se adapta cada vez que lo evocamos.