Salud mental

Obesidad y salud mental a partir de los 50: cuando la comida se convierte en consuelo

Un hombre adulto pesándose en una báscula. Getty Images
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A partir de los 50, el cuerpo cambia, pero también lo hace la forma en que gestionamos el mundo emocional. La obesidad, definida como una enfermedad crónica por la Organización Mundial de la Salud, tiene una dimensión física evidente, pero cada vez más estudios y testimonios de especialistas coinciden en que también hay una cara psicológica profunda, sobre todo en edades en las que la soledad, el duelo o la jubilación hacen tambalear el equilibrio emocional.

“No se puede decir que a todos les pase, pero en muchos casos las emociones no gestionadas se manifiestan más fácilmente a través del cuerpo, incluido el peso”, explica Ángela Ott, psicóloga de Yazen, una clínica especializada en el abordaje integral de la obessidad. Y añade: “el metabolismo se ralentiza, las hormonas influyen en el apetito, el sueño, el ánimo… y todo se mezcla”.

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El círculo de la recompensa rápida

Uno de los grandes obstáculos está en cómo el cerebro responde a la comida hipercalórica. “Cuando comemos alimentos con mucha grasa o azúcar, se libera dopamina, un neurotransmisor ligado al placer. Se crea una asociación entre comida y alivio emocional. El problema es que ese alivio es breve, pero el impacto a largo plazo es mucho más difícil de gestionar”.

La psicóloga habla de un “aprendizaje muy potente” que se fija con el tiempo y que convierte el alimento en un recurso emocional. “Cuesta mucho romper esas cadenas porque no son solo hábitos: son mecanismos profundos, casi automáticos, para calmar sensaciones desagradables”.

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Esta relación no es solo teoría. Un informe de la American Psychological Association confirma que “la obesidad y la depresión están estrechamente relacionadas y una puede ocasionar e influir sobre la otra”. Y según la Revista Clínica Las Condes, “las alteraciones metabólicas que produce la obesidad afectan al sistema nervioso central y pueden agravar la depresión”.

Hambre física vs. hambre emocional

Una de las claves para romper este patrón es distinguir entre el hambre real y el emocional. “El hambre física aparece de forma gradual y puedes calmarla con cualquier alimento. El hambre emocional surge de golpe, pide algo concreto y no se sacia fácilmente. Es un aviso de que hay algo más detrás”.

En muchos casos, especialmente en mayores de 50 años, el detonante es la soledad o el aburrimiento. “Cuando una persona dice que come porque está sola, en realidad está buscando llenar un vacío emocional. La comida da consuelo rápido, no requiere de nadie más, no es ilegal, no es peligrosa… pero sí lo es si se convierte en hábito”.

La dificultad se agrava por la presión hormonal. “Las mujeres con menopausia, por ejemplo, tienen un cambio en el equilibrio endocrino que influye en cómo gestionan el peso, el ánimo o el sueño. Cada caso necesita una mirada integral”.

¿Y la fuerza de voluntad?

Una de las ideas más dañinas, según la experta, es la de atribuir el sobrepeso a una supuesta “falta de fuerza de voluntad”. “Eso es injusto. Hay factores hormonales, psicológicos y sociales que influyen. Además, muchas veces la persona se siente mal, come para calmarse, se culpa, se avergüenza y vuelve a comer. Es un ciclo. No es debilidad: es un patrón aprendido”.

Ese bucle es especialmente común a partir de los 50 o 65 años, una etapa en la que coinciden eventos vitales complejos: jubilación, síndrome del nido vacío, pérdida de seres queridos, cambios físicos, reducción de la red social… “Es una etapa que puede generar pérdida de propósito. La comida entonces se convierte en sustituto emocional, da estructura, consuelo. Pero es una solución a corto plazo que puede agravar el problema a medio y largo plazo”.

Señales de alerta y pequeños gestos

Detectar que alguien está utilizando la comida como refugio emocional no siempre es sencillo. La psicóloga sugiere algunas pistas: “comer a escondidas, sentir vergüenza, usar la comida como vía de escape o como única forma de autocuidado”. A partir de ahí, romper el patrón pasa por tomar conciencia: “escribir un diario, identificar los disparadores, hablar en voz alta sobre lo que se siente… todo ayuda a traer al consciente lo que era automático”.

Y, sobre todo, buscar alternativas reales: “no todos pueden o quieren meditar, pero moverse casi siempre ayuda. Caminar, hablar con alguien, escribir, escuchar música… cualquier cosa que interrumpa el patrón ayuda”.

Además de los pequeños gestos cotidianos, muchas personas mayores de 50 necesitan acompañamiento profesional. “Hay que romper el tabú. Si sabes que estás atrapado en un ciclo emocional donde la comida te consuela pero te perjudica, hablarlo con un terapeuta puede ser clave”. En este sentido, es importante un abordaje integral, en el que el peso y la salud emocional se traten juntos para que las estrategias sean realmente efectivas.

Como concluye Ángela Ott: “el cambio empieza cuando uno reconoce que lo que le pasa no es una debilidad, sino un patrón. Y como todo patrón, puede cambiarse”.