Reyes López Casas, psicóloga experta en duelo crónico: “El dolor que no se nombra se enquista en el cuerpo y en la memoria”
Cuando ha pasado más de un año desde la pérdida y la persona sigue bloqueada, sintiendo un vacío que no remite, hablamos de duelo crónico
Soy viudo y voy a invitar a cenar a una mujer a casa, ¿qué hago con las fotos de mi esposa fallecida?
En el salón común de una residencia cualquiera, una mujer mira al vacío. Perdió a su marido hace más de un año, pero sigue poniendo dos platos en la mesa. Cuando sus hijos le preguntan cómo está, responde con evasivas. No es tristeza lo que siente, sino algo más denso, más largo, más silente. Lo que le ocurre tiene nombre: duelo crónico. Y según la psicóloga Reyes López Casas, cada vez es más habitual entre los mayores.
“La diferencia entre un duelo ‘esperado’ y uno patológico está en la cronificación del dolor”, explica la especialista. “Cuando ha pasado más de un año desde la pérdida y la persona sigue bloqueada, sintiendo un vacío que no remite y que le impide llevar una vida mínimamente funcional, hablamos de duelo crónico”.
El duelo que no se ve, pero desgasta
En residencias de mayores, este tipo de duelo se presenta con frecuencia. Allí, muchas personas llegan después de haberlo perdido todo: pareja, hogar, independencia y, en algunos casos, su red de apoyo. “La vejez es una etapa llena de pérdidas simbólicas como la identidad laboral, el rol familiar o las capacidades físicas, y que rara vez se nombran como lo que son: duelos”, sostiene Reyes López.
Las cifras refuerzan su visión: según datos del Observatorio Estatal de la Soledad No Deseada, más del 40% de las personas mayores en España declaran sentirse solas, y ese porcentaje se dispara tras una pérdida. “Esa soledad, cuando se cronifica, es un caldo de cultivo para que el duelo también lo haga”, afirma la psicóloga.
Las señales son claras pero suelen pasar desapercibidas: aislamiento social, apatía prolongada, rechazo a hablar del fallecido, descuido del cuerpo o uso abusivo de fármacos. “El problema es que muchas veces se confunde con ‘cosas de la edad’, cuando en realidad estamos ante un sufrimiento profundo que necesita intervención”, señala.
El papel sanador de los rituales y la memoria compartida
El duelo no se supera “pasando página”, sino resignificando lo vivido. “Recordar a quien se fue no tiene por qué doler eternamente. Lo que necesitamos es un espacio para transitar ese dolor con acompañamiento”, dice Reyes López. Para algunos, ese espacio puede estar en la oración o la fe; para otros, en una conversación, una foto, una canción. Lo importante, dice, “no es silenciar el recuerdo, sino integrarlo”.
Y ahí juega un papel esencial la psicoterapia. “La terapia individual ayuda a reorganizar el mundo interno, mientras que la grupal conecta a quien sufre con otros que transitan procesos similares. Ambos formatos son eficaces. La medicación solo debe usarse si hay síntomas depresivos o ansiosos, y siempre bajo supervisión”.
En su experiencia, la combinación de acompañamiento emocional, rituales significativos y red social es la más efectiva para desbloquear un duelo anclado. “Sin red afectiva, sin conversación, sin presencia, es mucho más difícil salir”, advierte.
Cuando el duelo enferma el cuerpo
El duelo crónico no solo impacta en la salud mental: también deja huella física. Reyes López lo ve a diario: trastornos del sueño, pérdida de apetito, caída del sistema inmunológico, aumento del riesgo cardiovascular. “Incluso se ha observado que acelera el deterioro cognitivo en personas mayores, porque les aísla, les desconecta, les roba estímulos”, añade.
Los expertos llevan años alertando de que los adultos mayores que atraviesan un duelo complicado presentan mayor riesgo de demencia, debido a la inflamación crónica que produce el estrés sostenido y al empobrecimiento del entorno cognitivo y social.
Por eso, para Reyes López, la prevención es tan importante como la intervención. “No esperes a que la tristeza lo invada todo para pedir ayuda. Si notas que tu madre, tu abuelo o un vecino ha dejado de hacer cosas, se encierra, o no habla del ser querido que perdió, es momento de actuar”.
A las familias, les da una pauta clara: acompañar sin forzar. “No se trata de animar, sino de estar. Escuchar sin juzgar. Hablar del ausente sin miedo. Proponer paseos, cafés, grupos, sin convertirlo en una obligación. Y, si el dolor no remite, acudir a un profesional. El duelo crónico no es falta de voluntad, es una herida que necesita tiempo, espacio y cuidado para cicatrizar”.
