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¿Por qué el tiempo nos parece que pasa más rápido según cumplimos años?

Repasando lo rápido que ha pasado el tiempo. Redacción Uppers
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La percepción de que los años se comprimen conforme nos hacemos mayores no es solo una frase hecha, sino que se trata de una realidad apoyada en una sólida base científica. A las apreciaciones de anteriores investigaciones se añaden ahora unos recientes hallazgos científicos que apuntan a que, con la edad, nuestro cerebro procesa la realidad de modo distinto, y por tanto nuestra experiencia del tiempo cambia. 

De este modo, un estudio del Cambridge Centre for Ageing and Neuroscience ha analizado a 577 personas de entre 18 y 88 años mientras veían ocho minutos de una serie de televisión. Los resultados muestran que los cerebros de los participantes mayores cambiaron de estado con menor frecuencia y esos estados duraron más. Esto sugiere que cuando registramos menos momentos distintos en el mismo lapso, sentimos que el tiempo “vuela”.

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Procesamiento neuronal y experiencia rutinaria

Una de las explicaciones a este fenómeno se basa en el ritmo al que nuestro cerebro recibe y transforma información. Según Helen Coffey, citando al físico Adrian Bejan, “percibimos menos ‘fotogramas por segundo’ al envejecer; por ello el tiempo nos parece más veloz”. De forma paralela, la psicología afirma que “el tiempo avanza más rápido conforme avanza la edad porque tenemos menos experiencias nuevas, y nuestra percepción es menos vívida”. 

Ambos mecanismos operan de forma complementaria. Así, por un lado tendríamos que percibir menos novedades, lo que supone menos “marcas de evento”. Por otro lado, estaría la menor tasa de procesamiento, lo que supone que hay menos instantes registrados. Por tanto, no es que la vida pase más rápido, sino que simplemente registramos menos momentos en nuestro disco duro, lo que hace que percibamos esa época temporal como más corta. La química cerebral también tiene algo que decir. La dopamina, neurotransmisor vinculado a la recompensa y la novedad, disminuye con la edad. Y sin dopamina, disminuye la capacidad de registrar nuevas experiencias o de percibir cambios sutiles en el entorno.

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Otro factor que acompaña a las explicaciones anteriores es la llamada proporción psicológica del tiempo: para un niño de 5 años, un año representa el 20% de su vida; para alguien de 50 años, solo el 2%. Según esta explicación de la lingüista Joanna Szadura, esto explicaría por qué “un año parece más breve cuanto más mayor eres”. Este efecto subjetivo hace que cada unidad temporal tenga menor “peso” relativo conforme acumulamos años.

Para añadir más leña al “fuego”, también estaría el llamado Reminiscence bump, que describe cómo la memoria autobiográfica guarda más recuerdos entre los 15 y los 30 años, y también está relacionado con esta sensación de velocidad con el paso de los años. 

En la infancia y juventud, cada situación es novedosa, llena de estímulos; el cerebro genera más “momentos distintos”, lo que alarga la percepción del tiempo. En la etapa adulta, la repetición y la falta de novedad producen una menor densidad de recuerdos y la impresión de que el tiempo se reduce.

¿Podemos frenar esta aceleración subjetiva?

Sí, y el propio estudio de con el que abríamos este artículo ya lo sugiere. Esto se conseguiría involucrándose en actividades que aumenten la cantidad de “marcas de evento” y la vigilia consciente. Es decir, todo se resumiría en “aprender cosas nuevas, viajar y participar en actividades novedosas puede ayudar a que el tiempo parezca más amplio”.

La psicóloga Lustig recomienda vivir con atención plena, lo que conocemos hoy como “mindfulness”, y cultivar el interés por lo inesperado y desconocido. Esas novedades en nuestra vida pueden servir para ralentizar la sensación de que el tiempo se está escapando entre nuestros dedos sin ningún control. 

En definitiva: más novedades, más sensaciones distintas → más sensación de tiempo vivido.

Consecuencias para el día a día

Este fenómeno tiene implicaciones reales: la frenética y agobiante sensación de que “ya ha pasado otro año” puede producir angustia, sensación de haber desperdiciado tiempo o motivar a buscar cambios abruptos de vida. Desde la teoría de la selección socioemocional se explica cómo con una percepción de “tiempo limitado” las personas mayores priorizan experiencias emocionalmente significativas frente al mero crecimiento de conocimientos. 

Comprender que el tiempo se siente más breve no es resignarse, sino estructurar la vida para que cada fragmento cuente.

Así, es importante saber que la velocidad subjetiva del tiempo no obedece únicamente al calendario: es resultado de cómo el cerebro procesa, registra y devuelve experiencias a nuestra conciencia. Al envejecer, menos “marcas de evento”, menor ritmo mental y menor proporción de vida recorrida convergen para que nuestro presente parezca comprimido. Pero la buena noticia es que no es inevitable: podemos ralentizarlo con curiosidad, novedad y atención.