La historia de amor de Raúl y Marite que nació en el vientre de sus madres: "Tenemos dos hijas y cuatro nietos"

Sus madres, amigas desde la infancia, se embarazaron al mismo tiempo y dieron a luz con unos días de diferencia
Nos cuentan bromeando: "Cupido debió de atravesar con sus flechas la placenta, desde pequeños ya hubo atracción"
Con su testimonio en primera persona, esta pareja nos permite creer que el amor duradero existe, pero no está hecho para corazones débiles
La pregunta vuelve cada año por estas fechas: ¿existe el amor eterno? Filósofos, científicos, psicólogos y matemáticos llevan siglos enredados tratando de dar con la fórmula exacta, el algoritmo perfecto, el cóctel hormonal que nos enganche de por vida a la persona que amamos. Marite y Raúl lo han conseguido y su historia gana valor en estos tiempos de amores fugaces. Tienen 58 años, aunque es solo su edad cronológica. La subjetiva, la que está en su mente, y la biológica, la que trazarían sus biomarcadores, está muy por debajo, algo que deben a sus hábitos saludables, a una herencia genética afortunada y, por qué no, a la fuerza del amor. Ya sabemos que ser amorosos y rodearse de cariño reduce el estrés, promueve el bienestar y les permite cultivar una actitud positiva. "Con dos hijas, dos yernos y cuatro nietos, todos menores de dos años, vamos sobrados de amor", nos cuentan.

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Qué ocurrió en el embarazo
En su caso, nadie podrá negar que ese festín químico que ocurre en el enamoramiento se inició durante los meses de gestación, cuando nuestros dos protagonistas eran solos dos embriones creciendo en sus respectivos sacos amnióticos. Sus madres, Goya y Toni, dos amigas desde la infancia, se embarazaron al mismo tiempo y dieron a luz con solo unos días de diferencia. 19 de abril, Marite. 10 de mayo, Raúl. Todo un tributo a su futura suegra, que nació el mismo día. "De feto a feto, ya tuvo que haber algún guiño, alguna flecha de Cupido que atravesó nuestras placentas", dicen con humor.
De niños, el dios griego o su homólogo romano, Eros, siguieron rondando por sus cabecitas y hubo un segundo crush, aunque ellos aún no pusiesen nombre a esa ilusión o emoción infantil incapaz de verbalizarse o expresarse más que en forma de miradas delatoras. Era un tonteo, un interés romántico inocente que advertían quienes estaban a su lado en aquellos veranos de baños de agua gélida en las charcas de Becedas (Ávila) y horas de calle jugando al escondite, a las cartas o a lo que se terciase, explorando el mundo y aprendiendo a participar en él.
¿Cómo nace el amor? Habría sido fascinante observar mediante ecografías, que entonces ni existían, si ya hubo alguna conexión intrauterina entre estas dos criaturas, alguna señal que anticipase ese amor romántico que empezó a madurar en la adolescencia con su lógico componente de incertidumbre, descubrimiento y delirio devanándose los sesos por si eso que sentían era o no mutuo. Vivieron con intensidad esa época de atracción, cuando un simple roce o un intercambio de sonrisas provoca que el corazón se acelere, el rostro se ruborice, la presión arterial aumente y se pierda el apetito.

El incidente que pudo aguar la boda
Ese estado de locura transitoria o empacho emocional se fue apaciguando y el sentimiento se fue clarificando. Llegaron los años de noviazgo, de amistad, de querer pasar juntos buenos momentos o adversidades, de encontrar la manera de unirse, de estar, de separarse y de reencontrarse. Testigo de aquella etapa fue el Citroën 2 CV descapotable de Raúl, todo un espectáculo, con el que, justo antes de la boda, dieron varias vueltas de campana en un incidente del que salieron ilesos.
Del noviazgo pasaron al matrimonio, recién cumplidos los 24, y fueron venciendo obstáculos, despejando el camino y descubriendo la mágica tarea de salir siempre adelante, a veces sin más caudal que sus infinitas ganas de vivir. Crecieron juntos y cada uno desde su identidad y preparación fue labrándose un futuro profesional. Raúl, escolta privado, en el mundo de la seguridad. Marite, empleada pública en la Comunidad de Madrid. En el trayecto, dos hijas, muchos momentos de dicha y otros de alarma, como el diagnóstico de un cáncer de mama afortunadamente ya superado. Tal vez tuvo mucho que ver el impacto positivo del amor.
"No somos iguales, no opinamos igual, no queremos las mismas cosas"
No quieren poner etiquetas a su amor. "Con los años ha ido fluyendo y transformándose en una pareja estable, duradera, comprometida y cuidadosa. No hay más secreto que hacer un esfuerzo importante cada día. No somos iguales, ni siquiera dos medias naranjas que se necesitan para completarse. Cada uno desde sus gustos, aficiones o maneras de pensar, pero con un espacio común donde compartimos valores, interese comunes, intimidad y una misma dirección vital. No opinamos igual, no siempre queremos las mismas cosas, pero nos respetamos y hay un sentimiento profundo que está por encima de todo".

Raúl no sigue a Marite, aficionada al running, en sus carreras y medias maratones, pero la anima. Tampoco ella necesita leer los tochos de thriller que devora su marido para sentirse cerca. A ella le tira la música de los noventa y a él el rock, pero ahora se han encontrado en una misma banda sonora: la de los payasos de la tele. Las mismas canciones que marcaron su infancia las cantan hoy con sus nietos.
"Cuando echamos la vista atrás, nada sobra. Si hubo algo menos bueno, es inútil remover las aguas. Es mejor volver a los caminos que nos son afines y celebrar el amor. El tiempo ha ayudado a añadir humor y a restar dramatismo". Con sus palabras, estos dos tórtolos nos hacen creer que el amor duradero es posible. No se explica por esto o por aquello, sino por cosas muy simples.

Y si recuperamos las teorías de la antropóloga recientemente fallecida Helen Fisher, veremos que el trecho que han recorrido en sus cerebros es ese que ella marcó después de toda una vida de investigación: atracción física, amor romántico y apego. Del enamoramiento pasaron al compromiso, con más conexión emocional y menos dependencia. Del compromiso a las dudas superadas que les permitió ascender un nivel en la relación y abrirse a una etapa de aceptación y de sentirse relajados y cómodos uno con el otro, reinventándose, sin necesidad de exaltar los sentimientos, pero sintiéndose en paz.
¿Qué podemos concluir? Que el amor eterno existe, pero no está hecho para los débiles de corazón, y que, como dijo Honoré de Balzac, no hay prodigio mayor que "amar y ser feliz".