Ruiz Casero, historiador experto en la cárcel de Carabanchel: "Con el derribo se perdió la mayoría del archivo"

Luis A. Ruiz Casero, autor de 'Carabanchel. La Estrella de la Muerte del Franquismo'.. SOFÍA LÓPEZ VELASCO
  • El investigador madrileño ha reconstruido la historia de este símbolo de represión en el libro 'Carabanchel. La Estrella de la Muerte del Franquismo'

  • Fue la más grande y masificada de las prisiones de la España de posguerra y no consiguió adaptarse a los tiempos democráticos

  • El autor une su voz a la de los ciudadanos que exigen que, tras la demolición en 2008, se levante sobre su solar un centro de memoria

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El recuerdo de la cárcel de Carabanchel nos lleva a la figura de Marcelino Camacho, uno de sus presos más ilustres. El dirigente sindicalista pasó en ella nueve años de su vida (1966-1975), que dedicó a la lectura y el estudio, sin descuidar su activismo. Incluso se tejió un poncho. Allí recibió también a su hijo Marcel, detenido junto a un grupo de jóvenes en el Instituto San Isidro cuando tenía 16 años. Después de 13 días retenidos, fueron encerrados en las celdas de aislamiento de la quinta galería. Enseguida se unieron al resto y Marcel se reencontró con su padre y un alumno de este, Julián Ariza, que había organizado en una celda su propio Café de Chinitas con partidas de ajedrez.

Son anécdotas que han contado sus protagonistas, pero parte de la memoria de Carabanchel -la menos entrañable y más brutal- se perdió con su derribo en 2008. Afortunadamente, están las hemerotecas y también trabajos como el del historiador y arqueólogo Luis A. Ruiz Casero, que ha reconstruido su historia en 'Carabanchel. La Estrella de la Muerte del franquismo' (Libros del K.O.), un libro que revive qué ocurrió en el interior de esta cárcel, uno de los mayores símbolos de la represión franquista.

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Archivo desaparecido

Su crónica va desde su construcción en 1940, por algo más de mil presos políticos, hasta su cierre en 1998, abandono y posterior demolición en 2008. El autor nos transmite el asombro y el estupor que sintió cuando en sus investigaciones anteriores descubrió que buena parte del archivo de la prisión había desaparecido.

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"Con el derribo se perdió la mayoría del archivo. Desaparecieron documentos, notas, cartas y muchísima información del funcionamiento de la cárcel, los mecanismos de represión y, en general, de la vida cotidiana de los miles de presos que pasaron por ella", avanza Ruiz Casero. Entre ello, Ramón Tamames, Miguel Boyer, Lidia Falcón, María Jesús Arnal, Fernando Sánchez Dragó, Nicolás Redondo y Nicolás Sartorius y otros muchos. "Era el destino -advierte- de cualquiera que se pronunciase contra el régimen o mostrasen cualquier actitud que se considerase subversiva".

Pero la gran mayoría, sobre todo a medida que pasaron los años, fueron presos comunes. Algunos delincuentes famosos que pasaron a la crónica negra española, como El Vaquilla o El Torete, y también terroristas, como Josu Ternera, miembro de ETA, que pasó un tiempo antes de su fuga.

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"La memoria de Carabanchel es la memoria de España. No la podemos borrar", indica. Y la componen miles de gentes que sufrieron la represión, la incomunicación con la familia, la violencia de algunos funcionarios y situaciones de crueldad a las que había que añadir las condiciones infrahumanas. Ruiz Casero se resiste a que el recuerdo de la cárcel de Carabanchel quede ligado solo a figuras míticas cuya trascendencia política puede aligerar la dureza de la prisión. Descarta también la intención preventiva o de reinserción social. Qué mejor testimonio que las celdas de castigo y de tortura infectas, sin más enseres que una cama de cemento y un agujero que servía de retrete, que quedaron bajo los escombros.

Castigos físicos y psicológicos

Durante su periodo franquista, el historiador relata que hubo torturas, como golpes y palizas, sumersión en agua hasta casi el ahogamiento, aplicación de descargas eléctricas en genitales y otras partes del cuerpo e interrogatorios insufribles. "La alimentación no cubría las necesidades básicas, había falta de higiene y plagas de todo tipo. Las condiciones de insalubridad originaron muchas enfermedades. Se les dificultaba el acceso a abogados y juicios justos, por lo que muchos prisioneros fueron ejecutados después de juicios rápidos sin ninguna garantía procesal".

Carabanchel es un símbolo de vileza y de sufrimiento. "Para los presos y también para las familias. Las mujeres llevaban bolsas de comida y otras necesidades básicas. Algunas vivían prácticamente pegadas a los muros de la cárcel. Tan importante como el alimento físico era el sustento espiritual y afectivo, a veces su único hilo que conectaba con el exterior y les permitía mantener la cordura, a pesar de que la condición de mujer de preso les convertía en blanco desde el punto de vista social e institucional". Josefina, la mujer de Marcelino Camacho vivió en sus carnes todo aquello, según recordó él mismo en sus memorias.

El sida y la heroína marcaron una nueva etapa

Los presos políticos desaparecieron con la llegada de la democracia. Con la Ley de Amnistía de 1977, la mayoría fueron liberados y el perfil de preso cambió. En esta época de transición hubo mejoras, pero continuaron los problemas estructurales, como el hacinamiento, el deterioro de las instalaciones y la violencia interna. En los años ochenta y noventa las celdas estaban ocupadas por delincuentes comunes, algunos enganchados a la heroína que tuvieron que convivir con narcotraficantes y contrabandistas de tabaco, marcando un nuevo capítulo negro en la historia de Carabanchel.

"La falta de recursos sanitarios agravó la crisis del sida que vivía el resto del mundo. Un alto porcentaje de reclusos eran seropositivos y muchos murieron sin recibir tratamiento", explica Ruiz Casero. De nada sirvieron sus huelgas de hambre y autolesiones.

A finales de los 90, el Gobierno decidió cerrar Carabanchel y trasladar a los reclusos a otras cárceles más modernas. En 1998, fue oficialmente clausurada. Durante años, diferentes colectivos pidieron convertir el edificio en un centro de la memoria, pero la decisión final fue su demolición en 2008. "Desde el punto de vista arquitectónico, es incomprensible. Era una construcción relativamente moderna con una bóveda de hormigón armado magnífica. Habría sido un espacio idóneo para crear un museo de la memoria", lamenta el escritor.

En contra de un plan de especulación urbanística

Con su libro 'Carabanchel', Ruiz Casero quiere que la historia no quede reducida a polvo, como el solar. Sus páginas, escritas con gran sensibilidad y rigor, dejan una huella profunda y se suma con ella "a quienes se resisten a condenar a la sociedad al olvido de sus momentos más oscuros".

Hoy es un solar con un proyecto de urbanización aún impreciso. "Los vecinos llevan años peleando para que no se especule con viviendas. La plataforma por el Centro de Memoria de la Cárcel de Carabanchel pide que en el terreno se cree o se instale un espacio museístico que, además de honrar la memoria de todos los que sufrieron represión en sus celdas, sirva de divulgación y reflexión sobre su historia. Es a ellos a los que hay que escuchar y su voluntad es que, de alguna manera, quede como un símbolo significativo para las nuevas generaciones y, de paso, que tenga un uso social y público".

Aunque fue impulsada por Franco utilizando mano de obra de presos republicanos, no hay constancia de que visitara jamás sus instalaciones. Al reconstruir su historia, Ruiz Casero está convencido de que Carabanchel "es la historia de un fracaso de dimensiones colosales. Nunca llegó a ser la herramienta de destruir ideas que quiso la dictadura".