Cava Meeting: el Cava se cita consigo mismo
Un compromiso con el territorio, responsabilidad socioeconómica y apuesta por el prestigio
Se pudo degustar el cava entre más de 200 referencias y 5.000 copas servidas
Hay paisajes que con solo mirarlos respiran historia. En Font de la Canya, donde las viñas se estiran como líneas de un poema y el tiempo parece fermentar al ritmo del sol, el Cava volvió a mirarse al espejo. Durante dos días, la segunda edición del Cava Meeting convirtió esas tierras sagradas en un foro de inteligencia sensorial: un congreso internacional que reunió a los más influyentes prescriptores del vino del mundo, para hablar, catar y sobre todo entender ese lenguaje secreto que vibra dentro de cada burbuja.
Decía un poeta que “la memoria es una copa que nunca se vacía”, y aquí, entre más de 200 referencias y 5.000 copas servidas, la memoria chispeó con cada descorche. Los invitados, un centenar largo de almas curiosas llegadas desde los cinco continentes, se sumergieron en el universo de los Cavas de Guarda Superior, la cima de la pirámide cualitativa, los que duermen más de 18 meses para despertar con la elegancia del tiempo.
El presidente del Consejo Regulador, Javier Pagés, recordó que el Cava “es un vino histórico, con 150 vendimias a sus espaldas”, un vino que no necesita disfraces: pertenece al territorio, a sus uvas, a su método tradicional, ese que sólo unas pocas regiones del mundo pueden pronunciar sin impostura. “Mirar al futuro sin perder las raíces”, añadió, como quien define una filosofía de vida.
En ese horizonte se movieron las 28 ponencias, los 65 elaboradores presentes y las conversaciones que, entre copa y copa, tejían un discurso más profundo: el del Cava como expresión de un estilo de vida mediterráneo, de esa mezcla tan nuestra de hedonismo y rigor, de placer y respeto.
Los debates giraron en torno al método tradicional, los Cavas de largas guardas, los Cavas de viñedo y los Elaboradores Integrales (sello que ya ostentan 16 bodegas), símbolos de un movimiento que reivindica la paciencia frente a la prisa y la autenticidad frente al artificio.
Decía otro escritor que “el vino es la única obra de arte que se bebe”, y en Font de la Canya esa frase cobró cuerpo. Cada burbuja parecía un verso diminuto, un miniado líquido escrito en lengua catalana, un destello que resume la alianza entre la tierra, la vid y la gente que las cuida.
Bajo la dirección de un comité asesor formado por Sarah Jane Evans, Pedro Ballesteros, Ferran Centelles, Ramon Francàs y María Naranjo, el encuentro fue una sinfonía de saberes y matices. Y entre todo ese conocimiento, una certeza: el Cava ha dejado de mirar hacia arriba. Ya no imita a nadie. Se ha encontrado a sí mismo.
Porque el Cava, como la vida, como el Mediterráneo, tiene una medida emocional de las cosas. Y en Font de la Canya, durante dos días, el corazón de Cataluña volvió a latir al ritmo sereno, cadencioso, de sus burbujas.