Suárez, una juventud marcada por la ruptura con su padre, el alcohol y el amor a Sofía

Víctor Serrano 27/06/2014 17:38

Desde su infancia no ha parado de esquivar obstáculos. A los 9 años, cuando vivía en Montevideo, a donde llegó de Salto (ciudad en la que nació el 24 de enero de 1987), su padre, Rodolfo, le dio una bofetada cuando abandonó a su madre, Sandra, y la dejó a cargo de sus seis hijos. Con las complicaciones propias de la situación y las dificultades económicas fue una época muy difícil para los Suárez.

En su adolescencia, Luis se puso a trabajar barriendo las calles de la ciudad y lavando coches para llevar algo de dinero a casa y ayudar a su familia, aunque buena parte de lo que ganaba lo gastaba en la noche y en alcohol. La vida desordenada y sin control le pasó factura en el rendimiento de su club, el Nacional.

Llegaba tarde a los entrenamientos, y eso era cuando se presentaba... Pero todo cambió cuando con quince años conoció al amor de su vida: Sofía Balbini. Una joven dos años menor que él le cambió la vida, como reconoce el propio Suárez. Le alejó de las malas influencias y le convenció de que no abandonara los estudios.

Pero apenas unos meses después, la familia de Sofía se mudó a España y Luis perdió a su novia. Eso le hizo volver a viejos vicios y a dejar momentáneamente el fútbol, hasta que el entrenador de juveniles del Nacional le lanzó un ultimátum que le abrió los ojos. “O empiezas a entrenarte y a centrar tu vida o te marchas de aquí” le dijo Ricardo ‘Murmullo’ Perdomo.

A partir de entonces, Suárez cambió de mentalidad y su sobresaliente actuación con el Nacional le abrió las puertas de Holanda. En 2007 recaló en el Ajax de Ámsterdam, donde, además de ser feliz en el terreno de juego, también lo era fuera porque convenció a los padres de Sofía para que dejaran a su hija irse a vivir con él a los Países Bajos.

El charrúa iba consolidándose y haciéndose un nombre en la Liga Holandesa, además, tuvo una magnífica actuación en el Mundial de Sudáfrica. Uruguay se plantó en semifinales, donde cayó con Holanda, y buena culpa de que la ‘Celeste’ llegara tan lejos la tuvo él. Primero por su doblete ante Corea del Sur en octavos y luego por salvar a su equipo en cuartos provocando un penalti que falló Ghana al parar el balón con los manos en la misma línea de gol.

Pero en noviembre 2010, en la misma campaña en la que termino ganando su primer título de la liga holandesa, tuvo lugar su primer capítulo negro cuando mordió en el cuello a Ottman Bakkal, futbolista del PSV. Le sancionaron con siete partidos y le ofrecieron tratamiento psicológico, pero lo rechazó.

Antes incluso de que acabara su sanción, fue traspasado al Liverpool por 26,5 millones, siendo el fichaje más caro de la historia del club por una horas, las que tardaron en cerrar por 41 millones a Andy Carroll. En el club inglés se ganó a la afición con sus goles y con el nombre de su hijo. Y es que el nombre de su primera hija Delfina, que nació en 2010 (un año después de casarse) es un anagrama de Anfield, una curiosidad que Luis tomó como una señal del destino.

En la Premier aumentó su historial de mal comportamiento. En 2012 fue castigado con ocho partidos por insultos racistas a Evra, y en abril de 2013 volvió a mostrar su agresividad mordiendo a Ivanovic en un partido contra el Chelsea. Tras cumplir la sanción de diez encuentros y tener a su segundo hijo, Benjamín, Suárez llegaba a Brasil lesionado, pero siendo el delantero más pretendido. Lo que sigue ya lo conocen: pasó de héroe a villano…

Está en boca de todos tras protagonizar uno de los episodios más lamentables que se recordarán de este Mundial de Brasil. Su mordisco a Chellini ha dado la vuelta al mundo en portadas y noticias de todos los medios, empañando de nuevo su reputación.