A mi edad es muy difícil cambiar!, afirman muchas personas categóricamente. Esa es una de las expresiones más dañinas que uno pudiera realizar acerca de sí mismo.
Por tanto, siempre he tratado de rebatirla a lo largo de los años de trabajo con pacientes, unas veces con más fortuna y otras con menos. Y lo he hecho con argumentos basados en la experiencia, no con teorías más o menos vistosas o llamativas, y, sobre todo, mediante el ejemplo práctico de quienes lo han conseguido.
Por eso, plantearse constantemente la cuestión ¿cómo puedo mejorar mi vida?, nos puede ayudar a salir de la inercia y del conformismo que nos atrapa en la nube de la mediocridad y del sufrimiento.
Para mejorar no es necesario estar mal. Esa es una primera cuestión que se me antoja muy importante. Mucha gente intenta el cambio cuando ya no pueden soportar más sufrimiento. Y eso está bien, es mejor que no intentarlo, pero ¿es necesario llegar a sufrir mucho para desear cambiar algo?