Llegan las ‘Alfa Centáuridas’, la lluvia de estrellas de origen desconocido

Celia Molina 07/02/2016 08:30

La mala noticia es que las ‘Alfa Centáuridas’ se ven, sobre todo, en el Hemisferio Sur (suele haber muchos registros en Latinoamérica). La buena noticia es que eso no significa que no puedan verse en el Hemisferio Norte, aunque no con la misma intensidad.

Esta lluvia de estrellas no es tan conocida como las Leónidas o las Perseidas porque su frecuencia es infinitamente menor: suele ser de unos 6 meteoros a la hora. Sin embargo, para hacerle una buena campaña de marketing, destacando su calidad y no su cantidad, hay que decir que son unas estrellas mucho más brillantes de lo normal (tienen una magnitud -3, mientras que la estrella más brillante del firmamento ronda los -1,44). Es decir, que, aunque sean pocas, merecen la pena.

Tampoco se sabe de qué asteroide proceden, por lo que se desconoce su origen exacto. Se denominan ‘Alfa Centáuridas’ porque en su caída parecen salir de la Constelación Centauro, cuya estrella más importante (Alpha Centauri) es la más cercana a la Tierra. Ésta se encuentra en una de las patas delanteras de la representación celeste del Centauro que, como todos sabemos, es un ser mitológico mitad hombre, mitad caballo.

El Centauro o la ambigüedad del ser humano

Según la mitología griega, los centauros eran hijos de Ixión y una nube con la forma de Hera, la madre de todos los dioses. Su cuerpo estaba dividido en dos: de la mitad para arriba, tenían cabeza, brazos y torso de hombre (o de mujer, a las que se llamaba centáurides); de la mitad hacia abajo, tenían patas, lomo y cola de caballo.

Los centauros se asociaban con la brutalidad, la ira, la lujuria y la barbarie. Participaban en las guerras, eran expertos con la lanza y el arco y tenían la horrible costumbre de violar a las mujeres. Sin embargo, no todos eran así. Algunos eran dóciles y sabios, como Quirón, que acabó siendo profesor de muchos futuros héroes griegos como Aquiles, Jasón o Asclepio, el primer médico conocido.

Por lo tanto, el centauro –y dejando de lado el debate sin conclusión de si existieron realmente o no- podría ser una representación de la lucha interna de todos los hombres: el combate entre la emoción y la razón, entre la civilización y el animal que todos llevamos dentro.