Eudald Carbonell, arqueólogo de Atapuerca durante 30 años: “Encontramos el primer asesinato de la historia"
El mítico arqueólogo español, ya retirado, cuenta los entresijos de 50 años de trabajo personal y 1.400 millones de años de historia
En Atapuerca se ha escrito la historia de la evolución y se han encontrado incluso los restos del primer asesinato de la historia del ser humano
Charlar un rato con Eudald Carbonell, arqueólogo y responsable de cuanto ha sucedido en el yacimiento de Atapuerca durante tres décadas, es como abrir una enciclopedia sobre la evolución humana y ponerse a leer sin parar durante horas porque esas páginas, esos textos, están perfectamente adaptados a tu nivel. Son comprensibles y amenos. Te dejan con la boca abierta, al igual que el libro que acaba de publicar, ‘Atapuerca: 40 años inmersos en el pasado’, en el que desgrana miles de millones de años de evolución para que entendamos quiénes somos, de dónde venimos y, posiblemente, nos acerquemos más a conocer a dónde vamos.
“He intentado sintetizar tres cosas en mi vida: academia, ciencia y socialización. No sé si lo he logrado, pero al menos lo he intentado”, asegura un Eudald, que ya está jubilado pero luce como si estuviera a punto de salir hacia la excavación a la que ha dedicado casi 50 de sus 72 años, tres de esas décadas como codirector del yacimiento junto a Juan Luis Arsuaga y José María Bermúdez. Nadie conoce mejor esas montañas ni esos fósiles. Quizá por eso, con una mirada nostálgica, el propio Carbonell dice que cuando se muera, “se irá mucha información conmigo”.
“Atapuerca es fruto de una maravillosa casualidad, una chiripa histórica, y del trabajo de un equipo interdisciplinar de más de 300 personas”, explica Carbonell para que un servidor y todo el que le lea entienda que todo lo que allí se encuentra ha llegado hasta nuestros días gracias a la propia naturaleza y al sudor de mucha gente.
“Sólo con que el río hubiera sido más caudaloso, todo este tesoro no estaría aquí. Se lo habría llevado por delante. Además se dan otra serie de factores que han ayudado pero que son fruto del azar como la depresión que conecta la meseta norte y sur, un clima suave, una cobertura de sedimentos... Todo junto ha provocado que los restos hayan permanecido estables durante un millón cuatrocientos mil años. Se pueden dar casos similares en Sudáfrica, pero es muy complejo igualar la conservación de Atapuerca. Sólo se encuentran yacimientos así cada cien años”.
“Es una casualidad aleatoria. Es único que toda la información de la evolución humana y las especies europeas se haya conservado allí”, insiste, dando a entender que este grado de conservación es poco menos que magia. Atapuerca, así pues, es un cofre prehistórico que guarda las claves de nuestra propia evolución, ya que allí coincidieron hasta cinco especies distintas de seres humanos: “En realidad somos todos unos híbridos: neandertales, denisovanos… La separación se hace por criterios tipológicos, por decirlo de alguna forma. Eran tan parecidos que la clasificación surge del deseo de organizar, no de la evidencia de un abismo entre ellos”, explica Carbonell.
Lenguaje, fuego y comunidad
La vida en Atapuerca fue un prodigio de invención y evolución a lo largo de cientos de miles de año. “Hablaban en un sistema de comunicación que poco a poco se fue perfeccionando. El fuego apareció hace 400.000 años y las herramientas se fueron volviendo más complejas. Eran recolectores: cazaban leones, osos, ciervos, caballos… Vivían 20 o 30 años, pero eran muy fuertes y tenían capacidades humanas muy importantes. No hemos encontrado bebés ni niños porque cuando nacían los caníbales se los comían. El ser humano más longevo que hemos encontrado es una rareza y tenía entre 45 y 48 años”, apunta.
Vivían 20 o 30 años, pero eran muy fuertes y tenían capacidades humanas muy importantes
En Atapuerca, enfatiza Carbonell, no debemos imaginar a simples criaturas de instinto porque las evidencias han mostrado que la vida allí era mucho más rica: “Hacían rituales funerarios, abrían a sus muertos, hacían plegarias, cuidaban a sus crías. Es el origen mismo del sentido social”.
El golpe de timón del descubrimiento
Pero la charla con Eudald no sólo puede girar alrededor de lo académico. También queremos piel, sensaciones, vivencias de quien dice que no volvería a ser arqueólogo si pudiera dar marcha atrás, pero lo hace sabiendo que miente. “Cuando estás en tu trabajo hay una mezcla entre lo mágico y lo real”, confiesa. “Lo real son las hipótesis científicas y lo mágico es que aparezca un fósil. Es como si te tocara la lotería cada vez que descubres un fósil de humanos tan antiguos”.
Cada hallazgo tiene el brillo de una victoria íntima porque cada mandíbula, cada cráneo, cada tibia, cuenta una historia diferente, habla de una época, de un modo de vida y puede dar la vuelta como un calcetín a creencias asentadas en los libros desde hace décadas.
También cuentan anécdotas, como, por ejemplo, la documentación de la primera muerte violenta de la que se tiene conocimiento en la historia. Sí, hasta ese nivel de precisión pueden llegar los investigadores. Precisamente de ella habla con precisión forense Eudald : “Es el primer asesinato de la historia: en el frontal tenía dos orificios de entrada de una punta de piedra, que se ve clarísimamente. Fue un caso de combate interpersonal, no hay duda”.
Aprender del ayer para mirar al mañana
Pero cada descubrimiento en Atapuerca va mucho más allá de eso. Nos habla del pasado, pero también del presente y del futuro. Carbonell alza la vista hacia el porvenir. “Si no conoces tu pasado, puedes tener pocas perspectivas de futuro. Hay que conocer qué pasaba cuando hacía mucho frío o mucho calor y cómo se adaptaban los seres humanos”, sentencia. Así, hay capítulos en Atapuerca dedicados a los cambios climáticos. La relevancia resuena hoy con fuerza: ¿cómo vamos a afrontar el calentamiento global si ignoramos las soluciones de nuestros antepasados?
En las casi cinco décadas que suma su expediente de campo (recordemos que justo antes de colgar el sombrero descubrió el Homo Affinis Erectus), Carbonell apenas ha tenido que corregir sus hipótesis. Todo ha fluido. Cada descubrimiento refrendaba el anterior. “Llevo casi 47 años en Atapuerca y muy pocas veces hemos tenido que rectificarnos”, afirma con orgullo.
Una de las grandes estrellas descubiertas en todos estos años de trabajo es el Homo Antecessor, con un cráneo de 800 cm³ y humano como nosotros -“hay muy pocas diferencias”-), que llegó para hacer saltar por los aires todos los tratados sobre evolución. “Cuando lo encontramos tenía 900.000 años y sirvió de eslabón perdido”, recuerda Carbonell, que considera que aún hay mucho por descubrir aunque no cree que sea más antiguo que lo que ya han desenterrado: “Por la prospección de 50 años, dudo que se encuentre algo más antiguo de 1.400.000 años”. Pero no todo está escrito: “Ahora toca buscar de forma sistemática y poner en contexto todos los hallazgos”.
Por la prospección de 50 años, dudo que se encuentre algo más antiguo de 1.400.000 años
Quién sabe si, por ejemplo, están por descubrir pinturas prehistóricas en la zona del Mirador: “Creo que puede haber pinturas de 8.000 ó 9.000 años; sería muy importante. Y en el Portalón aguardan piezas datadas en 30.000 años”.
En la Universidad y en las trincheras del yacimiento, Carbonell ha dejado una estela de discípulos. “Me siento un invitado privilegiado: conozco el paisaje, los caminos, los árboles… He formado centenares de arqueólogos que hoy trabajan en universidades de todo el mundo”, asegura con tanto orgullo como cuando instantes antes enumeraba descubrimientos trascendentales para la historia. Tiene claro que su legado real no son los huesos; son quienes perpetúan la pasión y el método.
He formado centenares de arqueólogos que hoy trabajan en universidades de todo el mundo
“Nuestra generación ha sido un ejemplo de trabajo riguroso y enseñanza para las siguientes”, afirma con orgullo quien abriera zanjas junto a jóvenes de todo el mundo deseosos de trabajar con él alrededor de cráneos milenarios de los que exprimir con absoluto mimo hasta la última gota de información.
El precio de la gloria científica
Pero no todo es gloria. Carbonell no disimula las sombras del camino. “No volvería a hacer lo que he hecho; ha sido muy sacrificado, con muchas horas de trabajo y mucho estrés político. Atapuerca ha aportado mucho, pero a nivel político no se le dan todos los recursos que merece”, dice.
El combate arqueológico, aunque no lo parezca, se libra tanto en el barro como en despachos y pasillos. “Profesionalmente ha ido muy bien, pero personalmente ha sido muy poco agradable”, apunta para añadir sin el más mínimo atisbo de duda: “No volveré a las excavaciones ni siquiera de turista; necesito un descanso y no quiero ser un jarrón chino allí, aunque estoy seguro de que cada vez que encuentren algo me llamarán. La realidad ha superado la ficción. Cuando entré en Atapuerca pensé que saldríamos con los pies por delante; este proyecto ha sido toda mi vida”.
Carbonell, con una carrera por y para la historia, no pide medallas ni pancartas. Implora atención: que los fondos no se evaporen, que la próxima hornada de investigadores encuentre terreno fértil. Porque Atapuerca es fruto de una maravillosa casualidad y en nuestras manos está seguir explorando y reescribiendo la historia.
