Sanz Catalá, restauradora subacuática, sobre los tesoros del mar: “Al lado de donde te bañas yo buceo entre ánforas del siglo I”
No tan lejos de las playas que hoy están abarrotadas de veraneantes se esconden pecios con un valor histórico incalculable
Así bate un récord un espeleobuceador en una cueva subterránea: “Me encanta estar donde no ha estado nadie”
“Si lo ves hoy, piensa que no lo volverás a ver mañana”. Esta es la frase que Andrea Sanz Catalá, restauradora y conservadora especializada en arqueología subacuática, tiene grabada a fuego. Porque ahí abajo, en esas mismas aguas donde te llevas bañando todas las vacaciones o donde estás soñando hacerlo en cuanto las tengas, puede que haya un pecio romano descansando desde hace más de 2000 años.
Andrea, que nos atiende desde tierra por culpa de un inoportuno malestar, habla con la pasión y la ilusión de quien hace lo que ama y de quien lo hace con propósito. “Yo no soy arqueóloga”, puntualiza. “Soy restauradora. Pero desde pequeña supe que quería dedicarme a descubrir cosas”. Todo empezó en el castillo islámico que se alza junto a la casa de sus abuelos en Planes de la Baronía, un pueblo del interior de Valencia. “De niña me escapaba cada tarde al castillo. Un día caí por un agujero y encontramos una cámara con vasijas. Ahí empezó todo”.
La vocación se consolidó mientras Andrea estudiaba en la Politécnica de Valencia. Fue entonces cuando se topó con unas jornadas de arqueología subacuática. “Fui a Madrid a unas jornadas y salí de allí sabiendo que eso era lo que quería hacer con mi vida”, recuerda la que ahora trabaja en el IBEAM (Instituto Balear de Estudios en Arqueología Marítima).
Desde entonces, Andrea ha estado sumergida —literalmente— en decenas de proyectos. Hoy trabaja en el proyecto ‘Illes Formigues 2’, del Centro de Arqueología Subacuática de Cataluña, excavando, a 50 metros de profundidad, un pecio del siglo I a.C. frente a la costa de Palamós. “Es uno de los primeros proyectos en España que se hace a esa profundidad. Es un pecio importante por su estado de conservación”, explica.
No olvidará jamás el día que lo encontraron: “El fondo parecía como si hubieran plantado cuellos de ánfora”, cuenta. Pero lo realmente valioso estaba debajo: la estructura naval, de madera, casi intacta después de 2000 años en el fondo del mar. Y ahí es donde Andrea entra en acción.
“La madera está tan frágil que parece una esponja. Si no controlas la fuerza al tocarla, la destrozas. Mi trabajo es que no se deshaga, que se conserve, mientras los arqueólogos documentan con fotogrametría. Yo bajo a los 50 metros como una mano más. Llevo muchos años trabajando con arqueólogos y he aprendido técnicas”.
La madera está tan frágil que parece una esponja. Si no controlas la fuerza al tocarla, la destrozas
Y añade una advertencia que da que pensar sobre lo efímero y lo mágico de los restos arqueológicos entre los que se mueve y bucea: “No hay magia de la conservación que pueda salvar algo si se rompe ahí abajo”.
La duda más obvia radica en si es mejor dejar lo descubierto a 50 metros de profundidad o subirlo a la superficie para estudiarlo y que el mundo entero pueda verlo. Aquí entra la ética, la ciencia y también la burocracia. “Según el convenio de la UNESCO de 2001, lo ideal es conservar in situ. Si se ha mantenido 2.000 años en el fondo, probablemente es el mejor sitio para que siga”, explica Andrea. Pero si hay riesgo de pérdida o es una pieza clave, sí se extrae. Con conciencia. “Si tienes 50 ánforas, con sacar dos ya puedes estudiarlas”.
No hay magia de la conservación que pueda salvar algo si se rompe ahí abajo
Y no, no todo es oro ni monedas brillantes. Aunque hay, y muchos, esos no son los mayores tesoros que se pueden encontrar en el fondo marino. “Para mí, un tesoro es encontrar una inscripción en tinta en el cuello de un ánfora. Eso te da el nombre del comerciante, ubica el producto, te habla del comercio de hace siglos”, comenta Andrea, que trata de poner en palabras su pasión.
Para que Andrea pueda conservar lo que se encuentra en el mar, hay todo un equipo detrás trabajando. Ella lo cuenta con humor: “No diré que es como un Gran Hermano, pero parecido”. Viven juntos y navegan en el barco durante días, aunque en el actual proyecto cada tarde regresan a tierra firme para dormir.
Dos inmersiones al día
Una jornada comienza poco antes de las 9.00, cuando se juntan todos para zarpar. Después se lleva a cabo el briefing y la primera inmersión. Ya de vuelta al barco, comida, descanso y segunda inmersión. Al finalizar, vuelta al puerto. “Y si algo sale mal, hay que solucionarlo al momento. Porque lo que ves hoy puede desaparecer mañana”, puntualiza.
Todo se documenta, se fotografía, se mide, se geolocaliza. “Hay un protocolo claro y estricto. No se puede improvisar. Hay que justificar todo. No podemos estar sacando cosas sin control”.
Hay un protocolo claro y estricto. No se puede improvisar. Hay que justificar todo. No podemos estar sacando cosas sin control
Y por eso, insiste, lo ideal es que los restauradores estén desde el principio del proyecto. No solo al final, en el laboratorio. “Tenemos otra sensibilidad. Sabemos cómo reaccionan los materiales, cómo conservarlos sin tocarlos”, analiza Andrea.
El Mediterráneo está lleno de historia
El desconocimiento que la gran mayoría de la población tiene sobre lo que esconden nuestros mares es, en cierto modo, un problema: “España no es una potencia en arqueología subacuática, pero no porque no tenga patrimonio, que lo tiene. Es que no hay dinero, ni visibilidad”.
Sin visibilidad no hay protección, pero cuando la gente entiende lo que descansa a sólo unos metros de la playa que ve desde la ventana de su casa, se vuelca para conservarlo. Como prueba, un botón: “Estuvimos trabajando en un yacimiento en Palma, muy cerca de la playa, y cada noche alguien iba a expoliarlo así que pusimos un vigilante en la playa. Aun así, en el cambio de turno, aprovechaban. Poco después, hicimos unas puertas abiertas para explicar lo que había y los vecinos terminaron montando guardias voluntarias para protegerlo del expolio. Fue alucinante”, rememora Andrea.
Pero, ¿quién expolia? Existen quien sabe lo que hace y busca el lucro, pero también el turista despistado o el aficionado curioso que no tiene la más mínima idea de lo que tiene entre manos: “Mucha gente no es consciente. Por eso la educación ciudadana es nuestra mejor arma”, comenta.
Así se baja al fondo sin mojarse
El patrimonio que tenemos en el fondo marino, casi todo por descubrir aún, no sólo está al alcance de expertos buceadores. Los apasionados de la historia que no saben nadar, poco a poco, también tienen acceso a él gracias a la tecnología y al afán de los investigadores por mostrar y dar visibilidad a siglos de historia hundidos.
Andrea se ilusiona hablando de estos avances tecnológicos porque dan aún más sentido a su trabajo. “En Grecia hicieron un modelo 3D de un pecio. En el centro de interpretación te pones unas gafas y buceas entre ánforas sin mojarte”, comenta.
Esa es la dirección: abrir los fondos marinos al público sin poner en riesgo los hallazgos. “La gente, cuando lo conoce, lo hace suyo. Y cuando algo es tuyo, lo proteges”.
Alucinó en Port Royal
Andrea vive con pasión cada minuto de su profesión, sin tener muy claro cuál es el pecio que ha estudiado que más le ha gustado, el que más le ha sorprendido o al que querría regresar. Cada uno tiene su valor y ella reconoce que está satisfecha con poder dedicarse a ello y poder salir cada mañana a bucear en la historia de la manera más literal posible.
Recuerda con cariño algunos como el pecio de Ses Fontanelles, en Mallorca, en el que “se veía perfectamente cómo había encallado y la carga organizada”. También Port Royal, en Jamaica, la ciudad sumergida del Capitán Jack Sparrow. “Verlo fue increíble”, asegura.
Tampoco tiene un punto del globo al que le gustaría acudir a bucear sí o sí: “Nunca me lo he planteado. Me siento tan satisfecha con lo que voy haciendo. No tengo un Santo Grial”.
Y probablemente, esa es la clave: Andrea no busca tesoros. Los protege. No sueña con riquezas, sino con restos que hablen. “Cada fragmento es una historia. Si alguien se lo lleva, el puzzle queda incompleto”.
Así que ya lo sabes. La próxima vez que te bañes en la playa, piensa que justo ahí, unos cuantos metros más allá, puede haber un pecio romano esperando a ser descubierto y estudiado.
