Así bate un récord un espeleobuceador en una cueva subterránea: “Me encanta estar donde no ha estado nadie”
Con 55 años, Eliseo Belzunce ha alcanzado junto a su equipo un nuevo récord en la Cueva del Moraig: 3.060 metros bajo el mar
Nos abre las puertas a un universo oscuro y silencioso: "Llevamos un equipo de 200 kilos"
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Las cuevas son sinónimo de misterio, de exploración, de aventura, pero también de claustrofobia, de oscuridad y de riesgo. Las cuevas no son para cualquiera. Sólo unos pocos se atreven a adentrarse en un submundo por descubrir. Si además están completamente sumergidas en agua la misión se limita a unos pocos escogidos. Es el caso de la Cueva del Moraig, en El Poble Nou de Benitatxell, Alicante. Allí, un equipo de espeleobuceadores ha batido un récord en exploración subacuática al haber alcanzado la cifra de 3.060 metros recorridos desde la entrada de la cueva hasta el punto más profundo ahora conocido. Pero las cifras, por sí solas, no cuentan la historia. Lo hacen quienes, como Eliseo Belzunce, se enfrentan a la roca, al agua y a sí mismos.
Eliseo es bombero de profesión y espeleobuceador por pasión. Lleva casi 40 años enfundándose el neopreno cada vez que tiene ocasión. “Tengo 55 años ahora y empecé a bucear a los 17. Y ya empecé a bucear en cuevas, directamente”, comenta con la serenidad de quien ha encontrado en la profundidad algo más que un reto físico. “Me gustan las cuevas, me gusta lo que veo allí y, sobre todo, me gusta la exploración. Eso el buceo deportivo o de mares tropicales no te lo da”, apunta.
El espeleobuceo no es una actividad para buscadores de emociones fuertes sino que, al contrario de lo que pudiera parecer, la calma es una de las claves para llevar a cabo esta actividad con seguridad y disfrutar de ella. “Desde fuera puede parecer que todo es adrenalina, pero no es así. Tienes que estar súper tranquilo, las pulsaciones al mínimo ”, explica. Eliseo mantiene sus pulsaciones por debajo de las 60 para explotar al máximo los recursos de la inmersión: “Es un entrenamiento de años el que te lleva a esto. Nuestro equipo, de circuito cerrado, no tolera bien la respiración acelerada. Si te alteras, el sistema falla”.
Desde fuera puede parecer que todo es adrenalina, pero no es así. Tienes que estar súper tranquilo, las pulsaciones al mínimo. Si te alteras, el sistema falla
Las reglas que no se discuten
Cada inmersión se rige por un código estricto, que no admite excepciones. “Hay líneas rojas que no te puedes saltar. Nunca avanzar sin hilo y nunca salir de tu rango de equipos de emergencia. Puedes jugártela, y quizá salga bien. Pero si lo haces muchas veces, te va a tocar la mala”.
Y es que cuando se está a más de dos kilómetros de la entrada de una cueva inundada, no hay margen para improvisar. “El hilo es la clave. Siempre que avanzas, vas dejando hilo. Si pierdes el hilo, estás perdido. Literalmente. La visibilidad puede caer a cero en segundos. El hilo es lo que luego te va a permitir regresar aunque no se vea nada”, explica Belzunce.
La concentración, en este sentido, es clave. Los espeleobuceadores no se ponen el neopreno, unas aletas, las gafas y saltan al agua. Nada más lejos de la realidad. De hecho, uno de los grandes retos de este deporte no es técnico, sino logístico. “Llevamos encima unos 200 kilos de material. El scooter (la máquina que les sirve para impulsarse en el agua), dos equipos de recirculación, cinco o seis botellas, cámara, luces, traje seco… necesitas hasta un ayudante para ponértelo todo”.
Esa cifra, 200 kilos, es casi un símbolo. Es la certeza de que todo está bajo control, pero también la seguridad de que todo puede fallar en algún momento ya que se trata de una actividad extrema en la que es complicado dominar todas las variables que influyen. Eliseo nos pone un ejemplo. “Si en el traje entra un poco de agua, es como un indicativo: las cosas no están saliendo bien. A veces decidimos abortar antes de entrar siquiera”.
Un reto colectivo sin profesionalización
Belzunce forma parte del Grupo de Exploración Moraig (GEM), un equipo formado por una docena de personas que se organiza según disponibilidad, ya que todos lo hacen por pasión, no por profesión. “Ninguno nos dedicamos profesionalmente a esto. Cada uno va cuando puede, cuando las condiciones son buenas. Hay veces que estamos tres, otras cinco. Cada cual trabaja dentro de su rango de buceo”, narra Belzunce.
Las condiciones de cada expedición son diferentes. En muchas ocasiones, las inmersiones son individuales, pero otras son en pareja. Cuando es así, hay que tener claro que bajo el agua hay que actuar como si se tratara de una única persona. “Si un compañero te dice ‘salir’, se sale. Sin discusión. Puede que esté bien, pero si no se encuentra a gusto, se sale. Ya volveremos. Y si no somos nosotros, serán otros”, comenta rotundo.
Si un compañero te dice ‘salir’, se sale. Sin discusión. Puede que esté bien, pero si no se encuentra a gusto, se sale
Eliseo no habla de metros como un escalador habla de cimas. Su motivación es otra que cabalga entre la ciencia y la aventura. “Busco entender hacia dónde van las galerías, cómo funcionan los acuíferos… Los geólogos tienen teorías, pero muchas veces nosotros descubrimos cosas que ellos no ven. Otras veces sí, claro. Colaboramos mucho con biólogos, geólogos, hidrogeólogos… Pero también me encanta la sensación de estar en lugares en los que no ha estado nadie”.
“Hay una parte deportiva, que nos gusta. Luego hay una parte científica, de descubrir y plasmar eso en topografías, en mapas. También una parte de aventura, que es apasionante. Y luego hay un reto técnico, siempre. La dificultad técnica es un reto interesante, bonito. Requiere de muchísimas horas de trabajo, y eso también es bonito”.
La cueva del Moraig es particularmente interesante desde el punto de vista científico. “Es un acuífero salobre, con entrada de agua marina. Se cree que le entra agua desde un sumidero que está a 15 kilómetros en línea recta, aunque esa agua puede recorrer entre 40 y 50 km bajo tierra. Nosotros estamos a tres. Imagínate lo que queda”.
Las condiciones ambientales son imprevisibles, lo que obliga a escoger muy bien los días de exploración. Se tienen que alinear todas las variables. Si no, no se entra. “Necesitamos visibilidad de al menos seis o siete metros. Y algo de corriente, que te permita intuir hacia dónde continúa la galería. Cuando no ves, buscamos sentir la corriente, seguir las partículas en suspensión. Es una exploración táctil. El oleaje también tiene que acompañar para que la entrada sea viable, ya que se trata de una cueva que comienza en el mar. Si hay una ola de más de 0,8 o 0,9 metros de altura, ya no podemos entrar. Lo más complicado del Moraig es entrar”, explica Eliseo.
Una vez dentro, la oscuridad absoluta. Y en la oscuridad, aunque parezca increíble, la vida, que se abre paso de un modo u otro, con momentos de tensión incluidos. “A veces te encuentras anguilas y te llevas un buen susto porque no te lo esperas y son como son. Las hemos visto hasta 1.500 metros adentro. Pueden medir 80 o 90 centímetros. También hay insectos cavernícolas, como una especie de gamba minúscula, la más antigua de Europa, que es anterior incluso a los dinosaurios. Es un animal muy interesante y la Universidad de Valencia ha comenzado a estudiarlo más en profundidad”.
Momentos críticos y serenidad entrenada
Sin embargo, y pese a algún que otro susto, Belzunce no recuerda momentos de pánico. “Han pasado cosas”, reconoce sin dramatismo. “He perdido el hilo, la visibilidad se ha ido, y no estaba agarrado. Pero si hasta ahí todo ha ido bien, mantienes la orientación y lo encuentras y todo vuelve a la calma”. También ha habido fallos técnicos: “Una vez una botella se vació de golpe, y la cueva se llenó de burbujas. Pero estamos entrenados para eso y sabemos cómo solucionarlo”.
Una vez una botella se vació de golpe, y la cueva se llenó de burbujas. Pero estamos entrenados para eso y sabemos cómo solucionarlo
La clave, insiste, es no acumular errores. “Cuando se junta problema sobre problema, y viene uno grave, se convierte en accidente. Y eso hay que evitarlo a toda costa”, zanja.
El récord: 3.060 metros… y más allá
La última gran exploración del grupo fue épica y Eliseo fue el protagonista. “Llegué a la punta de exploración después de 100 minutos remolcado por un scooter. Allí encontré el hilo que instalé en 2023, y lo continué. Por fin lo había conseguido. Lo más bonito fue ver que seguía y que podía ir instalando metros y metros. Te sientes un ser privilegiado. Nadie, nunca, ha llegado hasta ahí. Eres el primer ser humano en ver esa parte del mundo”.
Lo frustrante fue sentir que no podía avanzar más a pesar de estar en perfectas condiciones tanto físicas como técnicas. Pero sin hilo no hay más opción que darse la vuelta. En esa última inmersión colocaron 270 metros más de los que había, pero se acabó el carrete. “Me di la vuelta cuando se acabó el carrete. Si hubiera tenido 200 metros más, los habría usado. Todo está planificado: los gases, los tiempos. No puedes salirte de eso y no lo hicimos”.
Sin embargo, el mero hecho de no haber podido avanzar más abre la puerta a una lectura positiva y ambiciosa. Queda muchísimo por descubrir y la siguiente inmersión puede estar a la vuelta de la esquina. No en vano, el equipo prevé dos nuevas exploraciones en mayo, con un objetivo ambicioso: “Queremos meter 600 metros en cada una. Si lo conseguimos, sumaríamos 1.200 metros más a la cavidad. Una barbaridad”, comenta Eliseo, que no esconde un deseo para los próximos metros que vayan avanzando.
“Ojalá el camino se mantenga en cotas superficiales, entre 0 y 60 metros. Porque si baja a 100 o 200 metros, ya va a ser muy difícil, si no imposible, con la tecnología que tenemos seguir explorando en distancia más que en profundidad. Sabemos que es imposible que salga a superficie. No estamos en un río que podamos remontar. Si le entra agua de mar por vasos comunicantes, eso indica que no puede salir a superficie. Podría haber una gran burbuja, pero siempre vas a poder seguir buceando. Eso en otros sistemas no pasa. Aquí ya tenemos garantizado que si podemos progresar, va a ser bajo el agua siempre”, argumenta.
Más allá del Moraig
Pero hay mucho espeleobuceo más allá del Moraig. Belzunce también participa en exploraciones fuera de la Comunidad Valenciana. “Este verano me incorporo como miembro del equipo de exploración del Pozo Azul, en Covanera (Burgos), una de las cuevas subacuáticas más largas del mundo. Llevo años ayudando, pero ahora entro ya como explorador”, nos cuenta.
También sueña con México. “Es una maravilla bucear allí. Me encantaría poder explorar en México o en Florida. Pero no da la vida. Te centras en dos o tres cavidades. Si algún equipo de allí me invitara, iría sin dudarlo”.
A sus 55 años, Eliseo no habla de freno, sino de continuidad. “Esto no es una carrera. Es una exploración sin mapa. La cueva va a estar ahí. Si no llegamos nosotros, llegarán otros. Pero mientras podamos, seguiremos avanzando hilo a hilo”.
