Música

Tontxu, cantautor: “Tuve un accidente y me rompí el cráneo. Vi mi cuerpo desde fuera"

Juan Antonio Ipiña, más conocido como Tontxu.
Juan Antonio Ipiña, más conocido como Tontxu.. Uppers
Compartir

Tonxtu (52 años) acaba de publicar su disco menos personal: #letrasdeotros. Como su título indica, por primera vez el cantautor bilbaíno recurre a textos ajenos para construir un álbum en el que él pone la música y canta. Es un proyecto en el que ha estado enfrascado diez años (tiempo durante el cual ha seguido lanzando discos en su formato habitual). “Muchas veces, después de los conciertos, se me acercaban personas a regalarme poemas. Llegué a recopilar treinta. Les ponía música, las escuchaba en el coche y así fui haciendo mi propia criba”, explica.

Los autores no son poetas conocidos. “Ese era el juego. Me han regalado el poema y yo se lo he devuelto convertido en canción”, dice. Lo cual implica un gesto de generosidad por su parte: el 50% de los derechos de estas canciones pertenecen a los poetas, ahora letristas. “¿Es un regalo hacia ellos? Bueno, ellos me hicieron un regalo a mí. Es un quid pro quo”, dice. “Ojalá que se forren, pero tal como está ahora la industria, el 50% de 100 euros no es mucho dinero”. Las letras/poemas aparecen también recogidos en un libro autoeditado. “Me gasté 900 euros en imprimir 500 ejemplares”.

PUEDE INTERESARTE

Llama la atención que, mientras la palabra es el principal instrumento del cantautor (“Siempre he dado mucha prioridad a la letra, la historia y la filosofía de la canción”, reconoce), haya decidido grabar palabras de otros. Proceso que no ha sido fácil, pues los poemas no estaban concebidos para ser canciones. “Me di cuenta —dice— de que, igual que en ocasiones podemos leer entre líneas, yo sé escuchar entre líneas. Hay poetas que me regalaban libros con veinte poemas; de repente había uno que tenía música. Fue complicado; era un reto. Cuando tienes 52 años no quieres hacer el rompecabezas de tu hijo de 7. El que mola es el de 5.000 piezas. Y muchos poemas son de 5.000 piezas. Algún músico me ha dicho: ‘Hostia, te las has visto putas’. En algunos casos me ha costado un mundo, pero era un estímulo. Aunque me pareciera imposible, me empeñaba”.

Tontxu (Juan Antonio Ipiña) desarrolló su amor a la música gracias a la improbable compañía del cómico y actor Moncho Borrajo: “Mis padres tenían un restaurante, Pasarela, que ya no existe. La gente de compañías discográficas llevaba allí a cenar a Víctor Manuel, Alfredo Kraus, Miguel Bosé… Todo el rato”.

PUEDE INTERESARTE

Moncho Borrajo era cliente asiduo. “Mis padres, como buenos hosteleros, después de cerrar el local no se iban a dormir; se iban de fiesta. Se hicieron muy amigos. Se corrían una juerga, volvían a casa y le decían: ‘Moncho, al sofá’. Yo me levantaba para ir al cole y me encontraba a Moncho Borrajo en el sofá, sobado. A día de hoy sigue siendo el mejor amigo de mi madre. Me regaló una guitarra y me enseñó el truco de, con tres palabras, montar una canción”.

La (ya no tan) nueva ola de los cantautores

A mediados de los noventa, una nueva ola de cantautores revitalizó este tipo de música que, en los setenta, habían abanderado Joan Manuel Serrat, Víctor Manuel, Luis Eduardo Aute y otros muchos. Entre el juvenil elenco que los reemplazó estaba el propio Tonxtu (quien en esos días trabajaba como locutor de Los 40 Principales en Bilbao), además de Javier Álvarez, Rosana, Inma Serrano, Ismael Serrano, Pedro Guerra… Mientras despuntaba el rock indie y eléctrico, proponían una vuelta a la sensibilidad acústica. Contra pronóstico, vendieron muchos discos y entradas de conciertos.

PUEDE INTERESARTE

“Ahora veo —analiza— que el público sorprendió incluso a las multinacionales yendo en masa a nuestros conciertos. En un concierto se me acercó un tipo a quien no conocía de nada y me pidió una maqueta. Me asusté, creyendo que era un fan loco. Pero era de una multinacional. Me pongo a tocar en Libertad 8, recomendado por un aún desconocido Jorge Drexler. Llenábamos el local y se quedaban fuera doscientas personas. Venía la policía municipal. Había una generación nacida del 1972 a 1980 que mostró interés por la canción de autor, y nos aupó”.

Mucho se habló entonces de la supuesta rivalidad que creció entre aquellos jóvenes aspirantes a estrellas. Extremo que desmiente: “Estábamos todo el día juntos. Al principio nos llevábamos muy bien; chavales de 22 años… imagínate. Aunque las discográficas se encargaban de cizañear entre nosotros, para dar que hablar. Nos presentaban como una competencia que no éramos. Todas las compañías tenían a su cantautor.

De cara a la galería había una especie de no cortesía, y sin embargo, nos reíamos porque estábamos juntos. Éramos como los políticos, que luego se toman cafés juntos en el Congreso. Ahora se ha dado la vuelta a la tortilla, y si cantas con otro, no vales nada. Con Rozalén hemos cantado todos; le falta Nino Bravo, porque estaba fuera”.

Publicó su primer disco, Se vende, en 1997. Le siguió Corazón de mudanza, del año siguiente. Siempre con canciones cargadas de contenido: “Escribo como regalo (‘Treinta y tantos’ era un regalo para mi madre, para animarla cuando se separó); cuando tengo algún problema, a modo de terapia; o para demostrar mi amor hacia alguien. Son las razones que me han movido a la hora de escribir canciones”. Sin embargo, un accidente de tráfico sufrido en Cuba en verano de 1999 estuvo a punto no solo de truncar su carrera, sino de acabar con su vida.

El accidente de Cuba

“A Cuba he ido desde los 17 años, movido por la música y la política”, recuerda. “En uno de los viajes, en el hotel nos ofrecieron motocicletas y nos fuimos por ahí… No recuerdo el accidente. Me rompí el cráneo, la mandíbula… Vi mi cuerpo desde fuera: me contemplé como si estuviera mirándome desde una farola, y observé cómo me levantaban y me metían en la parte de atrás de una pick-up. Fueron doce horas de operación. Estuve varios días en coma”.

Al contrario que muchas personas que experimentan episodios cercanos a la muerte, Tontxu no empezó a relativizar su paso por el mundo y ni siquiera abandonó su espíritu fiestero. “Luego me olvidé del accidente —reconoce— y volví a hacer el gilipollas, a maltratarme con mucha noche… He sido muy golfo; más que mi padre. Pero al mismo tiempo era muy disfrutón. Era saludablemente golfo. Me he codeado con Antonio Vega, con quien compartía mánager, o Quique San Francisco y no he cruzado ciertas líneas. Tienes 25 años y te ves en un cuarto de baño con Miguel Bosé… Viví todo eso, pero siempre con miedo al abismo”.

Asegura que sentó la cabeza a los 41; hace doce años. “La otra opción era malmorir en Madrid, donde tenía mucho compromiso social”. Se instaló en Extremadura, tierra de su segunda mujer. “Conocí a Elena en 1997 en Cáceres; ella tenía 16 años. Lo que pasa es que ella estudió Derecho y empezó su carrera judicial. Y a pesar de que me casé en Madrid con otra chica y tuvimos una hija, nos reencontramos. Un día le pregunté a Elena: ‘Tú eres mi mujer, ¿no?’. Y ella me miró con cara de juez, como diciendo: ‘Pues claro, ¿ahora te enteras, tonto?”.

Fruto de esa estabilidad emocional, ahora Tontxu disfruta de la tranquilidad familiar. Tiene tres hijos: la mayor, Leire, tiene 20 años. “Me supera en la música. Canta y compone que me da mil vueltas. Pero no le hables de música. Está enfocada en su carrera de Ciencias Políticas en Ámsterdam y trabaja para una multinacional de cerveza”. Y dos pequeños, de 17 y 10, que concentran su atención diaria. Y aunque ahora sostiene que vive “de los conciertos”, nunca ha dejado de grabar discos. De hecho, antes de Navidad lanzará otro (ojo, dos álbumes en un año) titulado Pueblo futuro.