El fenómeno 'War of the Worlds': cuando películas “tan malas que son buenas” conquistan la pantalla
Cuando lo peor es más probable que sea divertido, absurdo y ridículo
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Hay películas que resucitan más por lo ridículas que son que por su valor artístico inherente. Puede que en un primer momento no logren su propósito original, pero su fracaso las convierte irremediablemente en un triunfo cultural involuntario. Esta contradicción, celebrada con el concepto “tan malo que es bueno”, se ha convertido en un fenómeno fascinante de la cultura pop contemporánea.
La fórmula que convierte este tipo de desastres fílmicos en una suerte de goce colectivo incluso ha sido objeto de análisis académico. Investigadores destacan que las opciones consideradas como “peores” a menudo ofrecen un tipo de entretenimiento que las “mejores” no proporcionan: humor absurdo y una cualidad casi caricaturesca que diluye el rigor técnico y lo transforma en deleite público. “Lo peor es más probable que sea divertido, absurdo y ridículo.”
Este gusto por lo fallido no es nuevo, y hay grandes clásicos como Plan 9 from Outer Space, a películas más modernas, como Sharknado, que se han convertido en películas de culto, precisamente al carecer de coherencia narrativa o valor técnico. Las audiencias las han encumbrado al estatus de “culto” por la diversión que provocan precisamente al fallar.
War of the Worlds (2025): ¿un desastre convertido en peli de culto al instante?
La más reciente adaptación de La guerra de los mundos, estrenada en julio de 2025 en Prime Video, parece sumarse a esta categoría con precisión quirúrgica, al ser una película que tan desastrosa que acaba siendo fascinante. Tiene la medalla de haber conseguido una puntuación de 0% en Rotten Tomatoes y de recibir críticas demoledoras por su guion confuso, efectos especiales de bajo presupuesto y su gestión absurda del formato “screenlife” (todo sucede en pantallas digitales). Eso sin olvidar la actuación desmedida de Ice Cube, que no hace más que añadir más pólvora cómica involuntaria.
El periódico The Economic Times la calificó como una de las peores películas del año, criticando su guión, efectos mediocres y la nula fidelidad a la novela original. A pesar de eso, se mantuvo entre las más vistas en Prime Video.
Publicaciones como Wired señalan que la película se transformó en lo que llaman un “anuncio de 90 minutos”: plagada de product placement de Amazon, Microsoft y Tesla, y con una narrativa que parece destinada más a promocionar marcas que a crear atmósfera. Su trama, donde los alienígenas se alimentan de datos humanos, queda sepultada por la presencia abrumadora de drones y tecnología corporativa.
Los críticos la definen como “una catástrofe de proporciones espectaculares”, pero también admiten que esa misma descomposición lo convierte en un objeto de culto inesperado: “un desastre glorioso” con momentos de humor involuntario y escenas absurdas que ya circulan como memes.
El crítico Brian Tallerico, la ha descrito como “el elemento cultural más interesante del verano”, señalando que su desastre absoluto, con una calificación de 0 sobre 4 estrellas, no ha impedido que se convierta en lo más visto: “una prueba más de que no existe la mala publicidad”.
Ejemplos eternos del ‘duele pero gusta’
La lista de películas que han pasado del desastre al culto es tan extensa como diversa, y cada una aporta su propia dosis de excentricidad. Entre las más icónicas está Plan 9 from Outer Space (1959), dirigida por Ed Wood, que muchos críticos han catalogado como “la peor película jamás hecha” por sus decorados inestables, diálogos absurdos y efectos que parecían manualidades escolares. Décadas después, sigue proyectándose en sesiones especiales y festivales dedicados al cine de serie B.
Otro caso legendario es Troll 2 (1990), cuya fama no proviene de su relación con la primera entrega, hasta el punto de que no guarda ningún vínculo narrativo, sino de su guion incoherente y de sus actuaciones tan exageradas que se han convertido en un material de comedia involuntaria. Hoy cuenta incluso con un documental propio, Best Worst Movie (2009), que explora cómo un reparto inicialmente avergonzado terminó abrazando su estatus de culto.
En el terreno del cine independiente, The Room (2003) de Tommy Wiseau es probablemente el ejemplo más paradigmático. Estrenada sin distribución y financiada misteriosamente por su propio director. Con su torpe construcción narrativa, diálogos inconexos y una puesta en escena surrealista, ha tenido incluso proyecciones interactivas en las que el público recita líneas, lanza cucharas y aplaude en momentos clave. El libro The Disaster Artist y su posterior adaptación cinematográfica han consolidado a The Room como símbolo indiscutible del “tan malo que es bueno”.
El fenómeno no se limita a películas “serias” que fallaron: cintas como Sharknado (2013) o Birdemic: Shock and Terror (2010) que nacieron como obras de bajo presupuesto y aspiraciones modestas, pero su desmesura creatividad, que incluye tiburones voladores arrasando Los Ángeles o ataques de pájaros digitales con efectos rudimentarios, las han convertido en piezas de culto instantáneo. En estos casos, el atractivo está en el delirio narrativo y en un espíritu de autoparodia que roza lo camp.
Incluso el cine de gran presupuesto tiene contribuciones involuntarias a la categoría: Batman & Robin (1997), de Joel Schumacher, fue criticada originalmente por su tono caricaturesco y exceso de guiños horteras, pero con el paso del tiempo ha sido reivindicada por quienes disfrutan de su estética kitsch y su total despreocupación por la coherencia dramática.
En definitiva, estar ante una película “tan mala que es buena” no implica celebrar lo barato o lo mal hecho: implica disfrutar esa espontaneidad accidental, esa carga tan intensa de torpeza que se vuelve genuina diversión. Y en el caso de la nueva War of the Worlds, esa explosión de ineptitud creativa ha generado un nuevo espacio de culto en tiempo real.
Porque a veces, lo que no sale bien con ambición, termina funcionando desde lo absurdo. Y en esa fisura, encontramos un placer tan extraño… que termina siendo brillante.
