Iván Ferreiro y sus 35 años de carrera: “La vergüenza es el método de aprendizaje más rápido, más que los palos”
El músico vigués celebra sus treinta y cinco años de trayectoria con una gira en que repasará canciones en solitario y con Piratas
“Mis no tatuajes son mi tatuaje; decidí que no me tatuaba porque todos se tatuaban”, dice sobre su relación con la imagen.
"He sido muy gilipollas en mi vida. Pero la vergüenza es el método de aprendizaje más rápido, más que los palos”En 1991, cinco chicos de Vigo terminaron de dar forma una banda a la que llamaron Los Piratas (sobre el nombre del grupo hay disparidad de opiniones, pues sus tres primeros discos los firmaron así, con artículo, mientras que los dos últimos se acreditaron a Piratas, como mucha gente los denomina, incluido Iván Ferreiro.) La carrera del quinteto no fue breve; tampoco excesivamente larga. A su término, Ferreiro, cantante y compositor, inició en 2005 su periplo en solitario. Ahora, y para celebrar los treinta y cinco años de su irrupción en la música española, Ferreiro ha organizado una gira con fechas de mayo a septiembre de 2026 en grandes ciudades del país.
Aunque reacio por lo general a la nostalgia, el vigués se ha atrevido en esta ocasión a revisitar repertorio del pasado para trazar el repertorio de la gira. “La idea se comentaba entre la gente de mi entorno —explica—, y quizá me hicieron creer que había sido mía. Luego la fuimos desarrollando y, a medida que avanzas, te vas ilusionando. No soy muy de mirar atrás, y recuerdo a mi mánager ofreciéndome giras parecidas, que yo rechazaba. Probamos con la gira de veinte años de Canciones para el tiempo y la distancia [su debut como solista]. Comienzas a reescuchar canciones, te das cuenta de algunas que no me gustaban ahora me encantan… Ha de generarte ilusión, porque si no, puede que te cagues en todo y sientas vértigo. Te puede sentar bien, pero te puede sentar mal”.
El proyecto ha exigido que Ferreiro reescuche sus viejas canciones, algo que no suele hacer, ya que “en cuanto grabo un disco, no lo vuelvo a escuchar. Hacía mucho que no escuchaba material antiguo, porque no estaba preparado emocionalmente. Como dice Suso Sáiz [quien fue productor de Piratas], ‘no soy muy amigo de los espejos’. Ahora me he visto con las fuerzas: he empezado a escuchar hace un par de semanas. Y bien. Pensé que me iba a flagelar más a mí mismo. Me cuesta más pensar cómo era yo cuando grabé la canción que escucharla”.
“Enfrentarme a los dos primeros discos de Piratas —prosigue— no me gusta mucho, porque es como ver tu foto de la primera comunión: no tienes mucho control sobre lo que pasa. Me ha gustado ver cómo planteaba los textos, aunque tienen un punto naif. Hay cosas que me parecían muy complejas cuando las hacía, creyéndome Mozart, y ahora veo que tienen dos acordes y tres frases. Tengo el esqueleto del repertorio. La parte de Piratas la tengo clara, pero la mía en solitario, más larga, es más difícil, porque abarca más música y soy más maduro”.
La de Piratas fue una trayectoria singular, pues, para empezar, se presentaron al público con un disco en directo. La multinacional que los fichó quería lanzarlos como un grupo de fans, secuela de (y salvando las distancias estilísticas) Hombres G o Los Ronaldos, que tantos discos habían vendido en los recién concluidos ochenta.
Se suponía que el álbum en directo disiparía duras sobre si sabían tocar. Pero de todo esto el propio Ferreiro no era consciente: era solo un chico de 23 años que deseaba hacer música sin enredarse en nada más.“El enfoque del lanzamiento lo vimos un poco más tarde”, reconoce.
“Éramos unos chavales de Vigo que no sabíamos nada. Ni siquiera yo sabía qué música quería hacer; solo grabar un disco. No existían los estilos, fue más tarde cuando descubrí que hay gente que desprecia la música que no le gusta, pero al principio era tan inocente que no entendía que hubiera diferencias entre estilos. Eso algunos nos lo echaron en cara. Había algo clasista en los gustos de la gente. Había una división muy clara entre los grupos. En los festivales, las bandas ni siquiera se miraban a la cara. Si decías a otro: ‘Me encanta tu grupo’, te miraba con cara de: ‘Menudo pringado’. Yo no entendía muy bien, y había momentos en que eso te creaba ciertos complejos. Cuando te fichaban a principios de los noventa, te decían que ibas a arrasar, pero no pasó nada. Fue cojonudo, porque nos dimos cuenta de que nadie sabía nada. Y, a partir de ahí, fuimos buscando nuestro camino”.
En busca de su propio lenguaje musical
Su andadura parece salida del magín de algún agudo guionista: cerraron la etapa inicial de la banda con un disco titulado Fin de la primera parte; clausuraron la siguiente con Fin de la segunda parte; y después, Iván Ferreiro despuntó en solitario ganándose el respeto incluso de quienes lo habían despreciado cuando empezaba.
“Mi sensación —dice— ha sido de dar saltos al vacío todo el tiempo, de improvisar sin saber qué va a pasar. A veces, cuando miro hacia atrás, me entra vértigo al darme cuenta de lo poco estable que estaba. Cuando artistas jóvenes me preguntan, les digo: ‘Mira, yo iba aterrorizado todo el rato’. Hay una serie de cosas que he mantenido, como hacer el tipo de música que quiero, que ha sido lo único claro. Los consejos sobre lo que va a funcionar o no, no me los he creído nunca, y lo único que he tenido fijo es: ‘Haz la canción que debes hacer’. En algunos casos, creo que tomando decisiones más conservadores me habría ido mejor. Sentía coherencia en las canciones, pero la sensación es de que he ido dando palos de ciego”.
Descontentos con el sonido de sus principios, poco a poco fueron encontrando su propio lenguaje; e imponiéndolo, pese a que las intenciones de la compañía eran más conservadoras. Por ejemplo, y para tenerlos controlados, la discográfica les puso como productor a Juan Luis Giménez, guitarrista de Presuntos Implicados, banda en las antípodas de su estilo.
“Fue complicado”, admite. “En esos días, las compañías marcaban mucho lo que hacían los artistas. Hubo muchos enfrentamientos y desencuentros, y al final no sé cómo lo conseguimos. Además, nuestra discográfica era de publicar superventas, y no había ningún grupo como nosotros. Cuando nos dicen que el productor quieren que sea el de Presuntos Implicados, pensamos: ‘Estos se han vuelto locos’. Y lo cierto es que nos lo enseñó todo. Recuerdo que en el estudio nos daba miedo tocar los botones, y uno de nosotros tocó uno y dijo: ‘Uy, perdón’. Y Juan Luis dijo: ‘No, esto es para que lo uséis vosotros’. Nos enseñó a tener menos miedo al proceso de grabar. Le debemos mucho. Se veía en la tesitura de que la compañía le decía una cosa y nosotros otra”.
En 1999, Piratas grabaron una versión de “My way” (la canción de Claude François y Jacques Revaux popularizada en inglés por Paul Anka y Frank Sinatra) para un anuncio de Airtel. Lo que el público oyó no era lo que el grupo había grabado. “Los A&R [encargados de Artistas y Repertorio en las discográficas] te cambiaban la mezcla”, revela Ferreiro. “Hicimos una mezcla, y cuando salió el single, la mezcla que escuchamos era otra. Había ido el A&R y lo había mezclado a su gusto, quitando todo lo más raro y arriesgado. Casi no grabamos Ultrasónica por culpa de ese tío. De hecho hicimos ‘Años 80’ para reírnos un poco de él. No es que fuera él solo: la industria, millonaria, era así. Fue una lucha muy grande, y lo pasamos muy mal en algunos momentos”.
Después de tres discos producidos por Giménez, grabaron el último, Relax (2003) con Suso Sáiz, músico experimental. “Para poder trabajar con Suso —dice Ferreiro—, necesitábamos el aprendizaje que tuvimos con Juan Luis. Suso Sáiz es más de filosofía que de acordes. Eso se lo dije a Juan Luis en su día. Me sigo llevando muy bien con él”.
Finalmente, y para disgusto de sus seguidores, en octubre de 2003 Piratas se disolvieron. “Hay varias causas para que terminara. Había un ambiente raro en el grupo. No supimos solucionar algunos problemas. No existía el feedback de las redes sociales, y aunque el grupo estaba funcionando, no lo sabíamos porque no teníamos información. Y entre unas cosas y otras, nos fuimos a la mierda. ¿Con malos rollos? No había muy bien ambiente. Teníamos una relación bastante tóxica entre todos”.
Y ahí terminó la historia de Piratas, banda situada a mitad de camino de cualquier parte. “En Piratas no nos querían ni los indies ni los comerciales”, zanja Ferreiro. “Estábamos en un sitio extraño. La música estaba más definida en cuanto a estilos: si sonabas así, eras pop, indie o lo que fuera. Pero los estilos van mezclándose. Nos tocó una época complicada en dos cosas: en cómo se percibía la música, porque unos querían una cierta calidad, desechaban lo comercial y abogaban por el: ‘Si le gusta a mucha gente, a mí no’; y en cómo se ganaba dinero haciendo discos. Cuando los ayuntamientos se arruinan y dejan de contratar grupos, ese cambio nos tocó a nosotros también. Ahora está más organizado todo, y en un festival puede estar un trapero, un grupo de rock y una chica que canta música de raíz”.
Ferreiro, pues, ha trabajado como miembro de un colectivo y, desde hace dos décadas, como solista. Sobre el desgaste habitual en las bandas, opina: “En los grupos empiezas siendo muy joven y se crean relaciones tóxicas que tienen que ver con inseguridades, egos, falta de dinero, toma de decisiones… Es como las relaciones de pareja cuando empiezas con alguien. Que un grupo se lleve bien es complicado. Tienden a desintegrarse, a menos que haya mucho dinero, por lo que acaba siendo una gran empresa que hace que todo se soluciones. He visto grupos de amigos muy amigos que se han ido a la mierda también”.
Icono de la escena indie
Cuando Ferreiro despegó como solista, lo hizo con el respeto unánime de compañeros de profesión, público y medios, que lo colocaron a la cabeza de artistas de la escena independiente. “Me sorprendió muchísimo: ¡antes los indies no me querían! Pensé: ‘Mientras me den trabajo, soy indie o lo que tú quieras’. Los músicos debemos olvidarnos de las etiquetas y hacer la música que más nos llene”, dice.
Nueve álbumes ha publicado como solista, el último de los cuales, Trinchera pop, vio la luz en 2023. Esta etapa de su singladura ya es, de hecho, más larga que la de Piratas, y cientos de canciones en solitario dan buena muestra de su evolución como compositor. “Ahora estoy más fino —dice—, pero me sirven menos cosas. Cuando compongo con gente más joven, me doy cuenta de que tengo un instinto que me lleva a hacer determinadas cosas, y ese instinto lo alimentas con los años. A veces escribo una canción que podría valerle a otro, pero no me vale a mí. Así es que tengo un cajón lleno de canciones que he abandonado. Aunque ahora, cuando veo que estoy en un sitio que no me gusta, ya no sigo. Sé cuándo me excita algo y cuándo no”.
A sus 55 años, y como meritorio veterano de la música española, se arrepiente de algunas decisiones mal tomadas cuando mira atrás. “De muchas cosas”, reconoce. “Mira, me arrepiento de no haber tenido seguridad en mí mismo en ocasiones y de haber tenido demasiada seguridad en otras. Sobre todo cuando he hecho daño a otros por estar convencido de algo que ahora me doy cuenta de que son tonterías. Cuando había que decidir qué música hacíamos, me puse un cuchillo entre los dientes y dije que todo iba a hacerse por mis huevos. Me jode haber hablado mal a gente por mi chulería absurda. He sido muy gilipollas muchas veces en mi vida. Lo bueno de haber sido gilipollas es que he pasado mucha vergüenza, que es el método de aprendizaje más rápido que existe, mucho más que los palos”.
A estas alturas, Iván Ferreiro no es solo leyenda del rock nacional, sino un tipo con aura de antiestrella; de tipo normal que se gana la vida cantando sin recurrir a los tópicos, incluido el de la imagen. “He salido votado en alguna revista como el peor vestido de la música”, dice riendo. “Tengo a Noa ahí {su esposa, con quien se casó en 2024], que es quien me obliga a vestirme bien, porque a mí me da un poco igual. Aunque supongo que he hecho de la falta de imagen una imagen. Cuando empezábamos, mi mánager decía que no teníamos buena imagen. Pasaron diez años y dijo: ‘Qué imagen más potente habéis sacado en ese vídeo’. Pues íbamos igual vestidos que cuando decía que no teníamos imagen”.
Añade: “No tengo tatuajes, ni pulseras, ni nada. Llevo un anillo de casado. Me decían que debía tatuarme. Me lo decía todo el mundo. Un día estaba con Los Rebeldes y yo iba con el típico abrigo inglés para la lluvia, impropio de un músico de rock. Mis no tatuajes son mi tatuaje; decidí que no me tatuaba porque todos se tatuaban. Era mi forma de llevar la contraria. Eso de vestirme de artista no me ha ido mucho. Me encantaría tener los huevos para ponerme una chupa roja, pero a mí todo lo que me pongo me sienta fatal. Tengo pinta de disfrazado. Yo soy un tío que ya en el instituto quería pasar inadvertido. Siempre he tratado de mimetizarme”.
