El Barroquista, demontando mitos de la historia de la música: “Bach fliparía con la electrónica, sería un gran DJ”

Miguel Ángel Cagigal, ‘El Barroquista’, nos cuenta una historia diferente de la música para, sobre todo, entender “por qué se hace”.
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Do, re, mi, fa, sol, la, si. Siete notas capaces de poner a bailar al mundo según cómo las combine quien esté al otro lado. La música como emoción, como patrimonio cultural —uno de los más ricos que ha dado la humanidad— y, también, como habitual campo de batalla generacional. Porque, admitámoslo: quien peina canas y convive con Duki, Bad Bunny o Rosalía tronando en la habitación de al lado ha pensado alguna vez aquello de “la música de hoy es mala; la de nuestra época era mejor”.

Spoiler: esta discusión no es nueva. Ya pasaba en la Antigua Grecia, como intenta explicar Miguel Ángel Cajigal, más conocido como ‘El Barroquista’. El historiador gallego cierra con 'Otra historia de la música' una trilogía iniciada con Otra historia del arte y Otra historia de la arquitectura, un proyecto pensado para desmontar prejuicios alrededor de un arte capaz de cruzar fronteras y cambiar la forma en que miramos el mundo.
“Busco acercar la creación artística a la gente. Que entienda por qué se hace arte, por qué se hace arquitectura y, sobre todo, por qué se hace música”, explica a Uppers. “La música es la más especial de las artes y quería que este libro fuera el cierre natural de la trilogía. Tiene un poder enorme en la vida de las personas, y quizá ese poder esté en peligro”.
Una música democrática
Nunca habíamos tenido tanta música tan a mano. El streaming ha convertido en cotidiano lo que durante siglos fue elitista. Pero esa democratización también tiene letra pequeña.
“El acceso universal a la música es una joya. No sé si lo valoramos lo suficiente porque lo tenemos delante cada día. Pero la mayor parte de la música está hoy condicionada por el mercado, que decide qué se escucha. Las plataformas ya trabajan con algoritmos que, si tu canción no encaja con lo que creen que va a vender, directamente no la enseñan”, advierte Cajigal. “Así que, por fuerza, todo empieza a parecerse. No es una crítica, pero sí algo sobre lo que conviene estar alerta: quizá nos estamos uniformizando demasiado”.
Por eso insiste en la importancia de las diferencias entre estilos, épocas y generaciones… aunque a veces no sean tantas como creemos. Y aunque los mayores siempre pensemos que tenemos la razón. “Puede que una persona mayor tenga, si la ha desarrollado, mayor capacidad de escucha”, concede. “Intento no caer en la idea de que lo actual es malo, porque no es cierto. Y aunque a alguno le sorprenda, habrá gente que dentro de 25 o 30 años dirá: ‘Los años 20 sí que fueron buenos, con el trap y el reggaetón’”.
La ciencia también ayuda: “Está estudiado neurológicamente que el gusto musical se fija pronto y cuesta cambiarlo. Eso explica esa frase eterna de que lo que escuchan los jóvenes es basura. Lleva diciéndose milenios”. Incluso Platón, recuerda Cajigal en un capítulo del libro, no le gustaba el reggaeton. Es otra de las luchas que mantiene este arte. Una pelea entre la denostada música popular y la loada música clásica. “En parte por cuestión de prestigio. La música clásica está muy prestigiada socialmente, y si la élite cultural repite un cliché, se tiende a creerlo. Si de pronto la élite escuchara hip-hop, este se naturalizaría igual que la clásica”.
La búsqueda de otra revolución
Pero, mientras eso llega —si llega—, los nombres sagrados siguen siendo Beethoven, Mozart o un Bach que se convierte en protagonista del libro gracias a una pregunta: ¿qué pensaría del sonido de hoy? “Creo que se reconocería en mucha música actual. Si la música suena como suena en 2025, es en buena parte culpa de Bach. Él asentó un lenguaje universal”.
La música clásica está muy prestigiada socialmente, y si la élite cultural repite un cliché, se tiende a creerlo
¿Y qué llevaría Bach en los cascos que luce en la portada? Cajigal lo ve claro: “Me lo imagino escuchando electrónica. Él era, sobre todo, organista, porque el órgano le daba una potencia sonora y una variedad de registros casi infinita. Por eso creo que fliparía con la electrónica, con un ordenador, un secuenciador, los sampleos… Estoy seguro de que le encantaría. Apostaría a que sería un gran DJ”.
Así se mezcla clasicismo con electrónica y música popular en este cancionero que cierra, de momento, la obra del Barroquista. Lo hace con un libro que deja un desafío final: rebelarse contra la tiranía del algoritmo. “Creo que habrá una reacción, porque siempre las hay. No olvidemos que hoy la música urbana, el trap o el rap son mainstream, pero nacieron como desafío. Y ese picorcito de rebelarnos siempre está ahí. La necesidad de revolución no se va”.
