Groundhopping, el turismo más futbolero: “He hecho 3000 kilómetros y visitado 40 estadios en cinco días”

Jordi Moral, un profesor de historia de Alcoy, visita campos de fútbol todos los fines de semana y ya ha registrado más de 400
Esta afición, muy extendida en países como Inglaterra, Alemania o Bélgica, está creciendo en España
Existen aplicaciones y páginas web para acreditar cada campo, con aficionados que superan los 8000 estadios visitados
Hay quienes viajan para cambiar de aires y quienes viajan para cambiar su rumbo vital. Jordi Moral, profesor de instituto y nómada futbolero, pertenece a esta segunda estirpe. En su coche, siempre con el depósito a punto y una libreta llena de nombres extraños, no busca monumentos ni plazas mayores pese a que imparte cada día geografía e historia a sus alumnos: persigue estadios. Grandes, pequeños, antiguos, modernos, campos de tierra, gradas oxidadas o tribunas imponentes. Da igual. Donde haya un balón en juego, un gol que celebre un abuelo con su nieto o una cerveza compartida con un hincha, allí está Jordi. Su pasión se llama groundhopping, un fenómeno nacido en las islas británicas que convierte al aficionado en explorador, y al fútbol en excusa para narrar la vida.
La definición purista de groundhopping nos habla de saltar entre estadios y no puede ser más certera, ya que sus practicantes buscan conocer el mayor número de canchas de fútbol posible. Se las ingenian con horarios, agendas, distancias y aforos para acudir aquí y allá, ver al menos uno de los dos tiempos del partido, y seguir ruta para tachar un nuevo estadio de su lista particular.
“Esto es un movimiento muy conocido en el extranjero, especialmente en Inglaterra, Alemania o Bélgica, pero en España todavía somos ‘cuatro gatos’. Existen comunidades, aplicaciones y páginas web donde se registran las andanzas de cada uno, los estadios que visita y los partidos a los que va y así, poco a poco, se va conociendo más”, nos explica Jordi, que no se queda ahí: “Formamos parte de una comunidad. Es una especie de droga, un vicio. El fin de semana que te quedas en casa, sientes que te falta algo”

Hay quien entiende el grounhopping como la excusa perfecta para hacer turismo -quiero conocer esta ciudad y, ya que voy, visito estos estadios-. Pero la gran mayoría de los groundhoppers lo ven al revés: quiero tachar estos estadios de mi lista así que, si puedo, visitaré la ciudad en la que se encuentran.
500 estadios
Jordi Moral fue de los primeros hace un tiempo, pero lleva años en el segundo grupo, enfrascado como está en su quijotesca misión de visitar, analizar, fotografiar y clasificar nada menos que 500 estadios del fútbol español y publicar un libro sobre ello. Escogidos por él, sin importar la categoría o la historia. Él prefiere guiarse por el paisaje, las peculiaridades, el ambiente o la arquitectura.
Aunque suene extraño, para Jordi todo comenzó en Londres hace ocho años: “En 2017, en Westminster Bridge, hubo un atentado y lo viví muy de cerca. Tuve que subir al puente, vi cadáveres, heridos. Iba con mi alumnado. Sentí miedo, un pánico irracional a las aglomeraciones. Desde entonces, los eventos masivos me superaban. Pero decidí enfrentar el miedo con lo que más me apasiona: el fútbol. Empecé con estadios pequeños, partidos más tranquilos. Y poco a poco fui superándolo”.
En 2017, en Westminster Bridge, hubo un atentado y lo viví muy de cerca. Tuve que subir al puente, vi cadáveres, heridos. Desde entonces, los eventos masivos me superaban.
Desde entonces hasta ahora, sea como terapia, sea como pasión, Jordi no ha parado de recorrer la península de punta a punta en busca de fútbol, de estadios. “Me he propuesto visitar todos los estadios de España que me parezcan peculiares, no solo de Primera o Segunda División. En Galicia y Canarias hay campos con paisajes y arquitecturas únicas. El resultado del partido me importa menos. Lo que busco es el ambiente, la arquitectura, cómo están enfocadas las gradas, dónde están los focos, qué peculiaridades tiene el estadio. En sitios como Lasesarre o la Nueva Balastera, los detalles te sorprenden. Y siempre pregunto por la historia del club y del municipio”.

El groundhopping, huelga decirlo, no es una afición barata. Gasolina, hotel, comida, entradas… todo sale del bolsillo de Jordi. “Esto me cuesta un dineral, más que la hipoteca o los niños. Intento no repetir estadios para optimizar el dinero y los kilómetros. Me organizo fines de semana con rutas exprés. A veces acabo clases en Alicante a mediodía, y a las nueve estoy en Extremadura. He llegado a ver cinco o seis partidos en un solo fin de semana. Siempre tengo el depósito lleno, mapas, horarios y todo calculado. El coche tiene más kilómetros que muchos aviones”.
Esto me cuesta un dineral, más que la hipoteca o los niños
Sirva como muestra un botón. “El curso pasado me fui a Galicia cinco días, hice unos 3.000 kilómetros y recorrí unos 40 campos. Conocí a un chico que había publicado un libro de campos gallegos regionales, quedé con él e hicimos rutas. Vi al Celta, al Deportivo… Me alojé en Ferrol y, justo allí, no me dejaron entrar al campo ni siquiera para hacer una foto”, rememora Jordi.
Y es que un solo fin de semana puede dar para mucho con este profesor de Alcoy: “Mi récord de partidos en un finde creo que son seis. Tres el sábado y otros tantos el domingo. En La Línea de la Concepción, vi un partido por la mañana en Algeciras, luego el Linense, crucé a Gibraltar a pie y vi otro”.

Hace sólo unas semanas tenía en mente un plan parecido, pero tuvo que cancelarlo: “Me iba a cruzar España, pero cuando salieron los horarios tuve que suspender el viaje porque pusieron a la Ponferradina y al Orense el mismo día a la misma hora y no me compensaba si no podía ir a los dos”.
Este pasatiempo da para un millón de anécdotas. Desde encierros hasta partidas clandestinas de futbolín. “En Monistrol de Calders, un campo de tierra, dos chavales me vieron asomado con el palo selfie. Resultaron ser de la directiva. Acabamos jugando al futbolín en su oficina. En Riotinto, un señor jubilado nos abrió el campo, nos regaló una camiseta, una bufanda y nos terminamos haciendo socios por 25 euros. En Villarrobledo, entré con mi hijo a hacer fotos, y al salir, nos habían encerrado. Tuvimos que pedir ayuda y terminamos saliendo por los vestuarios, por una puerta trasera”.

Entre aventura y aventura hay mucha planificación, muchas cuentas que hacer y algún que otro descarte por falta de presupuesto. “Con las entradas se han vuelto locos. Ahora te piden 100 euros, que es mi límite, por cualquier partido. En Europa eso funciona mucho mejor, es mucho más asequible ir al fútbol”, argumenta Jordi, que en su lista particular de estadios aún figuran como pendientes algunos míticos como Cornellà o Cádiz, donde ha hecho los tours guiados pero no ha visto fútbol.
Con las entradas se han vuelto locos. Ahora te piden 100 euros, que es mi límite, por cualquier partido
“Allí tengo que ir sí o sí. Son imprescindibles. Hay otros estadios míticos en los que me he quedado a ver partidos de los juveniles porque no me ha encajado en el viaje un partido del primer equipo”, añade.
Y si de asignaturas pendientes hablamos, mención aparte merece el estadio del Mensajero, en La Palma, un campo al que Jordi sueña con ir. “Es un clásico que todos los groundhoppers destacan y que visitaré algún día, aunque para ir a hacer la ruta de Canarias lo tengo que planificar todo muy bien”.
Aprovechando cada viaje
Más allá de nuestras fronteras, también hay muescas en su revólver, aunque menos de las que le gustaría. “En el extranjero hay muchísimos que me encantaría visitar. Pero me da rabia no haber aprovechado más algunos viajes. Estuve en Praga y no conseguí entradas para el Slavia-Sparta. Pude entrar al campo del Bohemians, pero no ver un partido. En cambio, en Fulham (Londres) hice el tour de Craven Cottage, que me parece una joya. Me encantan los estadios románticos, los que huelen a historia”.

La pasión por el fútbol, los estadios y el groundhopping es una afición que Jordi ya lleva dentro (como la de coleccionar camisetas de equipos de fútbol). Él tiene muy claro que su hijo va por el mismo camino, aunque sabe también que su hija no. “Mi hija tiene 12 años y no le interesa el fútbol. Pero mi hijo de siete lo vive conmigo. Se enfada si voy a un estadio sin él. Tiene su libreta con todos los partidos a los que ha ido. Me lo he llevado a Lezama, a Linares, a Londres… En Linares, última jornada, el Alcoyano no se jugaba nada. Pero fuimos igual. Éramos los únicos dos aficionados del Alcoyano. Los jugadores nos abrazaron. El capitán le regaló su camiseta y su jugador favorito le dio las botas. Se me saltaron las lágrimas. Son momentos que no se olvidan”.
El groundhopping, así pues, se ha convertido en un motor en la vida de Jordi Moral, ese profesor de historia dispuesto a recorrer el mundo en busca de un rincón que huela a césped recién cortado. Él no aspira a visitar los 8.070 estadios que acredita Jens-Uve Hanssen en Futbology, una de las aplicaciones que se usan para registrar este hobby, pero sí a seguir viviendo con pasión, honestidad y humildad cada fin de semana de groundhopping: “He pasado por caja en todos los partidos, no tengo acreditaciones. Esto lo hago por pasión. Lo hago sin medios. Y si un día alguien publica el libro antes que yo, me lo compraré y dejaré de hacer locuras. Pero ahora me he propuesto terminarlo. Es mi reto, mi viaje, mi manera de estar en el mundo”.