Seguir o no con mi pareja: cómo enfocar el verano para tomar una buena decisión

Muchas parejas pueden buscar resolver los problemas durante las vacaciones, pero cuando no se consigue se toma la decisión de romper cuando acaban
”A los 50 aparece una urgencia existencial distinta: la de querer vivir los años que vienen con más verdad, con más deseo, con más sentido”, dice la terapeuta de parejas Agatha Armstrong
Cada año se habla que muchas parejas en nuestro país deciden poner un punto y final a su relación tras finalizar la época estival. Este dato sugiere que son muchas las personas que meditan y valoran durante las vacaciones sobre su futuro familiar. ¿Por qué ocurre esto?¿Cómo hay que proceder? Una profesional en relaciones ayuda a entenderlo.
Por datos del Consejo General del Poder Judicial, septiembre es el mes donde más matrimonios se rompen. De hecho, en el año 2023, el mes en el que comienza el otoño resultó un tiempo señalado con alrededor de 25 mil trámites de divorcio.
Guillermo de 50 años afronta el inicio de las vacaciones de verano con dudas, al igual que su mujer, sobre si seguir juntos como pareja o no. “Hemos tenido esta conversación varias veces durante el año y la última vez que fue en abril, nos decidimos a pasar el verano juntos como familia para ver si eso nos hacía recomponernos”, cuenta.
Explica que su hijo pequeño cumple 13 años y su ilusión es ir al mítico parque de atracciones en Orlando (Florida) y querían darle la sorpresa y ver si, al mismo tiempo, la tirante situación familiar mejoraba. “Nuestro hijo no quiere que nos separemos. Disfruta mucho cuando estamos los cuatro juntos (con nuestro otro hijo) y sabemos que lo pasaría muy mal. Pensamos que hacer ese viaje en familia puede unirnos más o, todo lo contrario”, señala.
Guillermo aclara que son dos personas muy diferentes que se han ido distanciando por varias cosas a lo largo de los años, aunque todavía hay amor entre ellos. “Nos une mucho el querer seguir como un equipo, pero como pareja hemos perdido mucho y necesitaríamos ayuda profesional para hacerlo mejor. Conozco a amigos que tenían problemas en su relación, tras convivir en vacaciones hablaron más y conectaron de un modo más acertado; otros, todo lo contrario, y no podían ni verse”, concluye.
Una época de revisión
Agatha Armstrong, psicóloga, sexóloga y terapeuta de pareja, comenta que existen datos que sugieren que las rupturas de pareja aumentan especialmente tras las vacaciones de verano y después del invierno. Menciona un estudio de la Universidad de Washington (McFarland et al., 2016) que identificó un patrón cíclico en las solicitudes de divorcio: picos en marzo y en agosto, justo después de esos periodos vacacionales.
Los investigadores sugieren que las parejas frecuentemente intentan salvar su relación durante las vacaciones, pero al no conseguirlo, el verano puede dar ser el impulso para acabar con todo. Desde su experiencia como terapeuta de pareja, Armstrong considera que esto puede suceder por varias razones emocionales:
- En verano bajamos el ritmo... y eso confronta: Durante el año, la rutina, el trabajo y las obligaciones familiares tapan muchas cosas, pero el verano nos pone frente a frente con la pareja, con más tiempo compartido… y menos excusas para no ver lo que falla.
- Aumenta la presión de “debería estar bien”: Hay una expectativa cultural de que el verano debe ser un momento de conexión, descanso y disfrute. Pero si la relación está desgastada, lo que aparece es lo contrario: silencio, incomodidad y distancia. Esa desilusión se evidencia cuando se esperaba algo mejor.
- Se activa un deseo de revisión vital: Muchas personas alrededor de los 50 atraviesan momentos de cambio: el “nido vacío”, crisis existenciales, replantearse cómo quieren vivir los próximos años... Si sienten que la relación ya no los acompaña, el verano se convierte en un punto de inflexión para tomar decisiones.
- El deseo también se mueve: El verano reactiva el cuerpo, la mirada, el contacto social… y si la relación está apagada desde hace tiempo, muchas personas se percatan de que no hay deseo, ni conexión, ni ganas de cuidar el vínculo.
Resalta que, a los 50, muchas personas llevan años con su pareja, hijos, hipotecas, rutinas, responsabilidades… y es habitual que, con los años, los problemas no resueltos se acumulen entre el dúo. La profesional recomienda no seguir esperando a que el tiempo lo cure solo. Para ella es conveniente:
- Detectar el desgaste a tiempo: Cuando la pareja empieza a vivir más como compañeros de piso que como una relación viva, cuando ya no se habla más que de lo práctico o cuando reina el silencio… es momento de parar y analizar.
- Hablar desde la emoción, no desde la costumbre: A veces lo que falta no es amor, sino espacios para reencontrarse emocionalmente y sin entrar en reproches.
- No esperar a estar “fatal” para pedir ayuda: La terapia de pareja no es para cuando todo está perdido, sino para cuando aún hay algo que cuidar y no sabemos cómo hacerlo.
- Darse permiso para decidir: Porque quedarse por miedo, por costumbre o por los hijos…, también es un problema. En ocasiones, amarse bien implica tener el valor de decir: hasta aquí.
“Lo veo cada año en consulta: Personas que llegan a septiembre diciendo: “Nos fuimos de vacaciones para reconectar… y comprobé que no podíamos más”, recalca esta psicóloga.
Para Armstrong, antes de entrar en ese tiempo compartido en verano, puede resultar acertado hacer un pequeño trabajo individual o en pareja, que incluya preguntas como: ¿Cómo estoy llegando emocionalmente a este verano?; ¿qué patrones repetimos y nos alejan?; ¿qué no me estoy atreviendo a decir, pero llevo dentro desde hace meses? o ¿qué necesito en este tiempo para qué podamos estar bien?
“A veces basta con un par de sesiones, un espacio de escucha o incluso una conversación guiada que permita aflojar tensiones. Si la relación está desgastada, pero hay amor esa preparación puede convertirse en una oportunidad para volver a encontrarse desde otro lugar, con más amabilidad, porque si no se da un trabajo emocional, las vacaciones no resuelven nada por sí mismas”, comparte.
La terapeuta de parejas asegura que, durante muchos años, muchas personas aguantan por los hijos, pero no es lo acertado. “A los 50 muchas personas se dan cuenta de que llevan años postergando su bienestar emocional y cuando los hijos son mayores o se independizan, muchas veces se derrumba la estructura que mantenía todo en pie. A esa edad, aparece una urgencia existencial distinta: la de querer vivir los años que vienen con más verdad, con más deseo, con más sentido”, confirma.
Que las vacaciones funcionen como una vía de escape es una idea que para Armstrong puede estar mal canalizada porque no se sabe cuidar ese amor. “Desde ese lugar de saturación, muchas personas toman decisiones apresuradas: se separan, se marchan… y semanas después, con la distancia y el ritmo de vuelta, aparece la duda”, refiere.
Algo que trabaja en consulta es, ¿desde dónde se toman las decisiones?: “Puede ser desde la claridad o desde el agotamiento; desde un deseo real de empezar una nueva etapa… o desde el impulso de escapar del dolor sin haberlo nombrado”, afirma.
“Que haya más separaciones en vacaciones o justo al acabarlas, no tiene que ver solo con que la pareja “se pelee” más, sino que el verano confronta con la vida que llevas… y con la que ya no quieres seguir llevando. A veces, es el verano el que te deja claro que llevas demasiado tiempo intentando sostener algo que ya no te sostiene a ti”, subraya.