Salud y Bienestar

Charlotte Chopin, la profesora de yoga de 102 años que parece que tiene 70

Charlotte Chopin en plena clase de yoga
Charlotte Chopin en plena clase de yoga. Oysho
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Charlotte Chopin no es una estrella de Instagram, ni tampoco una figura mediática al uso. Su nombre no es de esos que aparece en campañas de publicidad o acompañada de marcas de ropa deportiva. Ni siquiera la verás en anuncios de suplementos dietéticos. Y a pesar de todo eso, esta francesa nacida en Léré en 1922 ha logrado lo que muy pocos: conquistar el respeto tanto de Oriente, como de Occidente, del mundo rural y de las élites, del silencio interior y del reconocimiento internacional. Y todo, sin levantar la voz.

Cuando comenzó a practicar yoga tenía ya 50 años, una edad que para muchos es sinónimo de renuncia, de apaciguamiento, de ajuste a las curvas descendentes de la vida. Para Charlotte, sin embargo, fue el inicio de una revolución tranquila. Lo que comenzó como una búsqueda personal de equilibrio se convirtió, con el paso de las décadas, en una entrega completa al cuerpo, la mente y la comunidad. Practicó. Enseñó. Y sobre todo, vivió el yoga como una forma de estar en el mundo: sin ansiedad, sin grandilocuencia, sin artificio.

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Su figura ganó notoriedad internacional cuando, en su avanzada nonagenaria, participó en el programa France’s Got Talent, ejecutando posturas con la ligereza y precisión de una bailarina. Aquella aparición, que podía haberse quedado en un simple fenómeno viral más, de esos que se olvidan rápidamente, trascendió el espectáculo para convertirse en un símbolo: la vejez no es incompatible con la disciplina, ni la vitalidad es monopolio de los jóvenes. 

En ese momento tenía 99 años, y Chopin no buscaba la fama, sino que “solo quería sorprender a mi familia participando en un espectáculo del que ni siquiera sabía nada”. De esta forma inspiró a millones de espectadores, y además atrajo las miradas de la India, cuna del yoga, que en 2024 le otorgó el Padma Shri, una de sus máximas distinciones civiles.

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El jardín de Léré y el eco de Auroville

Pese a su fama tardía, Charlotte Chopin jamás ha pretendido ser una gurú. Nunca ha capitalizado su edad ni sus logros. Vive aún en su pueblo natal, donde imparte clases tres veces por semana en un centro comunitario reciclado, rodeada de discípulos que la observan con admiración genuina, no porque haya salido en televisión, sino porque es una mujer que encarna lo que enseña. Nada en su voz parece impostado; nada en sus gestos busca atención. Da clase como respira: de forma natural.

Sin embargo, sus pasos también han dejado huella en India. Durante décadas, Chopin ha estado vinculada a la comunidad de Auroville, en Tamil Nadu, un proyecto de ciudad experimental basado en principios espirituales y de desarrollo humano integral. Allí, donde conviven centenares de nacionalidades y donde el yoga no es disciplina sino atmósfera, encontró un segundo hogar. No para brillar, sino para sumarse como una más. Fue en ese cruce entre la campiña francesa y la utopía india donde su figura adquirió un carácter casi legendario, pero siempre discreto.

Incluso el propio Narendra Modi, Primer Ministro de la India, la mencionó durante su visita oficial a Francia, presentándola como ejemplo de lo que puede ocurrir cuando una práctica ancestral es acogida con respeto, no como moda. Charlotte Chopin, con su ropa sencilla, su habla pausada y su cuerpo flexible a los 102 años, no representa solo longevidad: representa resistencia, coherencia y un concepto revolucionario en la era del ruido digital.

Charlotte Chopin recibiendo el premio Padma Shri

Cuando el tiempo se estira en lugar de pasar

Su longevidad activa ha sido motivo de estudio y fascinación, pero ella insiste en que no hay secreto ni truco. Su rutina incluye secuencias suaves, respiración consciente y atención plena, pero sobre todo, una visión clara del propósito el del yoga como herramienta de liberación, no de exhibición.

Chopin ha visto morir amigos, ha superado guerras y ha vivido más de una pandemia. Nada la ha detenido. El yoga le ha servido de ancla en medio del caos, de brújula cuando el cuerpo parecía traicionar. Lo sorprendente no es solo su capacidad física a la edad que su carnet dice que ostenta, sino su serenidad. En cada movimiento transmite una lección evidente: la de que se puede envejecer sin resignarse, y se puede enseñar sin imponer.

En tiempos en los que la longevidad se persigue en los laboratorios y a través de todo tipo de productos y suplementos, Charlotte Chopin ofrece una receta alternativa: moverse a diario, servir al otro, evitar los extremos, y sobre todo, elegir una práctica significativa y cultivarla con mimo durante décadas. Su historia no es la de alguien que se ha hecho famoso por casualidad, sino la de un ejemplo. Y tal vez por eso su figura crece con el tiempo. No porque lo persiga, sino porque lo acompasa. Como hace el yoga con la respiración. Como hace Charlotte Chopin con la vida.