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Por qué dejamos de escuchar música nueva cuando nos hacemos mayores

Escuchando viejas canciones cuando la edad avanza. Getty Images
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A los 16 descubrimos canciones que nos atraviesan como relámpagos. A los 40, repetimos las mismas listas como si nos protegieran del tiempo. Lejos de ser simple nostalgia, esta resistencia a lo nuevo obedece a mecanismos profundos que combinan biología, identidad y memoria emocional. ¿Qué ocurre en nuestro cerebro para que el último álbum de nuestra adolescencia nos siga conmoviendo más que cualquier novedad? ¿Por qué la música nueva, a partir de cierta edad, parece hablarnos en un idioma ajeno?

La ciencia empieza a responder con datos, no con prejuicios. Desde estudios de neuroplasticidad hasta investigaciones sobre el deterioro auditivo y el rol de la música en la construcción del yo social, los expertos han encontrado evidencias claras de que el gusto musical no envejece por inercia, sino por diseño. Conocer mejor esas razones no solo permite entender por qué muchos adultos dejan de buscar música nueva, sino también por qué las canciones del pasado se vuelven una especie de hogar emocional al que regresamos sin mapa.

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¿Por qué nos aferramos a canciones de juventud?

La edad adulta trae consigo una creciente preferencia por la música de la adolescencia y juventud temprana. En un meticuloso estudio publicado en Frontiers in Psychology, se confirma que los oyentes adultos recuerdan con mayor frecuencia y carga emotiva canciones asociadas a esos años, con un pico alrededor de los 14 años de edad. Este fenómeno se conoce como el reminiscence bump, es decir, una memoria autobiográfica musical intensificada durante esa etapa formativa. 

De hecho, los recuerdos correspondientes a experiencias entre los 10 y los 30 años forman el punto álgido de evocaciones autobiográficas. Esta capacidad de la música para removernos emocionalmente está ligada a la construcción de la identidad y a vivencias culturales compartidas.

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A esto hay que añadir el hecho de que las estructuras cerebrales responsables de procesar las emociones, como puede ser el caso de la ínsula, el cerebelo, y la región frontal medial, se activan con más intensidad ante música familiar que despierta nostalgia. Estas áreas son menos susceptibles para el deterioro de la memoria episódica, lo que convierte a una canción conocida en una vía directa al pasado afectivo.

Por si esto no fuera suficiente, el envejecimiento auditivo también se convierte en otro factor determinantemente a nivel biológico. Según datos de distintos estudios, a partir de los 8 años se empieza a perder sensibilidad a frecuencias altas, y esta merma avanza con la edad, especialmente en personas mayores de 50. Eso disminuye la tolerancia a los sonidos agudos, que son también los más comunes en buena parte de la música moderna.

En estudios científicos se muestra además que la exposición prolongada al ruido puede dañar las células ciliadas del oído, reduciendo no solo la audición, sino también la capacidad de discriminar matices sonoros, siendo esta una limitación que hace que disfrutemos menos de la música nueva, al no poder apreciar sus sutilezas como lo hicimos con la música que escuchamos de jóvenes. . 

Cuando el tiempo libre escasea en la vida adulta

En paralelo, se incorpora la esfera social y temporal como coautora de la preferencia musical. La International Federation of the Phonographic Industry, en un análisis recogido por Neuroscience News, vincula la menor exploración musical en adultos con el aumento continuo de responsabilidades a todos los niveles, incluyendo familia, trabajo o compromisos sociales, lo que consume el tiempo libre.

Además, algunos autores coinciden en que dicha disminución en el consumo de música nueva no equivale a una mayor intolerancia musical, sino a una preferencia emocional sostenida. El apego a canciones que activan memorias intensas proporciona placer y confort, algo que la música nueva podría tardar en construir. 

Dejar de buscar lo nuevo no es renunciar a la curiosidad, sino anclarse a lo que ya nos construyó emocionalmente. Nuestra mente no busca novedad como antes porque aquello que resonó en las etapas formativas resultó tan poderoso que conformó nuestra identidad musical. Escuchar una canción de la adolescencia activa circuitos de emoción y memoria, y esa familiaridad nos resulta más gratificante que el descubrimiento, justo cuando las capacidades auditivas y el tiempo disponible ya están más limitados.