Crisis de Pareja

"Ya no soporto ni el ruido de mi pareja al masticar, ¿puede arreglarse?"

Ana Sierra en Uppers
Leonardo DiCaprio y Kate Winslet en 'Revolutionary Road'. En el vídeo, la psicóloga Ana Sierra explica qué hay detrás de las manías que rompen la magia
  • A veces no es el sonido, sino todo lo que hay detrás

  • "Escucharlo masticar me enfadaba… creo que era una necesidad de cambio”, Vanesa, 55 años.

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Con el paso de los años -y a veces décadas-, la convivencia en pareja va generando rutinas, costumbres y pequeños hábitos que al inicio parecen imperceptibles o incluso entrañables. Sin embargo, el paso del tiempo y la convivencia diaria pueden cambiar nuestra percepción de esas manías: lo que antes era un detalle sin importancia, o algo que apenas se notaba, con los años puede convertirse en un motivo de irritación.

Decir que no soportas ni los sonidos que hace tu pareja, parece que tiene que ver con la misofonía o esa condición generada por algunos sonidos que causan ansiedad o incomodidad en quien los sufre, como puede ser el ruido de masticar. Pero, este asunto en muchas parejas encierra algo más profundo que necesita trabajarse. No soportar ciertos aspectos de tu pareja puede innegablemente convertirse en una situación complicada de sobrellevar.

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Según The Psychology of Pet Peeves publicado en Psychology Today en 2024, esas pequeñas manías de la convivencia (los famosos pet peeves) no son tan inofensivas como parecen. Cuando se repiten una y otra vez, el cuerpo reacciona como si estuviera bajo amenaza: sube el cortisol, aumenta la adrenalina… y al final pasa factura. Más cansancio, más ansiedad y, sobre todo, menos paciencia con la pareja.

Manías que rompen la magia

Cuando uno empieza a notar que todo lo que hace o dice la otra persona molesta, quizá sea momento de preguntarse si el problema es únicamente el ruido o si detrás hay un desgaste emocional más profundo. Vanesa, de 55 años, lo cuenta con claridad.

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“Iniciamos nuestra relación de adolescentes y le veía el chico perfecto, el ideal para mí. Estaba muy enamorada y me fijaba más en cómo me hacía reír o en los planes que hacíamos juntos más que en otra cosa”. En esa etapa, las pequeñas manías quedaban en segundo plano; lo importante era la ilusión, la complicidad y el tiempo compartido.

Aunque, todo cambió. “Cuando empezamos a convivir claramente comenzaron las fricciones y discusiones por lo que hacíamos o no hacíamos el uno y el otro en casa”, recuerda. Esas diferencias, que al principio parecían simples desacuerdos domésticos, fueron acumulándose con los años.

“La rutina, el acomodarse más el uno al otro o el exceso de confianza hicieron que empezara a ver otro tipo de actitudes en mi pareja que me irritaban y antes no”, certifica. Fue algo progresivo: “No es algo que llegue de repente, son gotas que van llenando el vaso y como que dejas de ver lo bueno de tu pareja o empieza a resultar secundario”.

Vanesa confiesa que, con el tiempo, esa acumulación de pequeñas molestias y la falta de cambios reales en la relación provocaron que todo lo negativo pesara más que lo positivo. “Me da la impresión de que el tiempo, si te vas conformando y no haces por ser y estar mejor con tu pareja, te pasa factura”, comenta.

Cualquier detalle se convertía en motivo de enfado: “Escucharlo masticar me enfadaba. Pienso que ya era una necesidad de cambio y de que las cosas mejorasen”, refiere.

Detrás de la molestia

Ese tipo de indicativos, como que empiecen a molestarte cosas en la pareja -explica Ana Sierra, psicóloga, sexóloga, terapeuta de pareja, creadora de Mindfulsex® y autora de ‘Felices por la vida’, 2020 y ‘Conversaciones sexuales con mi abuela’, 2017, de Kailas Editorial- no implican necesariamente que ya no exista amor. Para descubrirlo, asegura, habría que realizar un proceso de Mindfulsex, una toma de consciencia profunda de lo que realmente nos sucede y de la aceptación de lo que descubramos.

“Quizás muchas de esas cosas tu pareja ya las hacía antes, pero el momento ha cambiado. Al igual que nuestra forma de vivir el amor: el vínculo es diferente, porque evolucionamos a lo largo de la relación”, resalta. Sostiene que el amor puede haberse transformado y contener otros “ingredientes”: “Hay que equilibrar la nueva fórmula para que siga siendo ‘sabrosa’ ”.

Si se ha llegado a ese punto, la experta señala que puede deberse al síndrome de repulsión súbita, que en ocasiones aparece asociado a los ciclos hormonales y a los momentos vitales de cada persona (climaterio o la temida 'crisis de los 50'). Sin embargo, Sierra considera que, en términos generales, se debe más a una mala comunicación, lo que conduce a aguantar ciertas cosas.

“Resolverlo en terapia psicológica podría venir muy bien, pero también es clave la palabra y los cuidados, del tipo que sean, que es lo que conocemos como 'responsabilidad afectiva' en la construcción de vínculos”, indica.

La especialista apunta que, aunque hoy en día se trabaja más la educación emocional desde la infancia, a muchas personas de generaciones pasadas les cuesta romper con lo aprendido.

También recalca que alguien que esconde algo sobre su pareja puede sufrir mucho “porque se lo hace pagar, aunque no diga porqué”. Puede hacerlo -añade- con gritos por algo sin importancia, como dejar el bote de champú abierto, sin ser capaz de manifestar directamente que le dan asco sus olores y aborrece su forma de masticar.

La psicóloga subraya que se suele evitar la conversación y que esa sensación de sentirse menos acompañado o más solo se proyecta en esos ruidos o “imperfecciones físicas” (que en otros momentos ni se percibían, incluso gustaban) como una forma de expresar el enfado, aunque no conduzca a ninguna solución.

Algo a tener presente

En una relación -afirma- es importante poner límites desde el inicio, no solo en etapas maduras. “Llegar a los 40 o 50 años sin saber ser asertivos, es decir, revelar lo que necesitamos, deseamos, queremos o no, es una bomba que estallará en algún momento y por donde sea”, opina.

En sus palabras, nunca es tarde para aprender a pedir y marcar límites: informar de los que no pienso tolerar yo y, en consecuencia, cumplirlos. Como ejemplo, propone: “Entiendo que estás acostumbrado a masticar con la boca abierta y haciendo ruido; sin embargo, me genera un malestar que afecta a mi relación contigo y a la desaparición de mi deseo de acercamiento hacia ti. Te pediría que tratases de cambiarlo para que esto no afecte al amor o vínculo que tenemos y que desearía cuidar para construirlo juntos”.