Bienestar

¿Por qué odiamos nuestra voz en los audios?

Grabando un audio con el móvil
Grabando un audio con el móvilGetty Images
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Escucharse en una grabación suele provocar una reacción inmediata, sobre todo si es la primera vez que nos escuchamos. Se trata de una mezcla de sorpresa, cierta dosis de incomodidad e incluso puede haber espacio para sentir cierto rechazo. La explicación tras ese malestar mezcla fisiología, expectativas personales y un matiz social que apenas revisamos. Comprender por qué nuestra voz se nos antoja tan extraña no solo alivia esa sensación de la que hablábamos, sino que puede ayudarnos a normalizarla.

La voz que oímos vs. la voz que escuchamos

Cuando hablamos, el sonido de nuestra voz llega a nuestro cerebro por dos vías: por aire y por huesos del cráneo, por conducción ósea. Por eso, nuestra voz grabada, es decir, la que escucha todo el mundo cuando hablamos, suena más aguda de lo que estamos acostumbrados, ya que la conducción por hueso, que le da profundidad al sonido, no existe en la grabación. 

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A esta explicación fisiológica se une también una psicológica, ya que al escucharnos por primera vez descubrimos un ‘yo’ que todo el mundo conocía menos nosotros mismos, lo que lógicamente hace sentir incomodidad al hablar. De esta manera se explica buena parte del malestar al escuchar la grabación. Así, el clásico “¿de verdad sueno así?” deja de extrañar y se convierte en una pregunta lógica con una explicación más compleja de lo que podríamos pensar. Al fin y al cabo, lo que nosotros percibimos internamente como nuestra voz, más grave, más “nuestro yo”, no es lo que terceros escuchan ni lo que la grabación devuelve.

A esto hay que añadir la paradoja de que al escuchar ese sonido que, en realidad, es nuestra voz, la reconocemos como nuestra, pero, al mismo tiempo, no la sentimos como nuestro sonido. Además, al escuchar nuestra voz grabada, nos juzgamos con la misma rigurosidad que lo haríamos con otros, añadiendo más leña a este particular fuego. Y es que, la combinación de presión social y la percepción corporal contribuyen al malestar.

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Una encuesta sobre el tema arroja cifras para este fenómeno, afirmando que solo un 38,8% de los encuestados no se disgusta al oír su voz en una conversación normal, mientras que un 57,5% admiteque le desagradaba su voz al escucharla en grabación. Además, esta sensación de desazón fue significativamente más frecuente entre personas de mediana edad y mujeres

Otro estudio recopila los motivos: no solo el cambio de timbre, sino también una “diferencia entre lo que uno espera y lo que realmente escucha”. Así, la incomodidad nace del desfase entre la voz interna que hemos normalizado como nuestra y la voz externa que realmente proyectamos al mundo.

Que no nos guste nuestra voz al escucharla es normal

Cómo no sentirnos tan incómodos con nuestra voz real

Lo primero que hay que saber es que esta sensación de “no es mi voz” es completamente normal, y todo el mundo la siente en mayor o menor medida, cuando se escuchan por primera vez. En cualquier caso, existen maneras de minimizar esta sensación de cara al futuro:

  • Escucha más tu voz grabada voluntariamente, ya que la familiarización reduce el choque.
  • Grábate con varios dispositivos, descubriendo así cómo se oye tu voz con variaciones de timbre, calidad y volumen. Es importante abrazar la diversidad del propio sonido.
  • Sé consciente del cambio: entender que nuestra voz “real” no debe casar con la idea idealizada que tenemos de ella.
  • Refuerza la narrativa interna positiva: en vez de focalizarte en un simple “sueno mal”, planteate la situación como una oportunidad de conocerte mejor y sacar más partido.
  • Si el malestar se convierte en ansiedad marcada o siente la necesidad de evitar grabaciones de tu voz, siempre es una alternativa consultar con un especialista en voz o un terapeuta.

La voz como parte de nuestra identidad

Nuestra voz no es solo un conjunto de frecuencias con las que conseguimos comunicarnos con nuestro entorno, sino que también es la huella de nuestra biografía, educación, cultura, acento y cuerpo. En definitiva, una suerte de pasaporte que es único y diferencial para cada uno de nosotros. Poco podemos hacer para cambiarla, por lo que conviene hacerse a la idea de que no suena como la voz interior a la que te has acostumbrado a escuchar, y no pasa nada por ello. 

Aceptar esta discrepancia es aceptar que lo que mostramos al mundo no coincide necesariamente con lo que sentimos. Y eso está bien.