¿Por qué los hermanos son tan distintos a pesar de tener los mismos padres?

La genética nos dice que los hermanos comparten alrededor del 50% de su ADN, pero la parte biológica no lo es todo
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Que dos hermanos, criados bajo un mismo techo, con los mismos padres y recursos, se conviertan en adultos con caracteres completamente distintos es algo que a muchos les sorprende. Sin embargo, la ciencia asegura que no solo es normal, sino esperable. Las razones se encuentran en la genética, en lo que ocurre fuera del hogar y en cómo cada individuo responde al mundo.
La genética: la razón más básica y olvidada
Aunque la mayoría de hermanos comparten madre y padre, eso no significa que hereden el mismo conjunto de genes de forma idéntica. La genética nos dice que los hermanos comparten alrededor del 50% de su ADN, porque cada óvulo y espermatozoide aporta una combinación única, fruto de la recombinación genética y del propio azar.
Eso quiere decir que incluso en hermanos completos el 50% restante queda libre para generar diferencias tangibles ya sea en físico, temperamento o intereses. Cuando a esto se suma que muchos rasgos (desde altura hasta temperamento) tienen un componente genético significativo, la lógica de “mismo entorno, distinto resultado” empieza a tener base. Por ejemplo, un estudio subraya que los hermanos difieren por razones genéticas así como por el ambiente no compartido. En definitiva, que en ningún caso el hecho de tener los mismos padres garantiza que tengas los mismos genes para todos los descendientes de la familia.
El “ambiente no compartido”
Aunque los hermanos habiten la misma casa, usen los mismos recursos familiares y crezcan juntos, muchas de las experiencias que influyen en su desarrollo son únicas para cada uno. Los estudios los agrupan bajo el paraguas del “ambiente no compartido” —todo aquello que los hermanos no viven exactamente igual—.
Según el psicólogo R. Plomin, tras décadas de investigación, afirma que “los hermanos difieren por razones genéticas, sí, pero también por razones del ambiente no compartido en el entorno familiar y más allá de los confines del propio hogar”. Tanto es así que los expertos apuntan que son los factores ambientales no compartidos los que dominan la diferencia entre hermanos. Esto es así aunque los padres traten de forma similar a todos, ya que los hermanos reaccionan distinto a la misma experiencia”.
A esto hay que añadir el hecho de que cada hermano va a tener amigos distintos, entrar en grupos diferentes, seleccionar actividades diversas. De la misma forma cada uno se enfrentará a sus propios eventos vitales, como puede ser una enfermedad, un cambio de ciudad, rupturas amorosas… que el otro no atraviesa.

Y a esto hay que añadir también que los hermanos pequeños tienden a construir su identidad en reacción o contra la del hermano. Este último punto lleva a la idea de que los hijos, de forma inconsciente, buscan diferenciarse para “no competir con sus hermanos” por la misma identidad. Es más, los hermanos se vuelven más diferentes cuanto más tiempo pasan juntos porque construyen sus identidades separadas.
El orden de nacimiento, la diferenciación y la identidad
Una tercera capa que explican los expertos tiene que ver con el lugar que cada hijo ocupa en la secuencia familiar, el trato percibido de los padres y la estrategia personal de afirmación de identidad. Un estudio reciente que ha analizado a más de 700.000 adultos halló que los hijos medianos tienden a puntuar ligeramente más alto en rasgos de cooperación que los primeros o los últimos.
Esto quiere decir que el orden de nacimiento, las expectativas familiares y las dinámicas internas pueden redirigir potenciales parecidos hacia diferencias activadas. Un hermano puede asumir el rol del «mayor responsable», otro el del creativo, otro el del mediador. Aunque las diferencias no siempre sean enormes, sí serán suficientes para que la construcción del yo sea propia de cada uno.
¿Y qué se concluye de todo esto?
Que la expresión “como dos gotas de agua” rara vez se cumple en su totalidad cuando hablamos de hermanos. Porque detrás de la aparente equivalencia genética y de entorno se despliegan miles de variables, como la aleatoriedad genética, experiencias distintas, reacciones personales y dinámicas familiares.
En lugar de sorprendernos por las diferencias, lo saludable es celebrar la singularidad de cada hijo, no considerarlo un fallo del sistema. Cuando los padres entienden que compartir padres no implica replicar personalidades, se abre el camino hacia relaciones más honestas, menos comparativas y con mayor respeto por la individualidad. Y para cada hermano, reconocer que su apuesta vital será distinta pero tan válida como la de su par.

