Bienestar

¿Por qué da cosa hacer una carpeta dejando todo listo para cuando hayamos muerto si en realidad es liberador?

Escribiendo una carta de despedida para cuando no estemos
Escribiendo una carta de despedida para cuando no estemos. (Getty Images)
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Hablar de la muerte sigue siendo uno de los grandes tabúes. No porque no queramos saber que existe, nadie ignora que es nuestro final común, sino porque nombrarla nos enfrenta a la pérdida de control. A la idea de que, en algún momento, ya no decidiremos nada. Por eso evitamos pensar en ella y por eso nos incomoda profundamente cualquier gesto que suene a “dejarlo todo listo”. Como si ordenar el final fuera una manera de adelantarlo.

Sin embargo, cada vez más personas están haciendo justo lo contrario: mirar de frente a la muerte para vivir con menos peso. No se trata de una moda macabra, ni de vivir obsesionados con el final. Es algo más sencillo y, paradójicamente, más vital: preparar una carpeta, que muchas veces es física, de esas de cartón duro y gomas, y en ella dejar organizado todo aquello que no queremos que otros tengan que adivinar cuando ya no estemos. Hablamos de nuestro testamento, de papeles importantes, contraseñas digitales, voluntades médicas, deseos sobre el funeral e incluso una carta de despedida.

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El miedo a la muerte se transforma

Los psicólogos llevan tiempo explicando que el miedo a la muerte no se elimina, se gestiona. No se trata de dejar de sentirlo, sino de reducir la ansiedad que genera la incertidumbre. Pensar en el final, ordenar lo esencial y tomar decisiones conscientes ayuda a disminuir ese miedo difuso que no tiene forma pero pesa.

No es casual que muchos profesionales de la psicología hablen de alivio cuando una persona deja por escrito sus voluntades. No porque quiera morirse, sino porque ha recuperado algo fundamental: la capacidad de decidir. De poner orden en un territorio que solemos vivir como caótico y amenazante. Por eso, preparar esa carpeta no es rendirse. Es exactamente lo contrario.

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Sin embargo, en plena era digital, sorprende que esta tendencia vuelva al papel. Pero tiene sentido. Esa carpeta física, que los anglosajones llaman 'When I die folder', funciona como un ancla. Un objeto concreto, localizable, comprensible para cualquiera.

Dentro se suelen incluir información y documentos tan prácticos como necesarios. Desde los bienes que dejamos tras nosotros (incluida la información de dónde están), a contraseñas e instrucciones digitales, indicaciones sobre cuentas, suscripciones, fotos, archivos, y mucho más… Al final, todo va de decidir nosotros, y así no dejar que sea la ley quien reparta, lo que puede tener consecuencias inesperadas. 

No es solo economía: es cuidado emocional

Pero lo verdaderamente nuevo no está en los papeles, sino en lo simbólico. Cada vez más personas incluyen en esa carpeta algo que no tiene valor legal, pero sí emocional: un mensaje para los que se quedan.

Cartas a los hijos, a la pareja, a los amigos. A veces pueden ser breves. A veces profundamente íntimas. Existen incluso libretas diseñadas para ello, ya que el mercado siempre llega antes que el pudor, pero el gesto va más allá del producto: dejar palabras cuando ya no podrás decirlas. No es una despedida triste. Es una forma de acompañar incluso en la ausencia.

Otro aspecto que esta carpeta nos permite tener controlado es decidir cómo queremos que nos despidan. Durante décadas, el funeral fue un ritual rígido, solemne, casi obligatorio. Hoy empieza a cambiar. Hay quien deja escrito que no quiere flores, quien prefiere música, quien desea que se celebre su vida más que su muerte. Incluso entierros convertidos en despedidas donde se canta, se baila o se brinda.

Decidir eso también forma parte del proceso, y es importante no por nuestro deseo de control, sino por coherencia. Para despedirnos de la misma forma en que hemos vivido hasta el último de nuestros días.

Lo mismo ocurre con las decisiones sobre donación de órganos, las voluntades médicas o los cuidados al final de la vida. Se trata de temas duros de afrontar, pero la realidad es que no hablar de ellos no los va a hacer desaparecer, sino que solo transfiere la carga a aquellos que nos echarán de menos.

Ordenar el final para vivir más ligero

Prepararlo todo no acelera nada. No atrae la muerte. No es un mal augurio. Es un acto de responsabilidad emocional. De amor práctico. De cuidado hacia quienes se quedan. Y, curiosamente, quienes lo hacen suelen describir la misma sensación: descanso.

Porque cuando sabes que lo importante está resuelto, la muerte deja de ser un ruido constante de fondo. Se convierte en lo que siempre fue: una mera certeza lejana que no impide vivir, sino que, cuando se mira de frente, puede incluso permitirnos hacerle la vida más fácil a los que se quedan.